sábado, 24 de marzo de 2012

"El círculo perfecto" @ Revista Cruce: Reseña sobre el poeta Alberto Martínez

Aquí va otra colaboración con la Revista Cruce en la cual se reseña Contige he aprendido a conocer la noche del poeta Alberto Martínez Márquez.




Para el documento completo vaya a: http://revistacruce.com/letras/el-circulo-perfecto.html


La noche ha sido tan poética y mística a través de los tiempos que su constitución y formas, sus elementos y oportunidades, su misterio y su invitación, han llenado páginas con versos en ambos lados del mundo. De estos, algunos patéticos y otros, simplemente impactantes. No obstante, sin entrar en evaluaciones de cuáles versos son buenos y cuáles no, lo cierto es que la noche sigue siendo aliciente para que algún desairado amor prescriba su condición en el papel con el fin de mostrar al lector que la oscuridad, las estrellas y la luna son los ingredientes predilectos para un buen suspiro.
La imaginación del lector al apreciar aquellas líneas que atestiguan: “Puedo escribir los versos más tristes está noche. / Escribir, por ejemplo: «La noche esta estrellada, / y tiritan, azules, los astros, a lo lejos»” puede producir un refuerzo al enamoramiento, un vicio de mirar a los astros a ver si tiritan o, a veces, una decepción grande con Neruda. Pero, si de algo vamos a ser juiciosos es de que la noche deja su presencia, un grado de subjetividad en el lector, así como al objeto de lectura y las circunstancias que le rodean. Como dijimos una vez entre amigos, no es lo mismo escribir o leer de noche que de día.
            Ese lapso del planeta se siente predilecto para guardar secretos, ocultar cosas y sobre todo a los juegos literarios. Así lo plasma San Juan de la Cruz al rociar con tinta y decir: “En la noche dichosa, / en secreto, que nadie me veía,/ ni yo miraba cosa,/sin otra luz ni guía/o la que en el corazón ardía.” Por eso, no por menos se debe dejar de mencionar que la noche aviva algunos sentidos, entre ellos el gusto, a lo cual incita Asunción Silva: “¿De las noches más dulces te acuerdas, todavía?”.
            Dicho lo dicho. ¿Se ha dejado de venerar la noche por los poetas? Dudoso. ¿Se ha dejado de escribir sobre este maravilloso estado del planeta? Para nada.
Así las cosas traigo ante sus ojos la reciente publicación de Arco de Plata Editores: Contigo he aprendido a conocer la noche de Alberto Martínez Márquez. Un poemario corto, de versos amorosos y lujuriosos donde la huella de San Juan de la Cruz yace con más latencia que la de Asunción Silva y la de Neruda. Y que me permita el autor la comparación –si no le gusta pues allá abajo hay una zona donde se ponen comentarios–, la hago porque el elemento de la búsqueda es una constante en este poemario, o sea hay un continuo movimiento entre el yo y el otro, entre los estados de pensamiento y la noche, que llevan a un lectura múltiple. El texto no es uno sino una recopilación de varias proyectos que se expanden entre la década de 1990, luego de 2004 a 2009 y, por último, de 2009 a 2010. O sea, desde ese punto fijo del texto podemos observar gran parte de la carrera literaria del autor.
Alberto Martínez Márquez, poeta que ha sido uno de los contrapesos más grandes de las letras isleñas –y digo esto con todo el buen sentido ya que en él se reúnen el gestor cultural contestatario, el poeta ávido y participativo, y el profesor literalmente a tiempo completo– no niega su tradición con esta publicación. Si bien su poemario Las formas del vértigo fue uno de los lanzamientos más sólidos en la carrera del poeta, en donde predominaban las fórmulas complejas donde los maestros del dadaísmo y la poesía brasileña asomaban el rostro a diestra y siniestra, su temática era muy variada. Hay que reconocer que el poemario era tres libros en uno, cosa que vuelve aparecer en Contigo he aprendido a conocer la noche.
¿Y que de la noche? Bueno, en aquella publicación– Las formas del vértigo– en el poema “Nocturno”, había plasmado Martínez:
agua seca
colinda
con esta piel vetusta y quieta

llenando los poros
con tumbas perfumadas 

algún tambor húmedo
alarga
sutilmente
su dúctil lengua alucinada
por el duro borde
del tiempo.

