jueves, 29 de julio de 2010

Columnas, pilares, amnesias sociales

Ayer estuve curioseando el periódico previo al examen de Responsabilidad Civil Extracontractual y topé con una excelente columna de Manolo Núñez Negrón. Creo que merece ser divulgada más allá de las páginas del periódico debido a que reflexiones como estas se están perdiendo con el pasar de los días. Lamentablemente la conciencia histórica de nuestro pueblo pasa por una anemia moral de la cual debemos rescatarla.

Manolo Núñez compartió conmigo hace mucho, mucho, mucho tiempo, cuando éramos estudiantes en San Sebastián, creo que arroja luz su estilo crítico y metafórico a la hora de enfrentarse a este tema.
En buena hora Manolo.



Equinos


Por: MANOLO NÚÑEZ NEGRÓN



No existe, no puede existir, un animal más noble y elegante, más digno y altivo, que el caballo. Es cierto que si se les encierra sin compañía pueden desarrollar malos hábitos, pero esa eventualidad no debe sorprender a nadie porque, hasta donde se sabe, se observa una conducta semejante entre los seres humanos. Todos los grandes héroes, y también los villanos, tuvieron el suyo. El Cid cabalgó sobre “Babieca” y Don Quijote salió de La Mancha acompañado de “Rocinante”. Bolívar montó a “Palomo” y Washington sostuvo, algo arrogante, la brida de “Magnolia”. Hasta el Gran Combo se topó, allá por el año 1965, con uno que era pelotero.


Y así, a lo largo de la historia, este ilustre mamífero ha hecho nuestras fatigas menos arduas, ha doblado el lomo sin quejarse, dócil. No conoce otro lenguaje que el de la bondad.


De él jamás podría decirse, por ejemplo, que sea capaz de obstruir una investigación gubernamental o de querer echarle arena (la frase está de moda) a un crimen de estado. Tampoco que se dedique a los bienes raíces de una manera francamente inmoral, obscena, o que un día se levante y sugiera, con la boca de comer pasto, que los jóvenes de hoy se gastan las becas estudiantiles en alucinógenos.


Un corcel, insisto, jamás hubiese invocado como un derecho adquirido la posesión de una escolta (y mucho menos con un establo en crisis), ni se hubiera robado unas elecciones en 1980 (escojo un año al azar), ni habría acuñado esa consigna pueril que acabó liquidando las posibilidades de todo un movimiento: “La estadidad es para los pobres”.


Éstas son cosas que no suceden en el reino de los cuadrúpedos, desde luego, y es bueno que se ventilen para que no se les atribuya, de forma gratuita, la banalidad del mal. En un día desafortunado, lo admito, es probable que relinchen sin ton ni son, pero nunca, bajo ninguna circunstancia, se dejarían dar una galleta de Joseph Molina.

lunes, 19 de julio de 2010

Lanzamiento de Puerto Noir

Ante la crisis, económica, social y política que padece la Isla (y creo que hablar de este fenómeno ya no tiene ningún impacto, al parecer, estamos acostumbrados a la existencia de una crisis, la ecatombe socio-moral) no es sorpresa que surjan espacio creativos donde la manifestación primordial sea la reacción a las figuras que dirigen el país.

A modo de ejemplo, y es un solo ejemplo de muchos otros, la primigenia publicación de Puerto Noir se presenta como una prometedora serie de tirillas cibernéticas que intercalan sucesos actuales, figuras políticas y públicas, crítica y, sobre todo, la dialéctica de una de las figuras mas recias en la lucha en contra del capitalismo, El Sub-Comandante Marcos.

El creador de esta serie es un indescifrable personaje que trabaja bajo el nombre Virtus Incertus desde su escritorio de información, titulado

http://fatumiustumstultorum.blogspot.com/

Sin muchos preámbulos, dejo ante ustedes, para la crítica la primera secuencia de Puerto Noir, Año 1, Número 1.

Que lo disfruten:

Puerto Noir

sábado, 17 de julio de 2010

Diplo, el muerto sentao’, parao’, en motora o en guagua: Más viejos en la historia radial puertorriqueña de lo que parece



Conversando con el compañero Andrés “Cucho” Pérez Camacho, productor del programa radial “Alborada” (Radio Universidad) tuve la impresión de que lo que muchos creen dar por sorpresa no es más que una leve coincidencia que seguramente alguna otra persona, en algún lugar o en otro espacio temporal, también tuvo. Esto, a pesar de ser un comentario netamente estupido, es algo que tiene particular relevancia en esta entrada.

El pensamiento, lejos de ser un aforismo clichentoso, es una realidad palmaria y más aún en una idiosincrasia tan densa como la puertorriqueña.


De la reunión con Pérez surgió una interesante discusión en base a un programa radial de WKAQ que data del 1954, y es titulado, nada más y nada menos que El tremendo hotel, en donde el estelar Ramón Rivero, mejor conocido como el “Diplo”, lucía lo mejor de una comedia sana y pegajosa que dista mucho de lo que se escucha en la radio de hoy.

En uno de los episodios de El tremendo hotel surgió un tema que, en el día de hoy, es uno de los más controversiales sucesos del 100 x 35: los velorios extravagantes.

En el episodio los personajes del hotel están en la expectativa en torno a la llegada del difunto Caraballo el cual, con singular automatismo, tiene la particularidad de sentarse en su ataúd (sin dejar a un lado el ruido de muñeco de cuerda que se desprende de sus vértebras). Debe destacarse que varias veces intentaron acostar al difunto nuevamente y en más de tres ocasiones se volvió a erguir (con el sonido de un muñeco de cuerda). El elenco, a pesar de ser un espectáculo radio, mostraba una singularidad y un color en las conversaciones que lograban transportar al radioescucha a un mundo tangible; uno podía apreciar como existía una ansiedad entre algunos personajes vis a vis la comicidad de otros. Sin embargo, lo que nos compete en este comentario es discutir como en el episodio del difunto Caraballo en El tremendo hotel se sugiere entre los diálogos.

Ramón Rivero se destaca, como de costumbre, por ser uno de los creadores del guión de este programa y (me arriesgo con esto) creo que fue el de la idea de que Caraballo se quedara sentado en su ataúd en medio de la sala del Hotel sólo para que el velorio fuese uno distinto.
Parece que en el 1954 “Diplo” ya tenía una idea concreta de que en el futuro los muertos acostao’s no iban a ser tan populares.

En puridad, el muerto en parao’, en motora, en ambulancia o, el más popular de todos, el muerto sentao’ (a pesar de que la idea fue en realidad una parodia a una distinguida persona que está viva) no son tan exiguos en nuestra historia. Aunque a veces no son el producto de la voluntad del difunto, sí existe un ejemplo de un muerto sentao’, pero no en nuestra cotidianidad puertorriqueña.

Para la jocosidad de algunos, le presento al VERDADERO MUERTO SENTAO’, cortesía de la página de Andrés Borbón llamada TecnOculto :



Un cuerpo pasó tres días en el balcón de su casa, pero nadie dio aviso a las autoridades porque supusieron que era un muñeco de Halloween.
Mostafa Mahmoud Zayed, de 75 años de edad, estuvo descomponiéndose en el balcón de su apartamento en Marina del Rey (Los Angeles, California) durante poco más de 72 horas. Los vecinos notaron la figura inmóvil desde el principio, pero pensaron que se trataba de un muñeco de Halloween y por eso no llamaron a la policía.
Tras todo ese tiempo, finalmente alguien sospechó que podía ser algo más que una broma y cuando la policía examinó el supuesto muñeco, resultó ser el cuerpo del inquilino que vivía en ese inmueble, quien presentaba un disparo en el ojo.
Un investigador de la oficina del Sheriff de Los Angeles comentó que todo parece indicar que se trata de un suicidio, aunque hasta el momento no hay declaraciones oficiales por parte de las autoridades forenses.
¡Vaya! ¡Ahora resulta que el Halloween entorpece las investigaciones policiales!

martes, 13 de julio de 2010

A lo lejos, el cielo de Hugo Ríos Cordero

¡Como se prometió! Regreso a la serie regular de la sección de Crítica de Libros luego de hacer un recuento de los textos reseñados en los pasados meses, previo a la huelga estudiantil en la UPR. El primer libro de esta temporada se titula A lo lejos, el cielo, de Hugo Ríos Cordero.



