martes, 4 de marzo de 2014

Balas, coca y sufrimiento

Tomado de african-business.blogspot.com
La narcoliteratura ha despuntado en Latinoamérica con una sorprendente lista de títulos que comprenden, en su mayoría, el género novelesco. Las condiciones sociales, económicas y jurídicas han propiciado el desarrollo de un discurso que ha alcanzado las fibras del pueblo y ha modificado el arte del siglo XXI. Nada más con observar la pieza La muerte de Pablo Escobar de Fernando Botero, en donde se congela el momento de la muerte del cerebro del Cartel de Medellín, se revelan la intención de presentar la caída de un titán y el marco de un hito en la historia colombiana. No obstante, si comparamos dicho fenómeno con aquellos similares que han acontecido en Puerto Rico podemos colegir que nuestra cultura de lo narco se trata de algo diferente.

En la Isla no se ha desarrollado la figura del “gran delincuente”. Si bien hemos tenido a los “Cápsula”, “Millones” y hasta un “Belleza”, ninguno ha logrado monopolizar la política y determinar el destino de un pueblo con las apariencias de totalidad que presentaron sus pares latinoamericanos. ¿Por qué dicha particularidad? Podríamos decir que se trata de un problema idiosincrático, algo así como echarle los veinte a la politiquería boricua. Es plausible que el control de los partidos políticos sea tan férreo que no permitan el engrandecimiento de ciertas figuras del bajo mundo. La norma se ha inclinado a favor de que la relación de control y poder provenga de políticos y figuras prominentes que dentro de su agenda de maquinaciones tienen incluido una lista de aliados privados que de vez en cuando tienen un problemita con la ley y otras veces son ejecutados por la conspicua ley de la calle. Sin embargo, sí hay una tendencia a fijarnos en otros elementos que son adyacentes al poder de esto personajes: por ejemplo, el estilo de vida, las pertenencias materiales (humanas) y hasta la vida sexual de los dueños de la economía informal más grande de Puerto Rico.

Dicho lo anterior: ¿y qué del que se encuentra abajo? ¿Qué podemos decir de los soldados rasos del narcotráfico?

Una visión la ofrece la novela Osario de vivos del emergente Jean Carlo Villegas. En ella se presenta una ecuación crítica: la transposición de las observaciones que Manuel Zeno Gandía expuso en La charca en un contexto del siglo XXI. Si bien pararse en los hombros del gigante puede ser un ejercicio peligroso, Villegas no ostenta en ningún modo emular completamente la obra de Zeno Gandía.

Osario de vivos tiene un peculiar toque urbano que mezcla la voz de Villegas junto al grito desesperado de muchos puertorriqueños que observan el engrandecimiento de la clase narco-económica. Los toques de Zeno Gandía aparecen aquí y allá, con esporádicos asomos de cabeza que hacen recordar el lamento borincano y en otras ocasiones el suspiro contemporáneo seguido del “esto se jodió”.

Tomado de gravillisinc.com
Los personajes principales exploran una sustancial lista de temas que busca resaltar el desastre social puertorriqueño que a veces produce corrimiento y en otras, furia. En puridad, una pareja de lesbianas que vive en un caserío se ve involucrada en los “negocios” de un sindicato de narcotráfico puertorriqueño. Por un lado, el “hijo” se enfrenta al resquebrajamiento del sistema educativo de la Isla y a pesar de mostrar ansias por los estudios se ve imposibilitado ante el poder de la burocracia. Por otro lado, su “madre” (que en realidad es su abuela) camina poco a poco hacia el encontronazo con la muerte de su hija en función del temor que le provoca saber que la única opción que esta tuvo para salir del caserío fue ponerse las botas y el uniforme de guerra. En otra instancia, la “pareja” se debate entre reformar su pasado manchado por las maquinaciones del sindicato o vivir al lado de una buena mujer y soportar las burlas, discrimen y la manipulación que tratan de menguar una verdadera pasión lésbica.

La trama emula La charca en instancias contables pero la mayoría de las veces se escapa en elaboradas telarañas del autor donde se explora la vida de algunos puertorriqueños que sufren el embate de la narcocultura. El roquero sin futuro, la tecata embollá, el religioso ciego, el corrupto de siempre y, por qué no, la bichota que controla a todo un caserío se desenvuelven en un mundo donde la AMA llega tarde, los maestros se quedan sin trabajo y las comunidades marginadas son desplazadas en pos de nuevas y bursátiles quimeras.

Ahora, si bien Osario de vivos es un texto que busca insertarse en la corriente de la narcoliteratura, la realidad es que todavía falta terreno por recorrer ya que aún no se ha desarrollado un entendimiento de la narcocultura puertorriqueña que sea capaz de distinguirla de la mexicana y la colombiana, por mencionar algunas.[1] Si en aquellos lares se presenta un capo más abarcador y vital con tentáculos sobre un narcoestado, acá todavía no lo hay. No obstante, podría arriesgarme y apuntar a la existencia de una narcoeconomía que, con igual culpa y desmesura que el capitalismo, ha llevado a que las circunstancias expuestas en La charca se repitan en ciertos contextos: He ahí la gran contribución de Villegas y su Osario de vivos.




[1] Aquí apunto a la voz del desierto, Ivan Chaar López, quien en contadas ocasiones ha investigado el tema de la narcocultura para otras revistas de crítica social.