No hay duda de que la noche es tema recurrente para el poeta. En aquel poemario Martínez Márquez nos había dado un libro que resaltaba por su versatilidad, pero ahora nos da uno que brilla por la manera en que las figuras se desenlazan en una misma circunstancia, o sea la noche.
En Contigo he aprendido a conocer la noche hay un acercamiento a una voz poética mucho más melancólica que poco a poco va conociéndose hasta encontrar la figura de la amada (la cual me inclino a pensar que podría ser incluso la poesía misma). Predominan las alusiones a las circunferencias en clara evocación a dos posibilidades: Primeramente, al Ouroboros tradicional –no el de Nietzsche– el cual simboliza los ciclos del renacer o el hacerse nuevo continuamente. Segundo, el elemento de la perfección, la cual se aprecia en las corrientes primerizas de la matemática y la geometría.
Ahora, hablar de la circularidad y el eterno retorno no es tema ajeno a las letras hispánicas. No obstante, su peculiaridad se ha visto enmarca como ausencia de progreso, o sea la repetición ad infinitum de las cosas. En esa línea, apunta Carmen Escudero Martínez en Didáctica de la literatura que esas figuras redondas se usan para “conformar una idea de reiteración cuyo diagrama más acertado sería el del círculo, que supone el movimiento propio de lo temporal encerrado de tal forma que, por más tiempo que avance, siempre se encontrará repitiendo idéntico proceso.” A lo cual colegimos que, sin desmerecer el argumento, la aplicación de la figura a la poesía de Martínez Márquez denota otra cosa.
El ejemplo por antonomasia se encuentra en el poema “No llegaste a mi vida”, donde expone el poeta:
no llegaste a mi vida
ni yo arribé a la tuya
sino que veníamos caminando
desde lados contrarios
y nos topamos de frente
para reconstruir el círculo
que habíamos olvidado

Como se puede apreciar en este ejemplar, existe la circularidad no como mera repetición sino como conceptualización de lo perfecto. La voz poética se siente completa tras el encuentro. Para Martínez el amor es regenerativo y el retorno a la noche (elemento cíclico) lo que hace es embeber más la poesía de elementos que funcionan como una constante para fortalecer su existencia. Pero la noche no es todo, en otro poema en que refiere directamente a la amada, Martínez dibuja la siguiente metáfora: “eres/ la medida/ de mi mundo”, dando esa noción matemática a la metáfora e intuyendo que su mundo puede ser medido. Así, en cuanto a la amada, se aprecia que no sólo ejecuta el encuentro del poeta consigo mismo sino que lo ayuda a darle más perfección a su mundo hasta llegar a medirlo – Medir un mundo de carácter subjetivo, es tarea para la perfección poética, no la geométrica–.
Otro ejemplo que vale subrayar se encuentra en el poema “Lenguaje del círculo” en donde el autor esboza en un poema concreto que:
el deseo
siempre            siempre
es el deseo                   es el deseo
siempre            siempre
el deseo

Según lo expuesto, este poemario es una gran confesión en donde los ingredientes son la poesía, la noche y el amor, los cuales se fusionan para darle un sentido de perfección a la voz poética. Figuran en él elementos elípticos que ayudan a intuir que el poeta ha encontrado en la noche algún secreto para la puridad, evoca con ello esa hermosa alusión al círculo perfecto. Para el autor, en la noche no hay principio ni fin, es una circunferencia que evoca lo ilimitado, en donde se puede encontrar consigo mismo y donde puede amar y desear en un eterno constante. En esencia, el amor se vuelve círculo: o sea se alcanza a sí mismo y se renueva constantemente, se acaba el alpha y el omega y sólo existe la continuidad.
Contigo he aprendido a conocer la noche, es un poemario que encierra tres tiempos de una misma vida. Alberto Martínez Márquez nos promete mucho en sus páginas y al leerlo cumple las expectativas. Sin duda este es uno de sus más logrados poemarios