A lo lejos, el cielo
Hugo Ríos Cordero
Isla Negra Editores
98 Páginas


Pocos son los libros que enmarcan un concepto concreto de lo que es la cuentística sin caer en la discusión ardua sobre conceptos de tema, estilo y técnica. Al parecer, por una pasión netamente latinoamericana, desde las pasadas décadas llevamos comparando a los maestros de la narrativa breve con los autores más recientes, en busca de ese gran cuentista que enarbole lo mejor de la tradición hispana. Lejos de esta problemática se distingue Hugo Ríos Cordero con su nuevo libro

A lo lejos, el cielo, bajo el sello de la editorial Isla Negra.

A lo lejos, el cielo es una colección de 30 cuentos con trama particular, diferenciándose así de la popular tendencia a la concatenación de tramas a lo largo del texto, frecuentada en varias colecciones recientes. El libro comienza con uno de los mejores cuentos del autor, titulado “Coloso”, el cual encierra la peculiaridad del relato misterioso y el morbo sicológico. Este trabajo evoca el tema de la templanza ante la muerte trabajada tanto por el maestro Edgar Allan Poe así como el cuento “A Rose for Emily” de William Faulkner.

Ríos Cordero es un lector ducho, esto se observa en el uso de un lenguaje sencillo y conciso, sin las trivialidades lingüísticas que derrotan la sensación de espontaneidad y descontrol que tan necesario es en esta materia. Sin embargo, lo simple no quita lo decoroso, así surgen cuentos como “El irremediable oficio de vivir”, “Diario de un cazador” y “El monstruo”, en donde en unas meras dos páginas el autor nos lleva de la mano a través de un mundo diseñado con la precisión de un mecanismo de reloj.

A lo lejos, el cielo es un trabajo que dista de la primera colección de cuentos Marcos sin retrato, en el cual el tono gótico y penumbroso predominaba las líneas. Hugo Ríos ha perfeccionado una tendencia que germinaba en su primer libro. Ahora sus cuentos tocan las fronteras de la literatura sicológica, social y hasta la crítica de la idiosincrasia isleña. Siguiendo temas recurrentes se encuentra el cuento “El callejón de los gatos” y “Un Quijote de letras grandes”, el primero sigue un tópico ya experimentado por el autor mientras el segundo evoca similitudes temáticas con la novela El club Dumas de Arturo Pérez Reverte.

No puedo dejar pasar la oportunidad sin resaltar dos cuentos que merecen una lectura concienzuda. Estos conforman la conclusión de la arquitectura del libro, el primero se llama “La estación de los suicidas” y el segundo es el que bautiza al libro con el título “A lo lejos, el cielo”.
Hugo Ríos continúa presentándose como uno de los cuentistas contemporáneos más prolíficos de nuestras letras. Lo recomiendo a todos los amantes de la narrativa hispana.

Relecturas: Crítica de Libros Abril 2010


Obra Breve
Hjalmar Flax
528 págs.
Editorial UPR

Obra Breve: Una antítesis para describir una vida de poesía

Obra Breve es la más reciente aportación poética de Hjalmar Flax a la lírica puertorriqueña. Este libro es el compendio de una poesía que lleva surcando las manos de miles de lectores desde 1969. Los espectadores gozarán de un panorama completo de la obra del autor que, en voz de algunos, se ha convertido en uno de los mejores exponentes del verso contemporáneo de nuestra Isla.

La colección de libros de este trabajo es inmensa y debido a los tonos poéticos se puede ver en dos partes. Los lectores se sumergirán en la voz suave de 44 Poemas, se perderán en Los pequeños laberintos y culminarán el recorrido en los poemarios Tiempo adverso y Confines peligrosos. Estos, a mi parecer, pueden dividir la colección en una primera parte en la cual la voz poética suena lúdica y experimentadora. Luego de una imbricación del arquetipo del artista con el Hjalmar Flax de carne y hueso, surge una confusión profusa en donde el poeta, al igual que el fénix, renace con una voz lírica más profunda y madura, palpable en los poemarios Razones de envergadura, Cuestiones de oficio, Poemas de la Bestia y Abrazos partidos y otros poemas.

Contraocaso es el libro que cierra el texto, siendo este uno de poderoso estilo confesionario, sin tabúes, sin miedo a decir lo que el poeta desea. Aquí se lleva al lector a la conclusión de que las vestiduras de la carne se han convertido en un hábito y el poeta advierte que:


Sospecho que la felicidad

es un fenómeno social

que el solitario es un inadaptado

y el ermitaño un loco.

Pero es sólo una sospecha.

Obra Breve es una antítesis, este libro no tiene nada de brevedad, sus 528 páginas contienen una savia que se llevaba pidiendo a gritos entre los lectores de poesía. Hjalmar Flax ha demostrado ser un poeta de contrastes, jugando con el amor, los elementos, la soledad, la muerte y el destino. Rescata en sus versos una confianza similar a la de Pessoa y una fuerte melancolía romántica mas no extrema.

Obra Breve es una colección indispensable para los amantes de la poesía. Sus páginas son un material lírico que puede ser revisitado un sinnúmero de veces sin rayar en el extenuación. Hjalmar Flax se convierte en el corifeo de la lira contemporánea, el creador de versos, en fin, en “el poeta”.

Relecturas: Crítica de Libros Marzo 2010


De la animalidad no hay salida
Dra. Mara Negrón
324 páginas
Editorial de la Universidad de Puerto Rico

De la animalidad no hay salida: Estudio ecléctico de metáforas posmodernas
Mara Negrón ha desarrollado una ensayística contemporánea que se dedica a analizar tres problemas culturales y literarios que han merodeado los discursos más variados de la historia. En su nuevo libro se hecha un mesurado vistazo a la identificación del ser humano con el animal, la definición del cuerpo como producto mental y literario, y el espacio de la ciudad como metáfora y consecuencia de un mundo moderno incontrolable.

De la animalidad no hay salida es un libro de ensayos en los cuales la autora recurre a una figura que recientemente celebramos por su aportación al corpus científico y literario: Nada más y nada menos que Sigmund Freud. Sin embargo, Negrón no se queda en las aguas profundas del sicoanálisis sino que incursa en la lectura de Franz Kafka y devora de una manera muy sesuda las distintas formas en que el escritor utiliza la animalidad para reconstruir un discurso de fricción cultural y autoevaluación del ser literario en la época del antiguo imperio Astro-Húngaro.

Además, en De la animalidad no hay salida, la autora ingresa en las fauces de la gran dicotomía del nombre vis a vis la cosa. Como toda una buena académica en la Literatura Comparada, Negrón utiliza el pensamiento de Peggy Kamuf, Clarice Lispector y Hélène Cixous para contrastar los problemas de la nomenclatura del ser literario femenino. A mi parecer este libro hace una aportación maravillosa a los estudios del concepto de la “feminidad” en las letras modernas. Las lectoras no deben dejar pasar por alto los ensayos “Fotografiar el perfume” y “La ciudad sin letras”.

La tercera parte del libro apunta hacia el cuestionamiento sobre el espacio urbano. Este estudio plantea contestaciones a los problemas ideológicos y físicos en torno a las fronteras que se dan en la urbe. Negrón estudia la ciudad desde el punto de vista teleológico. La autora compara lo que conocemos como la ciudad utópica con las limitaciones reales y tangentes que nos encontramos día a día en el contexto metropolitano.

De la animalidad no hay salida es un libro indispensable para los estudiosos de la Literatura Comparada y será devorado fácilmente por las lectoras, quienes encontrarán en él un buen marco crítico para los estudios de género. Sin embargo, el libro contiene un lenguaje rebuscado y muchas referencias a otros textos que deben ser consultados en conjunto para comprender toda la savia del mismo. Sin duda, Mara Negrón ha organizado un nuevo libro para la posteridad académica.






