miércoles, 8 de febrero de 2012

Entuertos...

Entuertos[1]
A Cezzane Cardona,
con agradecimiento a Edgardo Nieves Mieles,
eterno coconspirador…

Un día habíase quedado Zaratustra dormido debajo de una higuera, pues hacía calor, y había colocado sus brazos sobre el rostro. Entonces vino una víbora y le picó en el cuello, de modo que Zaratustra se despertó gritando de dolor. Al retirar el brazo del rostro vio a la serpiente: ésta reconoció entonces los ojos de Zaratustra, dio la vuelta torpemente y quiso marcharse. «¡No, dijo Zaratustra; todavía no has recibido mi agradecimiento! Me has despertado a tiempo, mi camino es todavía largo.» «Tu camino es ya corto, dijo la víbora con tristeza; mi veneno mata.» Zaratustra sonrió. «¿En alguna ocasión ha muerto un dragón por el veneno de una serpiente? - dijo. ¡Pero toma de nuevo tu veneno! No eres bastante rica para regalármelo.» Entonces la víbora se lanzó otra vez alrededor de su cuello y le lamió la herida.
Nietzsche, Así habló Zaratustra, “De la picadura de la víbora”
¿Sabe el escritor recién parido lo que dijo Lope de Vega, magnífico dramaturgo a veces y cabrón mayúsculo siempre?: “Ningún escritor es tan malo como Cervantes”. 
Luis Rafael Sánchez, “La piel de la palabra”, 21 de agosto de 2011

Supuse, por cuestiones de la casualidad, que prontamente aparecerían reseñas y comentarios en torno a mi libro Ficciología en los meses de enero a marzo del 2012. De entre éstas, la de El Nuevo Día me era de especial interés por saber, casi con un grado de misticismo, cómo sería en términos de redacción y comentarios.

No me sorprendió la mañana del 5 de febrero cuando Ficciología apareció en una esquinita de la Revista ¡Ea! (Página 18, para ser exacto) bajo el título “Cuentos de un escritólogo”. La nota (por llamarla de alguna manera y de esto hablaremos luego) fue desarrollada por la Dra. Carmen Dolores Hernández y consta de unos 132 vocablos–de las cuales descarto unas 15 ó 18 palabras por ser meramente menciones de algunos de los cuentos que conforman la colección– y una foto de la portada.
Para que no queden dudas sobre el contenido, el cual no puede ser copiado de la web, me atrevo a hacer una transcripción ad verbatim del mismo:
… temas diversos, cuya calidad es igualmente diversa. Los hay logrados …; los hay francamente decepcionantes … Los desaciertostienen que ver con una excesiva complicación de la narración…
Lo desastroso, en ambos casos, es el poco cuidado en la edición. Hay errores ortográficos crasos y el frecuente mal uso de las palabras redunda en una redacción defectuosa… 



Carmen Dolores Hernández. "Cuentos de un escritólogo". El Nuevo Día. Revista Ea!. Pág. 18. 5 de febrero de 2012. (Negrillas del autor)

Como se puede apreciar, la visión de la crítica establece un tono generalista en el cual predominan los adjetivos “decepcionantes” “desaciertos” “desastroso” y “defectuosa”. Todos con la misma letra con que comenzó la nota, o sea, al hacer acopio de las palabras “diversos” y “diversa”. Este elemento un tanto artístico –parece un tautograma– no es excluyente de la palmaria ausencia de fundamentos con los cuales se pueda medir el porqué de los adjetivos. Así, existe cierto grado de arbitrariedad o, a mejor decir, una espontaneidad en cuanto a las bases para determinar el valor del contenido de la publicación.

