Ser el ficciólogo comenzó a darme todos los martes a las 10:14am desde que tenía 11 años. No obstante, ser el ficciólogo pasó también a los miércoles, allá en la época de Oro donde las coronitas estaban a peseta.
Ser el ficciólogo implica ver con los ojos de las manos, tocar con las manos de los ojos. Sufrir de antítesis como esa y otras taquicardias literarias.
Ser el ficciólogo es estar en contacto constante con la naturaleza literaria, los árboles de palabras, los ríos de embustes y las yerbabruja de verbosidad en las que pasto cual animal imbécil en inanición.
Ser el ficciólogo es estar tan y tan cansado del control de la “academia”, de ser continuamente observado con mesura ante la evidente carencia de la “disciplina” que se necesita para ser “exitoso” en los “estudios”.
Ser el ficciólogo implica ser contestatario y un poco subversivo, lo suficiente como para hincar en las bolas del “establishment”. Lo que se necesita para ser un hongo vaginal del Gobierno.
Ser el ficciólogo conlleva estar leyendo, leyendo, leyendo, leyendo y nuevamente leyendo cosas que no se asignan en los prontuarios. Como buen patriota, colgarme en dos o tres clases en la universidad de la vida, no dejando a un lado el mandar un poquito al carajo los currículos.
Ser el ficciólogo significa estar en una línea bien difusa entre la Literatura, el Derecho y el Periodismo…no sin antes advertir, con rótulos enormes (que jamás serán tumbados por El Departamento de Obras Públicas) que en realidad no se ha estudiado ninguna de estas materias. Que no se es filósofo si no se nace bruto y luego se busca el cuerno de la abundancia retórica.
Ser el ficciólogo es ser hijo del sociólogo/historiólogo y la secretarióloga/facturóloga y llamarse por un nombre y un binomio de apellidos. Ser ficciólogo también conlleva una vida de cauces en unión de hecho/sacramenta/sexual con la teatróloga/pedagógoga.
Ser el ficciólogo da licencia para matar verbos, degollar libros y unirlos luego como un Frankenstein sudado y bello, recién parido gracias a los pujos de la madre MUSA.
Ser el ficciólogo dota de un poder sobrenatural a lo superman (que nadie se da cuenta que viste el Red, White and Blue, pero es en realidad un extrarreste en EE.UU., un “ilegal Alien” de Kryptonia) para mandar al carajo a quien me de la gana y cuando me de la gana, en nombre de la paciencia artística y el reumatismo de mi exilio en los libros.
Ser el ficciólogo se pega como una gripe de desgracia verbal. Te consumirá y se esparcirá a tus hijos y los hijos de tus hijos, hasta que los hijos de los hijos (ficciólogos todos) hagan el Gobierno de la Ficciólogía.
Att.
EL FICCIÓLOGO
NOTA: Esto es sólo una pieza de uno de mis libros inéditos. Su reproducción está rotundamente prohibida so pena de ficcidio.
¿Y ser ficciólogo también entabla poner un enlace al blog del Makarakachimba, Sorpréndeme? Creo que muchos nos podemos identificar con este escrito. Pa' lante.
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