miércoles, 31 de julio de 2024
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domingo, 14 de julio de 2024
La serpiente muere por la boca y por el rabo: Uróboros de Andrés L. Córdova Phelps
Uróboros
Andrés L. Córdova Phelps
Edición independiente
246 páginas
Retomar el acostumbrado paso de la crítica literaria tras los acontecimientos de estas fechas es una tarea sumamente difícil. Cuestiones profesionales, personales y llanamente perturbadoras, con solo mirar las redes, atrasan o mutan las fechas en que se puede escribir tranquilamente sobre un texto. Ahora, no valen los prolegómenos, el ejercicio de esta entrada busca hacer un poco de justicia— con todo el candil que esa palabra trae a este libro— a un texto del colega profesor y abogado, Andrés Córdoba Phelps.
El texto es una clara referencia al quehacer de Nietzsche y la intención se vislumbra en una estructura que abandona la plasmación en párrafos. Se escribe aquí en pequeños aforismos, casi versos, que contienen el desdoblamiento de silogismos y el cuestionamiento de las fuentes del poder. Córdova es lector de los clásicos, interroga y burla principios y trae problemas a las definiciones sustentadas por el Derecho. Todo esto con ganas de joder.
Lanza dardos desde las primeras páginas cuando vislumbra: "La República platónica, como Comala, está protegida por los muertos". Yace aquí un enorme juego de intenciones en donde la mención del poblado donde se pierde Juan Preciado parece un aviso como el que se le interpuso a Dante al momento de bajar al primer círculo infernal. Este último concepto, su circularidad y el castigo eterno, se suma al problema del laberinto que es la Comala de Pedro Párramo. Este texto y el Derecho—con la mayúscula que se dedica a criticar— son las fauces de algo donde es trabajoso salir y donde ya hay muchos muertos a quienes leer y escuchar.
Más adelante expulsa: "Cuando se dice que es cuestión de Derecho, lo que está diciendo entrelíneas es que es custión de fuerza". Las nociones, las definiciones, los trabalenguas de la nomenclatura, se pierden cuando se acciona aquello que Facundo Cabral narraba: ¿Qué es un general desnudo?". Así, línea a línea se descubre que la fuerza de la que habla el texto es aquella que ha dejado a los muertos antes mencionados y que cimenta la ciudad de las letras. El acto del libro es despojar vestiduras y ver qué le da la fuerza a esta cosa. Uróboros suena aquí al exhalar del cigarillo de Arendt cuando reconoce que el Derecho impera, tal vez, con una banalidad que permite la legitimación de barbaridades.
Es casi con añoranza que el libro a veces se rebela contra sí. La culebra se come el rabo, con náuseas. "Cometemos una injusticia con nosotros mismos cuando domesticamos nuestras inclinaciones anarquistas", dice. Es una voz que imita al derecho con su capacidad de sancionarse incluso a sí mismo. Esto recuerda algunas referencias a Walter Benjamin— que en este libro asoman la cabeza/rabo a cada rato. La cruda metáfora de violentarse a sí mismo en el escape de la violencia. ¡Morir perdiendo Las Arcadias! Queda así el cuerpo expuesto, ultrajado como semiosis de la violencia cuan estudia Sontag.
Estos asuntos— Derecho, violencia, Benjamin, autoridad— recuerdan cuando Jacques Derrida adujo que el pensamiento benjaminiano no es ajeno a interpretar la intención de la violencia del derecho para crear tautologías y síntesis a priori en torno su realización y convenciones. Esto es, se da a sí mismo los medios para decidir entre la violencia legal y la ilegal. Apunta Córdova Phelps que "La legalidad paradójicamente evoca y está enmarcada por la ilegalidad". No en vano las manos de Escher se vuelven una constante durante la mayoría del texto:
Ahora, Uróboros no descansa solamente en ser un ejercicio de crítica teórica o de filosofía. Otras partes de la publicación como las de "Los veinticuatro juristas" tiene un clásico juego cervantino: El texto encontrado, la multiplicdad de autores, las fuentes dúbitas de la escritura son muestras de que en el derecho mismo y en el ojo que lo critica no hay consistencia si no la de la serpiente que eternamente se devorará sin nunca alcanzar un final.
Solo le queda a uno la salida de la locura. La risa y el absurdo son a veces una música de fondo en el libro. Tal vez al igual que un Nietzsche incoherente que se consume— la mente que termina devorando la propia mente— en el soñar con caballos que sufren.
"Las cosas serían mucho más fáciles, sugería irónicamente Ernst Bloch, si pudieramos comer grama", dice Uróboros, como si fuera la voz del caballo abrazado por el filósofo. Una remembranza de aquel episodio garcíamarqueño que traduce como finalidad de todo asceta de intelectual el doblarse en el patio a hacer el ridículo: "¿Qué clase de hierba, doctor?» Y él, con su parsimoniosa voz de rumiante, todavía perturbada por la nasalidad: «Hierba común, señora. De esa que comen los burros".
Uróboros es un texto diseñador para una persona que ha leído ciertos otros libros, o bendito, jurisprudencia, y le alberga un cansancio. Tal vez el profesor de derecho o el abogado que busca escapar de la cotidianidad. ¡Alguien que mira la grama y le da hambre¡ En fin, que se mira al pasado con algo de ironía y jocosidad. Tal vez se recuerda que en algunos monasterios del conocimiento escolástico, con su sobriedad y barbas llenas de letras colgantes existía algún arquitecto que dibujó una macabra carcajada de algún demonio en relevie de pared.
En mi caso, los días de docencia en la Interamericana terminaron. No recuerdo ni aquel número de empleado que asignaban. No obstante, el texto de Córdova Phelps rememoró en mí las tertulias y sobremesas de los compañeros del Departamento de Estudios Humanísticos quienes hablaban de la inmortalidad del cangrejo, los significados del evangelio y las noticias de ayer mientras observaban el "bowl" girar en el microhondas de la cocina de facultad. ¡Qué buenos tiempos aquellos! ¡Qué deliciosa la yerba que como hoy!