Desde Lares
Carlos Gallisá
103 páginas

Desde Lares: Concatenación de los elementos fundadores de lo puertorriqueño

Desde Lares de Carlos Gallisá es un libro más didáctico que histórico. En él se encierra un fuerte compromiso pedagógico que envuelve al lector en cierto asombro incómodo. Luego de surcar las primeras páginas de este texto el lector se dará cuenta que los planteamientos de Gallisá apuntan hacia una reescritura de la historia.


El libro es pequeño y conciso; sin embargo, no por eso peca ni de parco ni de insulso. El autor ha logrado sintetizar en pocas páginas prácticamente la trayectoria histórica de los movimientos políticos que han surgido desde el 1868 en adelante. Para Gallisá, Lares es el génesis de la conciencia nacional puertorriqueña y pretender borrarlo de la historia es un ejercicio inútil. Este libro reafirma que lo que ha sostenido al Grito de Lares contra las disquisiciones del discurso político dominador, ha sido su importancia ideológica y su poder como movimiento de masas in futurum. He aquí la tesis del libro y la razón de su título.


A través de 10 capítulos el autor se lanza en un recuento donde hasta los detalles del lado oscuro de la luna se desvelan entremedio de las reafirmaciones de un discurso que pertenece enteramente al materialismo histórico. Gallísá ha logrado colocar los detalles más precisos y delicados de la historia puertorriqueña en un lenguaje comprensible y muy coloquial donde se tocan temas tan recientes como la salida de la Marina de Vieques y la recesión económica del 2009. Sin duda alguna, leer Desde Lares es como sentarse a realizar un ejercicio de dialéctica con el propio autor.

La importancia de este libro radica en su habilidad de sacudir conciencias. Para describirlo, no hay palabras más palmarias que las pronunciadas por Sofía Gallisá durante la presentación del texto, para ella el logro de este texto es:


“Que otros puedan contar con la memoria histórica y el análisis de este autor no para que necesariamente adopten sus verdades en vez de las de otro, sino para que con ambas versiones lleguen a sus propias conclusiones. Éste es un libro de referencia para todos los incrédulos que sospechan de lo que conocen de la historia de su país.”


Desde Lares es un libro esencial, se lo recomiendo al público en general, desde las edades más tiernas hasta el más contumaz de los ancianos.

Relecturas: Crítica de Libros Febrero 2010



Vientre Expuesto
María Ostolaza
64 páginas
Mercado Negro Editores


Apertura del corazón poético netamente femenino


En una relectura del maravilloso poema épico de John Milton, Paraíso perdido, se puede observar un desdoblamiento en el personaje de Eva al observar su reflejo en el agua. En el texto la primigenia mujer se queda embelezada por su propia belleza, similar al enamoramiento de Narciso. Eva se desatiende de Adán e incluso no es sino con la intervención del Creador que se logra zafar de la belleza que la caracteriza. Este encuentro con la mujer en esencia y sin el aditamento de lo masculino es lo que se observa en el poemario Vientre expuesto de María Ostolaza.
En esta colección la voz poética se reafirma como mujer en mente y verso. María Ostolaza se vale del elemento erótico para traernos un poemario que invita a una lectura distinta, más atrevida y voraz. Los poemas son libres, tanto en temática como en estructura. En ellos predominan un buen uso de los saltos y los silencios líricos así como un desprendimiento de la tradición erótica ultra-romántica. Resaltan en esta línea los poemas “Una sola pieza” y “Maldito vientre”. En el primero se atiende el reconocimiento de la mujer como ser sexual capaz de ser la cazadora y no la presa en la jungla erótica. En el segundo predomina el reconocimiento de la voz poética de su feminidad.
Ostolaza desgaja versos crudísimos en donde el cuerpo de la mujer se convierte en el crisol literario que según la propia autora “son los bocetos de los encuentros que transmutan algunas vidas. Son las odiseas del cuerpo de cualquier mujer.” Así se ofrecen, además, los poemas “Blanca”, “Doblando las horas” y “Nada de nada”.
Sin embargo, la voz humana se silencia ante el discurso de la mujer libre, sin vicios sociales o religiosos. En este aspecto se consideran los poemas “Exquisito cadáver”, en donde la voz se desprende del amante indeseado, “Beso clandestino”, en el cual el juego sexual prohibido se vuelve poesía y el poema “Onanismo”, en donde se asegura que la mujer es satisfecha sexualmente incluso en la soledad condicionada por sí misma.
Vientre expuesto cuenta con las ilustraciones del pintor peruano Francisco Vílchez en lo que se presenta al lector como una excelente imbricación entre el arte gráfico y el poético.
Pocos poetas se atreven a hablar con la libertad que lo hace Ostolaza, en su poemario no hay excesos, hay realidades, y mucho más que eso, realidades que pertenecen al género femenino. La voz declama no como método de escape discursivo sino como la reafirmación sexual que incluso en nuestros días se le quiere privar a las féminas de nuestra sociedad.
Vientre expuesto es un libro corto, pero que hay que leer con mucho detenimiento. Se lo recomiendo al público en general ya que en él se toca un aspecto de la mujer que por obligación moral todo ser humano debe conocer y respetar.




El ave del amanecer
Germán Brau
96 páginas
Letra2 Editores



Germán Brau nos trae un libro dado a las tardes solitarias y a las lecturas furtivas. El ave del amanecer es una reafirmación de los matices clásicos en nuestra poesía isleña. Este poemario presenta una vertiente más tradicional y amena que la acostumbrada libertad lírica de la posvanguardia. Sin embargo, Brau compone versos sutilmente pulidos, como el escultor que define sus trabajos con la lima y no con el cincel. Sin lugar a dudas, nos encontramos con una vertiente que llenará las expectativas de los seguidores de Benedetti, Neruda, Pessoa y Garcilaso de la Vega.
El ave del amanecer, es un poemario lleno de suspiros, candentes pasiones y amores que suben y bajan con una libertad lírica que no descansa en lo trillado. Germán Brau se suelta de su faceta de juez, filósofo del derecho y profesor para vestirse con el traje del lisonjero urbano. A los efectos, la voz lírica es una alabanza viva hacia el amor y sus circunstancias. Brau le escribe a la soledad, el desenfreno, la vida, el despecho, la fijación y hasta a la misma poesía.
El ave del amanecer, es testigo de cómo el letrado olvida la verborrea y transforma su discurso en un acto de cadencias y formas. Los poemas obedecen a la tradición de la rima consonántica, la buena métrica clásica y el vocabulario dieciochesco. Afloran en el libro las alusiones a E.E. Cummings, Francisco de Quevedo, Gutierre de Cetina y otras figuras de las letras internacionales. Sin embargo, no por esto se deben restar las influencias de un estilo beckeriano y solitario como el de César Vallejo. En su estructura, el libro comienza con el poema “Glosario” el cual sirve de base para entender que el poeta desmenuzará hasta su propio corazón en el libro. Le siguen otros como “Estado de Cuentas” y el maravillo cuestionamiento filosófico en la pieza “Posdata para Sócrates”.
El ave del amanecer se divide en cuatro partes que varían en temática filosófica e incluso estilística. Hay que resaltar que entre la oferta poética se encuentran sonetos clásicos y décimas que se entrelazan con otros estilos. Un ejemplo de lo último se encuentra en el poema “Décima 4” en el cual, haciendo muy buen uso de la glosa, el poeta estratifica unos melancólicos versos de Rafael Alberti.
El ave del amanecer, es un libro muy pensado, digno de una lectura pausada y reflexiva. Este poemario es una pieza de gran valor para los amantes de lo clásico, lo nerudiano e introvertido.

