sábado, 8 de junio de 2013

Yo leo a Lalo

A Eduardo, con admiración


Yo leo a Lalo. (Contra, que buen comienzo para este escrito. Algunos cuestionarán semejante coloquialismo. Dirán que soy muy lacónico con esta simpleza. Dirán: “Mira al muchachito y la novatada. Y que comenzar un escrito con semejante pequeñez.” Pero yo no escatimo. Porque la realidad es que leo a Lalo o, a mejor decir, leí a Lalo. Recuerdo que comencé con La inutilidad por cosas del escapismo. Yo vislumbraba dejar el mundo frío y seco de la jurisprudencia y las leyes y necesitaba leer; el colega Luis Ponce tertuliaba conmigo y debatíamos sobre la utilidad y la epistemología de la literatura. Fue él quien me motivo a tomar la novela, olvidarme de las clases y nadar en aquella narrativa. Lo hice, si no no hubiese leído a Lalo y no estaría escribiendo esto. Admito que la experiencia fue reveladora por cuanto descubría un autor que desmenuzaba a los personajes en un existencialismo totalmente puertorriqueño y que a su vez sufrían de dos elementos a los cuales aspiraba: ser escritor y ser académico–si es que son cosas disímiles aquí en estas latitudes–. Lalo demostró un dominio de la nostalgia. Llegué a sentirme mal por la inhabilidad del personaje de editar los poemas de su colega al final de la novela; sentí que había soledad en esas últimas páginas, sentí frío de ciudad– vivía en Santa Rita para ese entonces –y sentí que había un sufrimiento específico para el olvido. Lalo me enseñó que a muchos de los que dejamos la salud y la vida en unos cuantos papeles nos van a olvidar y que después de semejante purgatorio solamente quedará el cadáver de un recuerdo. Y creer que lo contrario es posible solo aumenta ese sufrimiento. Esa novela dejó eso y luego leí otra faceta de Lalo en Los pies de San Juan. Y si me sentí triste con La inutilidad, con este otro me puse a pensar en ciudades con pies. Las fotos que se intercalan en las páginas de este texto hacen que inevitablemente se medite la cuestión situacional del que lo lee. Lastimosamente, no he vuelto a ver el libro, no lo he conseguido y la biblioteca me queda lejos. Aviva mi curiosidad el acometer los consejos de Jorge Mañach cuando indicaba que los pichones de escritores pueden aprender del estilo de autores más excelsos si se sientan con lápiz y papel a imitarlos pero, sinceramente sería una experiencia completamente distinta el escribir un “Los pies de Moca”. El punto, para no irme de la línea de este escrito, es que no he vuelto a tener Los pies de San Juan en mis manos, cosa que no sucede con otro escrito de Lalo que aparece en un librito rojo– los libritos rojos siempre llaman la atención – que se intitula Escribir la ciudad. Este en realidad pertenece a Maribel Ortiz y a Vanessa Vilches Norat en cuanto a la edición pero, sobre el contenido, pertenece a muchos, incluido a Lalo entre ellos. Particularmente, de Lalo hay un ensayo que se llama “La ciudad de los demonios”. Cuando lo leí no podía dejar de pensar en dos cosas, o bueno en una sola que se divide en dos: Que Rodríguez Juliá le contesta a Lalo a inicios de su ensayo– que a su vez es el inicio, en cierta medida, del libro– y que el escrito de Lalo me recordó esa San Juan que se desdobla en La noche oscura del niño Avilés de Rodríguez Juliá. Y puede que surjan dos o tres voces que digan que en realidad solo pensé en Rodríguez Juliá, cosa que no me está mal– que aprovecho para enviar a Edgardo mis respetos y un saludo desde acá en el pueblo de los vampiros –pero que no necesariamente sintetiza lo que pensé al leer a Lalo en aquel momento. Lo que sí quisiera subrayar es que “La ciudad de los demonios” me impactó por la reflexión de la nomenclatura de nuestra mpatria– y acopio aquí la primera acepción del matabrutos de la Real Academia cuando ilustra que la

palabra nomenclatura se refiere a una “[l]ista de nombres de personas o cosas” porque si se reflexiona nuestra mpatria tiene una lista que comienza por San Juan Bautista, sigue con Puerto Rico, va por Porto Rico y luego regresa a Puerto Rico; pero perdonen la digresión porque lo que aquí importa es Lalo –cuando el autor señala que San Juan fue una ciudad que “dudó de su bautismo”. Y ese fue uno de esos momentos que, como dice Neruda en sus memorias, uno se asombra del autor porque te regala uno de esos instantes en que tienes que separar los ojos de las letras y mirar a otro punto, una taza o un paisaje, y pensar “¡Qué bien escribe este tipo!” Y eso es precisamente a lo que quería llegar con esa línea con la que comencé este escrito, hablar sobre las veces que Lalo te puede hacer sacar los ojos del papel y mirar a otro punto y pensar que la literatura es la cosa más buena después del café. Y yo pienso que deberían leer a Lalo para que les pase eso, eso y la tristeza y San Juan y otras cosas que no caben en un paréntesis.) Y lo felicito por su reciente logro al ganar el premio Rómulo Gallegos.