Relecturas: Crítica de Libros Enero 2010



El hombre que amaba a los perros
Leonardo Padura
573 páginas
Tusquets Editores

Leonardo Padura es un obrero de los dos jefes más exigentes del mundo de las letras, la ficción y la historia. No por eso deja de ser un artesano fijo en su trabajo y certero en su palabra. Sin embargo, el aclamado escritor cubano, arduamente leído tanto en su Habana como en Hispanoamérica, ha despuntado con una nueva faceta, aleccionadora y voraz. Su más reciente obra, El hombre que amaba los perros, es un recuento que dista un poco de su usual novela negra o policiaca y deja a un lado a su tenaz Mario Conde.
Esta vez el narrador de Mantilla reconstruye la historia de Ramón Mercader, asesino del revolucionario político, Leon Trotsky. El hombre que amaba los perros, es un ajedrez donde tres piezas principales se funden entre personajes rusos, mexicanos, turcos, franceses y cubanos. Como es de esperar, Leonardo Padura desgarra el velo del mito y nos presenta a un León Trotsky más humano y sentimental de lo que se acostumbra a leer. En su otra mano lleva el relato de Ramón Mercader a través de una extensa narrativa que resalta lo sicológico y lo militar que, según el propio Padura, llevan al comunista español a convertirse en un suspiro de la historia. Sin embargo, se revuelca entremedio de las tramas políticas y la realidad de una Cuba que transcurre del 1970 hasta el presente, un germen de escritor llamado Iván quien se despega del autor para convertirse en testigo de un relato que cambiaría la perspectiva de la Antilla Mayor y sobre todo del mundo entero.
El hombre que amaba los perros, lleva al lector a través de una prosa que cruza la purgación bajo el mandato de Yosef Stalin, la Guerra Civil Española y hasta el avance de la Alemania Nazi. A pesar de esto, Padura desdobla las fibras de la ficción en esta logradísima obra, producto de casi más de cinco años de investigación.
Al final el lector tendrá que enfrentarse al más crudo relato de todos y comprenderá que El hombre que amaba los perros lo ha llevado a ver los espacios más recónditos de una serie de personajes que jugaron un papel estelar en el mundo que hoy vivimos. Sin duda, Padura ha usado la ficción para entrar en un mundo en el cual pocos historiadores han tenido la gracia de penetrar.
El hombre que amaba los perros es la antítesis de la teoría del iceberg de Hemingway, pues en esta novela el autor nos da todo: las pasiones, el odio, la desesperanza, la libertad y los sueños y solamente, luego de una lectura no apta para principiantes, el desocupado lector comprenderá que la historia puede ser una gran novela.
Le recomiendo El hombre que amaba a los perros a los amantes de la novela histórica, los sociólogos, politólogos y a todo aquel que desee explorar lo que puede lograr un veterano novelista cuando se lo determina.






Vivir del Cuento
141 páginas
Varios Autores
Terranova Editores

El cuento es una necesidad humana. Surge de un sentimiento innegable de relatar algo a alguien. Una necesidad que podría decirse que es hasta visceral. En el pasado año 2009 se publicó un ejemplo de esto en la antología Vivir del Cuento, escrita por los estudiantes del programa de maestría en Creación Literaria de la Universidad del Sagrado Corazón.


Vivir del Cuento es una experiencia de escritura tanto para los lectores como para aquellos que la han escrito. Dentro de este libro se podrá observar una docilidad hacia el relato de voz cotidiana y trama sorpresiva. Cuentos como sacados de alguna película de ciencia ficción se entrelazan con historias cargadas del factor de lo moral. No cabe duda que este grupo de escritores comparten un sueño a la vez que se distinguen entre sí.


Isamaris Castrodad, Juan Algarín, Shara Lávender, Blancairis Miranda, Héctor Morales, Luccía Reverón, Sandra Santana y Andrés O’Neill se desdoblan en este libro. En él se encontrarán relatos donde el elemento catalítico es la variedad narrativa.


Lejos de ser un microcosmos particular, el libro es un encontronazo con una literatura contemporánea caracterizada por el relato de “lo común pero morboso”. Aquí no hay excelsos escritores sino gente de carne y hueso que se aventura a entretener al desocupado lector. Existe en Vivir del Cuento esa sensación de conversación personal como si cada uno de los autores detuviera a uno en la calle para narrarnos un poco del Puerto Rico de hoy.


Ante un complejo panorama cultural por el que atravesamos, los lectores ávidos que deseen una experiencia variada la encontrarán en este libro. Hay relatos cortos, relatos largos, relatos verosímiles, relatos profundos, relatos macabros…en fin, de todo para el lector curioso.
Vivir del Cuento añade un capítulo más a la tradición narrativa puertorriqueña y se mezcla con la tendencia de recopilar autores en revistas literarias al estilo de las generaciones del ‘70 y el ’80.




Resta por decir que al estos autores aventurarse al mundo literario como forma de vida no me sorprendería que se redescubrieran en sus textos. Hay una posibilidad grande de que de este grupo surjan nuevos libros, nuevas vivencias e incluso nuevos géneros. Por ahora, le recomiendo Vivir del Cuento al lector aficionado, al estudiante e incluso a aquellos que gocen de analizar las corrientes literarias de la historia puertorriqueña.

Relecturas: Crítica de Libros Diciembre 2009

Parte del compromiso de Ficciología es archivar los trabajos que se hacen en la sección de Crítica de Libros. Para actualizar nuestra lista hasta las secciones más recientes estaremos trabajando una sub-sección titulada, Relecturas, en la cual podrán apreciar algunos de los libros que todavía pueden adquirir en sus librerías favoritas.




Deleitación minimalista; Sushi: Bite size poems de Samuel Medina
Autor: Samuel Medina
80 Páginas
Agentes Catalíticos


Sushi: Bite size poems de Samuel Medina es un gourmet poético capaz de dejar al lector en un estado de estupefacción benigna y mucha hambre literaria. Este poemario fue galardonado con el Premio del Primer Certamen de Poesía de la Universidad de Puerto Rico en el 2008 y es una de las mejores publicaciones que he leído en lo que va de semestre.
Samuel Medina nos presenta en este libro una fascinante imbricación de elementos gustativos e innovadores. Es un libro de haikus, pieza lírica que se caracteriza por ser una construcción poética de tres elementos fonológicos ordenados en un patrón de tres estructuras métricas sencillas que, tradicionalmente, dan al lector una experiencia lírica profunda pero minimalista. Las características principales en el orden abstracto de estos poemas circunvalan en el silencio, el cuestionamiento filosófico-moral y la sensación de falta de control en la lectura. La mayoría de las veces un haikú termina con un kireji, que traducido al castellano significa palabra cortante.
Medina, y su despliegue de versos sabrosos, hacen alarde de esta tradición japonesa. Sushi Bite size poems es un libro enteramente gustable. Así lo señala el poeta Javier Ávila cuando reseña en el prefasio que Samuel Medina ha desarrollado un microcosmos comestible en la pieza “poems are fully eatable” en la cual el poeta desarrolla el punto neurálgico de la obra al ordenar, y cito, “Extirpe el papel./ Todo su contenido/ es consumible.”
Sushi: Bite size poems es una reafirmación del quehacer poético contemporáneo. Bajo esta línea tenemos una serie de poemas titulada “carta abierta al lector” en la cual el poeta se convierte en agente mediador entre el espectador y el texto. Además la voz poética desarrolla un coloquio con su propia obra en la serie de poemas titulada “carta abierta al haiku”. Medina no se limita a la comunicación sino que ejercita la reescritura de la cuestión filosófico-social al desarrollar poemas como “eucaristía” y “propaganda política”.
Sin embargo, es la redefinición poética lo que hace más deleitable a este libro, ya que Medina de-construye al propio texto en los poemas “pulp” en donde señala, y cito, “Me es insólito/ lo voraz de la tinta/ y su respuesta”.
A mi criterio uno de los haikus que hace que uno detenga la lectura y mire a la lontananza es “nowhere land” en el cual el sujeto poético parece desprenderse por completo del libro mientras una voz más misteriosa y certera nos dice que “nowhere land” queda, y cito: “Exactamente/ donde, en este instante,/ yacen tus ojos.”
Cuando el lector cierre el libro sentirá el retortijón del hambre descalabrarlo y no tendrá otra opción que volver a leer el texto y descubrir una segunda lectura, o quizás una tercera, una cuarta y así sucesivamente.
Sushi: Bite size poemas es un libro excepcional, de esos que deben adquirirse con premura por aquellos amantes de la poesía. Nos resta decir por último, pero no menos importante, que Samuel Medina se instala como una promesa de la poesía en las postrimerías de esta década. Por mi parte espero más de este autor, quien sin duda nos traerá obras magnas en el futuro.












Los sueños de un libertador de Fermín Goñi
Novela Histórica
381 páginas
Rocaeditorial


Los sueños de un libertador, del escritor pamplonés Fermín Goñi, es un libro que amarra al lector por su trama aleccionadora y sorpresiva. Este texto pertenece al género de la novela histórica, y en ella se narra la vida del militar latinoamericano, Francisco de Miranda.
Como ya se sabe, la novela histórica es un ejercicio dificultoso dado que el escritor se encuentra en la entrelínea de dos disciplinas y puede ser tentado a cruzar más hacia los datos históricos que a la invención literaria. Sin embargo, Los sueños de un libertador tiene la salvaguarda de que emplea diversas técnicas narrativas para exponer al lector al mundo del Siglo de las Luces sin perder los elementos íntegros, como por ejemplo: los diálogos, descripciones y el buen uso de la intriga. Además, vale recalcar que la propia vida de Francisco de Miranda parecía una gran novela. El personaje, oriundo de Caracas, Venezuela, pasó a estudiar ciencias castrenses en España y luego luchó bajo su bandera contra los moros. En vida fue admirado por Catalina la Grande de Rusia, respetado por Napoleón Bonaparte y para completar la lista se codeó con George Washington en los albores de la independencia estadounidense.


Fermín Goñi nos presenta a Miranda como un joven ambicioso, amante de la lectura y luego como un revolucionario que cambió la historia de América. Y es que como señala el autor, Francisco de Miranda fue el precursor de Simón Bolívar, y también el idealizador de la unificación latinoamericana bajo una superpotencia que denominó la Gran Colombia. Un conglomerado de los virreinatos ultramarinos bajo el dominio de un emperador a quien se le denominaría Inca, independiente, soberano y con capacidad de comercializar con quienes entendiera necesario.


El libro salta de la narración de tercera a primera persona, siendo a veces el propio Miranda quien nos trae sus vivencias. Otras veces la narración se expone a través de documentos suscritos por diferentes personajes que en alguna manera se relacionaron con el personaje principal.


La obra también tiene algunos de los elementos de la novela del viajero dado que la voz narrativa persigue a Francisco de Miranda en su “grand tour” (así lo pronuncia el propio Goñi) a través de la Europa continental. Los paisajes de España, Inglaterra, Milán, Cuba, Filadelfia, Italia, Grecia, Suecia, Rusia y Francia se cruzan con facilidad a través de las páginas, como si el propio Miranda no tuviese fronteras.


Otro elemento que no debe ser descartado es la representación de la figura de la Inquisición como parte de las garras del reinado español. La obra desata una compleja trama política que envuelve a Reyes, Emperatrices, Cónsules y ex sacerdotes con la sagacidad de no caer en el elemento “snob” que caracteriza a tanta literatura contemporánea. En otras palabras, el lector encontrará en esta novela a los maquinadores del Sacro Tribunal, los orígenes masónicos con que se relaciona la historia de los Estados Unidos, los chismes de amantes en la Rusia del 1790 y las tramas de espionaje inglés con la naturalidad de sus elementos, sin la pomposidad exagerada o el excesivo cliché de las teorías de la conspiración. O sea, hay un despliegue de descripciones muy logradas que llegan a transportar al lector al mundo dieciochesco y a las tramas políticas del momento. Goñi reseña el pensamiento de Miranda de forma lúcida al presentar la constante pugna del personaje en contra de sus calumniadores y la resignación que lo llevó a renunciar al gobierno español ante la inevitable falla de sus instituciones y políticas. Además, el autor despliega una asombrosa habilidad para adentrar al lector en las batallas de Melilla y Argel en África, el ataque naval a Pensacola en Estados Unidos, la Revolución Francesa y, por último, la Guerra por la Independencia Hispanoamericana. Además, no se le escapa al autor describir la insaciable sed de lectura y la asombrosa biblioteca que acompañó al guerrero por todo el mundo, y es que, como lo describe Goñi, Francisco de Miranda es el latinoamericano ilustrado por antonomasia.La narrativa cuenta con un vocabulario culto, lleno de tecnicismos militares. Además es un recuento maravilloso de figuras políticas y militares del siglo XVIII. También nos presenta una bibliografía de los libros que circulaban en aquel entonces. Podría parecer una lectura pesada para principiantes del género de la novela histórica; sin embargo se le escurrirá con soltura a los aficionados de este tipo de escritos, los historiadores, los admiradores de recreaciones militares y sobre todos a los seguidores del movimiento separatista latinoamericano. Para ellos Los sueños de un libertador de Fermín Goñi es una pieza indispensable en su biblioteca.

sábado, 10 de julio de 2010

Fragmento de mi próxima novela: La era que nos parió

“LA SIMILITUD ENTRE el D.F. y las ciudades que había visto era descomunal. El DF era libre para la invención mientras que las otras ciudades que había visitado estaban amarradas por una cuerda de reglamentos indescifrables. Lo del D.F. era sencillo, había que tener cuidado, no se podía confiar en algunos lugares, pero sobre todo, había que tener dinero, para vivir en el D.F. se necesita algo para poder pagar los taxis, los micros y la comida. Había que estar consciente de que la memorización de las calles no iba a ayudar de mucho. El D.F. es inmenso, es un lugar donde se puede perder uno tanto de día como de noche. Yo nunca tuve esa habilidad de tomarme riesgos monumentales capaces de dejarme varado en no sé qué punto de aquella ciudad, pero, a pesar de todo, siempre vague por aquí y por allá muy discretamente. Pero ahora no me importa, ahora sí que ando desorientado por todo este asfalto caliente. No conocía a nadie, eso era lo mejor. Me habían enviado a México a firmar unos documentos a nombre del banco para el que trabajaba y por casualidad a alguien se le había ocurrido equivocarse y poner unos cuantos días de más en el formulario de viaje. ¿Qué maravilla no? Lo mejor que puede ocurrirle a alguien agobiado, engavetado en un cubículo, es que por un trastoque de los dedos de alguna secretaria o un cálculo mal hecho por un contable le terminen dando a uno tres semanas en México. Claro está, sin saber que me iba a terminar quedando más de la cuenta.

En el defectuoso, como le dicen al D.F. los de aquí, pasan cosas tan extravagantes disfrazadas de lo usual. Pero, ¿qué curioso no? Cada país recibe las críticas o las desarrolla con un tono tan chistoso para los extranjeros. Bueno pero regresando a lo extravagante. A mí me habían buscado para firmar unas transacciones millonarias a nombre del banco en una oficina cerca del Paseo de la Reforma. Yo era un obstinado, por eso creo que me pasa lo que me pasa. Ahora doy vueltas todos los días sin que nadie me vea entre los arbustos del Paseo de la Reforma. ¡Qué irónico! Me da igual. Como decía, me habían enviado allí para trabajar con unas transacciones enormes, millonadas entre el banco y unos inversionistas mexicanos. Yo no tenía idea del embrollo en cual me estaba adentrando. La primera reunión fue en la oficina de un tal José Arrívales. ¿Apellido raro no? Yo juraba que era inventado. Yo juraba que era un personaje de película. Era un tipo tenebroso, alto y fornido, parecía más un atleta que un director de banca. Tenía un traje negro oscuro y unas botas que reflejaban mi rostro entero de lo lustrosas y cuidadas que estaban. Su secretaria, Minerva, estaba tan tropezona, era nerviosa. Pero no la culpo, estando tan cerca de aquel monstruo cualquiera se pone nervioso. La realidad era que la figura no era un tanto atlética, me corrijo, era como un luchador profesional. Tenía unas manos como para levantar un caballo por las orejas, recuerdo haber leído algo así en uno de estos libros de nuestra era. Los dientes eran color marfil y encima de la ceja izquierda tenía una cicatriz que se le estiraba hasta casi el centro de la frente. Hablaba tan despacio, Dios mío, con una pasta espesísima. Su mirada siempre era evasiva, ligaba a Minerva cada vez que entraba y cuando yo me dirigía a él se la pasaba observando el tráfico desde aquella vista panorámica que tenía el edificio. Cuando comenzamos a hablar de la firma de los documentos me preguntó de dónde era. De Nueva York, le contesté. No tienes pinta de gringo decía. Yo le expliqué que mi papá era puertorriqueño y que mi madre era costarricense. A cada contestación se rascaba el mentón y recuerdo que se tocaba varias veces las patillas, muy finas y muy recortadas, dicho sea de paso. Luego de hora y media de estar reunidos me despachó con la excusa de que los testigos del otorgamiento no estaban disponibles para realizar la transacción.

Eran más de 10 millones lo que estaba en juego. Era un negocio que iba a incentivar la directiva de una corporación de hoteles españoles, no sé en dónde. A mí me valía lo mismo, hasta ese momento, ahora siento que las cosas no me valen nada. Yo lo que quería era ver México. Acordé regresar a la oficina de Arrívales el martes veintisiete de febrero, luego de unos tres días de turismo.

Fui a Puebla, ya me habían comentado lo de las platerías, pero yo por curioso fui a Puebla y no vi ninguna platería, yo sólo quería ver el lugar y pasear. Me puse a caminar como un idiota hasta que el calor me obligó a meterme en la platería. Fue ahí que me percaté de los dos mestizos que no paraban de mirarme. Uno tenía una camisa anaranjada, botas y pantalones color marrón, el otro era flaco, con camisa sin mangas que dejaba ver un tatuaje de la Virgen en el brazo, no me recuerdo en qué brazo. Con el pasar del tiempo no me acuerdo de nada, no, perdón, en realidad de lo único que me acuerdo es de esto que estoy contando. Bueno, lo que pasaba era que me miraban insistentemente. Eso me tenía perturbado, eso y el calor me tenían perturbado. Yo me puse a disimular con una señora que me trató de vender unos botones para chaquetas. Es 925, es nueve 925 señor, ándele pruébeselos que le van a quedar bien, decía ella. Yo no encontraba la manera de que siguiera enseñándome otras cosas pero la muy desgraciada seguía ofreciendo los mismos botones para chaqueta. Fue en ese momento que caí en cuenta de que tenía demasiada pinta de hombre enchaquetado. Carajo, dije, debo aprender a vestirme más a lo camaleón. Recuerdo, sí, es lo único que recuerdo, que crucé la calle para ir a escabullirme en otra tienda. Cuando me puse a jugar con los espejos del mostrador logré divisar a aquellos dos hombres que se disponían también a cruzar la calle. Me estaban persiguiendo, era definitivo. Me van a robar, pensé. Me volví a zafar de sus miradas y logré escurrirme entre un autobús de turistas americanos que acababa de llegar. Camine hasta el taxi. No estaba. El viejo desgraciado del taxi no estaba. Yo le había pagado para que se quedara. Qué hacer, qué hacer, me repetía. En eso vi otro taxi que se acercaba por la calle. Cuando comencé a caminar me dio con mirar atrás y allí venían, el dúo dinámico desconocido atravesaba a trancos largos el camino de tierra. Corrí hasta el taxista y justamente cuando se bajaba un viejo gordo del vehículo salté al asiento trasero y le dije arranca, al D.F., rápido. Ahorita patrón, me contestó el muchacho. Era joven. Qué mucha gente joven veo ahora. Ahora sí que veo gente joven andando por los parques. Ya no me da miedo caminar por los parques. Ya no siento nada cuando camino por los parques, o cuando simplemente camino.

Cuando dejé de sudar en el asiento del taxi busqué la manera de explicarle al muchacho que tenía mucha prisa. El me dijo, pues patrón el tráfico no lo hago yo, lo hace el gobierno. Me burlé, sí, me burle y con ganas buenas de burlarme. Ahora me burlo y la gente no me hace caso. Cuando mire por el cristal trasero vi una guagua color rojo que nos seguía. Sé que nos seguían porque aquella pareja infernal que me rastreaba en Puebla venía conduciéndola. Aquí me jodí, dije. El muchacho del taxi me preguntó que por qué me iba a joder. No le contesté. Luego de media hora de camino le dije, oye chavo, se me había pegado lo de chavo en una semana, los que vienen atrás en la guagua roja nos están persiguiendo. ¿Qué es una guagua patrón?, me interrumpió, una camioneta, le dije, puedes hacer que desaparezcan. El joven se quedó silencioso unos minutos. Yo perdía la paciencia, me corrijo, la había perdido en Puebla. Cuando ya estaba al borde de comenzar a llorar el muchacho del taxi me dijo que probablemente esos tipos eran del gobierno, que lo que sea que querían de mi era importante y que estaba dispuesto a maniobrar para evadirlos. Yo le di mil gracias.

Cuando comenzamos a entrar en el bullicio del D.F. el taxista comenzó a dar vueltas por cuanto callejón encontraba. Se sabía la ciudad de memoria, era increíble. Ahora yo me la sé de memoria, creo. Miré agachado desde el asiento y todavía la guagua roja seguía a la misma velocidad que nosotros, persiguiéndonos. Yo me seguía desesperando, sudaba a cántaros a pesar de que el taxi tenía el acondicionador de aire encendido. Estuvimos andando por la ciudad media hora. Cuando ya comenzaba la tarde el muchacho me indicó que la gasolina se le estaba terminando. Ahí fue que comencé a llorar. Tranquilo patrón, tranquilo, me indicaba el conductor. Me explicó que la única forma en que yo podía zafarme de aquella situación era pasando la noche en su casa. Yo no estaba seguro de qué contestarle, vacilé un buen rato. Volví a mirar y la guagua roja todavía estaba detrás de nosotros. “No se les acaba nunca la gasolina a estos maricones, deben haberse preparado.” pensé. Luego de preocuparse por mi silencio, y eso que no me conoce ahora, ahora sí que soy callado, el conductor del taxi me dijo que para llegar a su casa sí que aseguraba cómo desenredarse de aquellos dos silenciosos perseguidores. Dije que sí, que estaba bien por mí, pero que por favor me sacara de aquel aprieto, que yo le pagaba lo que sea. Luego de eso me desmayé.

Desperté en una alcoba sucia. No sabía en donde rayos estaba, ni cómo había llegado allí. Una mujer de tez oscura estaba sentada a mi lado sin decir una palabra. Le pregunté en dónde estaba, no me contestó. Miré a mi alrededor, en realidad aquello era tétrico, no tan tétrico como donde estoy ahora, pero era una cosa espeluznante. No había ventanas. Las paredes eran del color rojo de la tierra y había un olor rancio, como a orín de perro en toda la alcoba. Volví a mirar a la mujer, ella me seguía mirando. Quién es usted, le dije. No me contestó, aquella mujer sólo pestañeaba. Me quedé observándola un buen rato, ella sudaba. Tenía un calor que me arropaba todo el cuerpo, me desesperé nuevamente. Y pensándolo bien, ya no me desespero tanto ahora. Pero en fin, cuando comencé a moverme de la cama vi que una silueta se postró en el umbral de la puerta de aquella recámara. Era el taxista, buenos días me dijo. Yo no supe qué contestarle. Luego de sacudirme un poco le pregunté en dónde me encontraba. Me dijo que era la casa de su papá, que lo habían corrido del apartamento en donde vivía porque con la inflación se le habían hecho unos desajustes en sus pagos y que la familia se las arregló para volverlo a ocupar. Gracias por todo, le dije. Él se marchó otra vez a donde sea que estaba, diciendo, no hay de qué, ven acá. Volví a mirar a la señora que se encontraba sentada a mi lado, estaba sudando más, no habló nada.

Cuando salí del cuarto me tope con una cocinita pequeña, una mesa de madera verde y carcomida, algunos platos y una muchacha trigueña que cocinaba unos huevos fritos en la estufa. Di los buenos días como si hubiese vivido allí toda la vida. Esa costumbre de decirle buenos días a todo el mundo ahora no la practico, no le puedo decir buenos días a nadie, ya no me importa. El taxista estaba sentado a la mesa y luego de revisar el periódico me contó que la que cocinaba los huevos era su esposa, Estela, y que la señora que estaba muda en el cuarto era su madre, Doña Estela. Sí, las dos se llaman igual, me dijo. El joven se llamaba Carlos Espinoza, era de unos treinta y tres años aunque parecía mucho más viejo. Nuevamente me explicó que probablemente los dos que me perseguían eran del gobierno. Si son del gobierno, algo raro traes, si hubieses estado metido con algo de los narcos te habrían matado hace rato, los narcos sí que no pierden el tiempo, me dijo. Le pregunté que cómo sabía eso. Me dijo que a su hermano lo mataron por metiche en una de esas cosas y que a su padre, por defenderlo, también terminó linchado. Luego me dijo que su madre se había quedado muda del dolor, o que a lo mejor se había prometido nunca hablar en señal de luto, que habían matado a su papá y a su hermano frente a su propia madre aquellos hijos de la chingada. Mis pésames, le dije. No te preocupes, me contestó.

Luego de un desayuno sin pagar, que era para mí una de las mejore cosas que me habían pasado en el DF, nos pusimos a hablar de lo que íbamos hacer, a ver cómo salía yo de allí y trataba de llegar a la oficina de Arrívales o mi hotel a pedir ayuda. Me indicó que lo mejor que podíamos hacer era disfrazarme y saltar de casa en casa hasta que me pudiera recoger un amigo de él para entonces encontrarnos en la salida de una calle que había detrás de su casa. Me puse una ropa que le pertenecía a su hermano, me quedaba suelta. Cuando estaba listo el taxista me indicó una pequeña puerta que daba a unas escaleras por las cuales podía salir a la casa de al lado. Allí todos lo que vivían, una muchacha de unos veintitrés años y sus dos hijos, me recibieron y me indicaron que lo que tenía que hacer ahora era saltar a la ventana del que vivía en el patio trasero de ellos. Lo hice, no sé cómo. Aunque ahora hago muchas cosas así, me la paso de casa en casa, pero lo que ocurría era que en ese momento yo no estaba tan acostumbrado. Cuando salté al balcón trasero del vecino de esa muchacha, me recibió un chiquillo gracioso y sonriente. Parecía como si lo que yo estuviese haciendo fuese normal en su casa. ¿Quién sabe a lo mejor por eso tienen esos movimientos de casa en casa tan bien calculados? El chavito me tomó de la mano y me dijo, patrón, patrón, mi hermano Miguel lo espera en su camioneta. Más no pude pedir.

Miguel era un muchacho de veintiún años, fornido y de cejas espesas. Me miraba molesto. Cuando le di los buenos días y las gracias me dijo, acabe y métase en la parte de atrás en las cajas, hay una caja color azul que dice frágil, tiene un hueco pequeño por donde puede entrar uno por la parte de abajo, no tumbe la caja, levántela poco y métase adentro, y avance que estoy tarde. Yo me trague un buen buche de saliva por el bochorno. Hice lo que me ordenó. Sentí la guagua que comenzaba a moverse. Hicimos dos paradas cuando de repente escuché unas voces extrañas, voces autoritarias. Miguel se detuvo y lo escuché discutiendo con dos personas. Comencé a temblar, y posterior a eso comencé a sentir náuseas. Me repetía en la mente, cálmate, cálmate, cálmate. Al parecer sirvió de algo. Escuché que una de las voces le pidió a Miguel que abriera la puerta trasera de la camioneta. Carajo, dije entre dientes, aquí me van a pillar. Comencé a sentir pasos, pies muy pesados que se movían de un lado a otro en la piso de aquella camioneta llena de cajas. Sentí que comenzaron a abrir las cajas, escuché a Miguel quejándose y maldiciendo. Las voces le ordenaron callar. El amenazaba con que formularía una queja en el departamento de la policía. Una de las voces le grito, llena todas las que quieras pendejo. Abrían las cajas, cortaban las cintas adhesivas con facilidad, lo podía sentir, faltaba poco para que abrieran la tapa de la caja en donde yo estaba escondido. Comencé a sudar, a sudar en frío, me dieron unas ganas enormes de cagar en ese momento. Tenía miedo. De repente sentí que palpaban mi escondite. Pude discernir que las manos buscaba la manera de abrir el tope de la caja. Qué voy a hacer ahora, me preguntaba mientras me mordía el puño ligeramente. Al final abrieron la caja. Pude ver la silueta tostada por el sol del hombre que tenía el tatuaje de la Virgen en el brazo. Era el mismo que me había perseguido en Puebla. Me quedé paralizado, no pude moverme, creo que no respiré tampoco. Cuando logré acostumbrar el enfoque de mis ojos a la repentina aparición de la luz noté que estaba viendo a aquel hombre a través de un cristal. El miraba, pero no me veía, era como si yo no existiera. Eso es lo que siento ahora, que yo no existo del todo, pero en aquel momento, era como si yo no estuviese allí. Caí en cuenta de que era un espejo de una sola cara. De esos que se usan en las mismas comandancias de la policía para ver a las ruedas de sospechosos e identificarlos. Fue en ese momento que comprendí que esta gente era experta en esto de escabullir a los demás. ¿Qué es esto?, le preguntó el individuo a Miguel, pude ver sus facciones. Son espejos para baños, tenga cuidado, son para un hotel, le contestó mi encubridor.

El hombre del tatuaje de la Virgen cerró la tapa de cartón y sentí como se bajaba de la caja de la guagua. Sentí un alivio inmenso, tenía los órganos del pecho apretados y de momento se relajaron en un pequeño éxtasis que me corría hasta los pies. Miguel subió a la camioneta, se puso a ordenar cosas y sentí su respiración. Qué bueno que no te encontraron verdad, me dijo. Yo no llegué a contestarle nada. Él se bajó, sentí sus pasos, encendió la camioneta nuevamente y seguimos la marcha. Media hora después la camioneta se detuvo, alguien volvió a subir. Ya puede salir, me dijo una voz clara. Cuando me escabullí otra vez entre el cartón de la caja vi que estábamos a la entrada de un almacén y que Espinoza, el taxista, me estaba esperando estacionado al lado de la guagua de Miguel. Cuando me bajé le di una paca de dinero, le dije gracias, Miguel me contestó que para nada y se marchó en su vehículo.

Carlos Espinoza me preguntó hacia dónde era que tenía que ir. Yo sabía que no podía regresar a mi hotel, que tendría que llamar e indicar que alguien iba a pasar a recoger mis cosas. Fue entonces que pensé que lo mejor que podía hacer era dirigirme a la oficina de Arrívales. Le dije la dirección a Carlos. Llegamos allí al mediodía. Hacía un calor intenso. Aunque estaba mal vestido logré entrar al edificio sin ningún problema. Si me hubiesen querido pillar, aquel era el momento pero nadie lo hizo. Me acerqué a la recepción y le dije a la señorita que me comunicara con Minerva la ayudante del señor Arrívales. Ella no reconoció lo que le dije. Volví a repetirle lo mismo. Ella me indicó que allí no había ningún Arrívales, que era la primera vez que escuchaba ese apellido. Me desesperé, le indiqué que yo había tenido una reunión hace días con él en su despacho. Cuando comencé a alzar la voz, sentí una presencia a mis espaldas. Era un hombre blanco de espejuelos negros y con un olor a perfume caro. Le indicó a la recepcionista que yo era del banco, no sé como lo sabía, que estaban esperándome en el piso numero catorce. Yo me sorprendí. Él me miró y sonrío. La recepcionista se había quedado tiesa. Él le sonrió y ella de un salto dijo que no había problema. Aquel hombre me pidió que lo acompañara. Yo me sentía seguro allí, no tenía por qué temer. Pero ahora en estos tiempos sí que hace mucho que no siento la sensación del miedo. Bueno, continuando con aquello, recuerdo que subimos por el ascensor y ninguno de los dos, me refiero aquel hombre oloroso a perfume y yo, habló palabra alguna. Llegamos al piso catorce y allí estaba Minerva, nerviosa como siempre, le di los buenos días, ella no me contestó. Nos acompañó a la puerta de la oficina donde me había reunido con Arrívales. Él nos estaba esperando junto a tres individuos más. Todos parecían viejos cascarrabias, hombres de negocios, mexicanos y apurados. Listo para terminar con las transacciones, me indicó Arrívales. Yo asentí con la cabeza pero le pregunté si podíamos hablar a solas un momento. Él se acercó al nivel de mis narices y dijo, estoy enterado de todo, no se preocupe, salimos del negocio y lo ayudamos a salir del embrollo, pero ahora no me venga con pendejadas, los clientes se impacientan por su demora.

Firmé los papeles en calidad de oficial del banco. Los viejos se dieron la mano e hicieron un par de chistes con Arrívales. Yo estaba invisible, era como si no hubiese importado. Se tomaron unos tequilas en la oficina. Nadie me ofreció nada. Comencé a molestarme y carraspeé la garganta un par de veces. Media hora y nadie me habló, nadie se dirigió a mí. Cuando se marcharon los viejos, nos quedamos Arrívales, el señor perfumado y yo en la oficina. No aguanté y le increpé a aquel mastodonte de los negocios qué era lo que pasaba. Por qué me perseguían y cómo se había enterado de todo. Él comenzó a reír y se sirvió otra copa de tequila. Ya no olía a perfume el hombre de los espejuelos negros. Arrívales se dirigió a mí con los ojos punzantes y llevándose el tequila lentamente a los labios se lo bebió despacio. En ese momento me di cuenta de que no era mexicano, el tequila no se bebía así. Sentí que estaba en aprietos, volví sudar, a encontrarme cara a cara con las náuseas que me había dado anteriormente. Sentí la necesidad animal de correr, de escapar, de lanzarme por una ventana. Cuando me levanté para huir, el hombre de los espejuelos negros me sostuvo con fuerza por los hombros impidiendo que yo me levantara del sillón. Arrívales terminaba de beberse el tequila, su teléfono móvil sonaba con una musiquita tropical que no me gustó para nada. No contestó. Se levantó de la silla, aquel hombre era inmenso, se acercó a mí, se dobló hasta que su nariz rozó la mía y me dijo con un olor a cigarros en la boca, transacciones patrón, transacciones. Luego de eso marco su puño justamente en mi tabique. Su fuerza era descomunal, no grité, no dije nada, ni siquiera me quejé. Me quedé desplomado en el sillón como un espantapájaros cansado. Todo lo que ocurrió después no lo recuerdo. No pude ver nada de lo que pasaba a mí alrededor.

Desperté en Xochimilco, de noche. Arrívales estaba con una camisetilla blanca y unos pantalones negros, tenía zapatos deportivos. Junto a él habían seis muchachos jóvenes. No tenía fuerzas para moverme, me di cuenta que estaba con las manos atadas, acostado en el suelo. No pude hablar, no recuerdo por qué, no sentía que tuviese dientes en mi boca. Creo que sí, que eso fue lo que me ocurrió, me habían arrancado todos los dientes. Estaba desnudo y comencé a sentir frío. Traté de mover las manos, y no podía, no sentía nada. No tenía la punta de los dedos, me los habían cortado. Comencé llorar. Miraba la noche a mí alrededor. Sabía que estaba en Xochimilco, en ese hermoso jardín bordeado de canales. Estaba entre medio de los andamios que se usan para rellenar el agua con tierra para formar esos islotes donde se siembran flores preciosas. Había ido a Xochimilco justamente luego de bajarme del avión, aparte del D.F., eso era lo único que quería ver, sus canoas y sus flores. Ahora las veo todos los días, ahora vivo en Xochimilco.

Recuerdo que estaba tiritando de frío. Ya mi cuerpo había comenzado a entrar en calor. Vi que Arrívales se sacó algo del bolsillo del pantalón. Por un momento pensé que se estaba jalando la verga, pero no, fue peor. Sacó de su bolsillo una enorme navaja. Se la mostró a los muchachos que lo rodeaban y se rió. Poco a poco se arrodilló frente a mí. Cuando estuvo muy cerca, me cortó la yugular. Mi cuerpo comenzó a entumecerse, a llenarse de frió y calor en diferentes puntos, comencé a abrir los ojos desesperado, pero se me cerraban. Los abría y se me cerraban, los volvía a abrir y se me cerraban. Hasta que sentí mi corazón detenerse. De una patada me echaron al lodazal que se convertiría en un nuevo islote para sembrar margaritas. Luego comencé a ver todo, me echaron tierra, tierra espesa, tierra fértil, a lo mejor eso es lo que hacen en Xochimilco. A lo mejor es un gran cementerio.

Ahora estoy aquí, no sé en donde. No recuerdo nada más que eso. No sé nada, no veo nada, pero veo todo. No puedo salir de México. No sé si quiera salir de México. ¿Qué es México? ¿Qué es el defectuoso? Aaaaahhh, estoy en México.




© Vera Santiago. 2009
Prohibida la reproducción o alteración sin el consentimiento del autor.

Nuevo libro de Abdiel Echevarría



Lo nuevo de Abdiel Echevarría

No dejen pasar la oportunidad de leer a uno de los mejores poetas contemporáneos y, sobre todo, oriundo de Aguada.

viernes, 9 de julio de 2010

Prolegómenos, fenómenos, introdómenos y otros ómenos

Hace ya bastante tiempo que traía, perdida en los bolsillos, la idea de volver a desarrollar un espacio cibernético en el cual pudiese compartir, con un pequeño grupo de allegados, los pormenores de este trivial oficio de escribir. Por otro lado, hace ya bastante tiempo (perdonen la redundancia) que ha quedado sepultada la antigua página Contacto Furtivo, en donde, por un periodo de tiempo, publiqué algunos de mis primeros trabajos, los cuales consistían mayormente en poesía y comentarios sobre las actividades culturales en Mayagüez.

A pesar de la exquisita ausencia de fama, muy pocos conocen de mi labor literaria, la cual, silenciosamente, llevo practicando por más de 14 años. Fueron gratos recuerdos los de aquella experiencia con el colectivo de Revista Identidad (Aguadilla), Pastiche (Mayagüez) y Prisma (Aguadilla). Si desean explorar más sobre mi trabajo en la pasada década pueden obtener un buen retrato en la antología Poesía en el tiempo...antología: homenaje a la poesía latinoamericana, un trabajo excelentísimo de mi amiga la Profesora Leticia Ruiz del Recinto de Aguadilla de la UPR.

Aunque para algunos es un pecado imperdonable, firmé mi carta de renuncia a la poesía en el pasado. Había sido demasiado para algunos (Alberto Martínez Márquez siempre me lo criticará) y para otros fue un proceso homólogo a mi decisión de cursar estudios en Derecho en vez de continuar mi carrera en Estudios Hispánicos (Mario Cancel siempre también lo criticará). Sin embargo, el mundo de la narrativa desplegó su encanto luego de varios experimentos fallidos que produjeron hermosos cuentos, dos novelas y otras taquicardias.

Por otro lado, desde hace meses llevo escribiendo la sección de Crítica de Libros del noticiario Hoy en las noticias…, el cual, como todos saben, se transmite en WRTU 89.7 fm (San Juan) y WRUO 88.3 fm (Mayagüez), mejor conocida como Radio Universidad de Puerto Rico. Este espacio servirá de archivo para todos aquellos, que en repetidas ocasiones, han solicitado releer mis impresiones sobre los autores que he reseñado.

Ahora, en otra etapa de mi vida, vuelvo a lanzarme a unas aguas que no son tan ajenas a mis experiencias.
Espero que disfruten este espacio…
Literatura o muerte, por siempre…