En cuanto a qué es este ejemplar, aduzco que no es “crítica” por carecer de elementos teóricos o ejemplificativos que lleven al lector a acuñar el alcance artístico de la obra en base a un marco crítico. Por otro lado, no es una reseña ya que no podría calificarse de una noticia  y consecuente examen de una obra con un fin informativo sobre su contenido. (En esencia, no cumple siquiera con los requisitos mínimos de una nota periodística dentro del axioma contemporáneo de la información glosada siguiendo la doctrina de la “pirámide invertida”) Luego de un análisis diferencial sobre la manera en que está redactada la pieza es casi forzoso concluir que esto es una simple nota, un comentario impreso que más se adecua a las formas de un epitafio – y al parecer tiene esas intenciones–.
Por eso de no “dejar al lector con ganas de mas”,[2] tomaré el atrevimiento de exponer algunos comentarios críticos u observaciones objetivas en torno a este fenómeno literario/periodístico. Primeramente, hay que dar la avanzada con la aclaración de que el contenido del escrito, por presunción, es de la autora. Algunas personas me comentaron que existía la posibilidad de que fuese un tercero el que haya insertado o cambiado la nota. Este elemento es altamente improbable ya que todas las “reseñas” son bautizadas con las siglas “CDH” indicativo de la autoría de la Dra. Hernández.[3]
Además, otros me han comentado que la libertad “periodística” o “crítica” de la Dra. Hernández se encuentra limitada por la mano editorial del periódico. Me han dicho que lo escucharon de su propia boca, lo cual entiendo que es muy cierto ya que un rotativo tiene el derecho constitucional de plasmar el contenido que desee, de la manera que lo desee. Sin embargo, considero que el acto de colocar las iniciales al final de cada nota, así como el factor de plasmar el correo electrónico de la autora al pie de la página son muestras de que la redacción es personalísima de la Dra. Hernández. O sea, si bien el contenido (los libros que se seleccionan) sigue unas pautas, lo que se escribe de ellos es pura creación de la profesora.
Esto lleva a cuestionarnos varias cosas. Lo primero es considerar la abalanzada queja por parte de muchos escritores puertorriqueños en cuanto a que esta sección de la Revista ¡Ea! reseña mayormente libros extranjeros y descarta a los locales. Esto ya ha quedado virtualmente claro pues sabemos o colegiamos que la autora ha testimoniado que es una política editorial ajena a sus funciones. Empero, ¿por qué entonces cuando sí aparece un libro puertorriqueño se le acribilla la mayoría de las veces?[4]
Para ser más prácticos, ejemplifico: Si se me exigiese escribir, primordialmente,  de libros extranjeros, ¿por qué utilizo el poco espacio que tengo para mancillar a autores locales? ¿No sería más provechoso usar dicho espacio para hablar bien de alguno que otro libro autor local? Más aun, sobresalta la gran interrogante: Si el libro en verdad no me gustó mucho, ¿por qué elijo que publiquen semejante nota? ¿No sería mejor dejar ese espacio para un libro verdaderamente merecedor de una reseña?
Estas preguntas surgen por un colegiado de interlocutores con los que he podido dialogar desde hace varios meses, quienes han visto sus obras enfrentarse a la imponente figura de la Dra. Hernández. Así, en un pasado no tan remoto, accedí en la defensa de Cezzane Cardona cuando la pluma de Hernández prácticamente destrozo –con ataques personalistas– la obra La velocidad de lo perdido.[5] En otra ocasión escuchaba como el autor de la historia del Colegio de Abogados de Puerto Rico, el Dr. Carmelo Delgado Cintrón, me comentaba como un domingo vio su publicación por el piso y luego, esa misma semana, cuando se celebraba una actividad en torno a las Cortes de Cádiz, la propia Dra. Hernández lo saludó y felicitó como si nada hubiese pasado. O sea, estas cosas pasan, esta vez me tocó a mí, o mejor decir a mi libro.
Por eso, aunque no estoy en total desacuerdo con la Dra. Hernández (con esto quiero decir que hay algunos de mis cuentos que ni yo soporto) considero que existe una desigualdad muy marcada en su reseñas. En primer lugar se encuentra esa tajante arbitrariedad con que dice “esto es bueno y esto es malo”, “esto sirve y esto otro no”. ¿De dónde saca semejante autoridad? ¿Bajo qué marco crítico? ¿Con qué fuentes? Simplemente sorprende la forma en que toma un puñado de mis cuentos y los pone a diestra y siniestra, como si fuese el juicio final de la literatura.
Sin dudar de sus cualificaciones como perita en literatura, encuentro que es un acto sumamente caprichoso el estar hablando sin fuentes objetivas que le demuestren al lector la razón de sus conclusiones. Un análisis de contenido no puede hacerse a estas expensas. Si bien el crítico está en todo su derecho de pasar juicio sobre una obra, eso no da derecho a hacerlo defectuosamente. O sea, hay que ser buen crítico y establecer un estándar de referencias, lecturas comparativas e identificación de fuentes literarias o críticas que den base a un comentario de altura sobre la obra. Más a fondo, un crítico no tiene inmunidad, tiene su título en juego, su prestigio y la estima como persona que justiprecia la literatura. En sumatoria, la forma de criticar revela las bases de su calidad intelectual y moral. No sólo hay que observar qué escoge para criticar, hay que ver cómo lo critica, con qué lo compara y cómo lo yuxtapone.

En segundo término (y circunscribiéndonos a lo que pasó con Ficciología), si se comparan las reseñas de Desperate Romantics de Franny Moyle y Van Gogh. The life de Steven Naifeh y Gregory White Smith (que aparecen en la misma página) se puede percibir un estilo completamente opuesto a aquel utilizado para referirse a mi texto. En cuanto al libro de Moyle, la nota es de unas 1,000 a 1,200 palabras en las cuales no se menciona nada despectivo de la publicación que motivó a hacer la serie de televisión de la BBC. En la evaluación de estos trabajos se aplaude con ahínco su contenido y no se cae en las rudimentarias observaciones sobre un error tipográfico o un error de edición.
Por tal razón, debo comentar que yo no fui el corrector de mi libro. El trabajo de edición se le delegó TOTALMENTE al Instituto de Cultura Puertorriqueña. Ni siquiera hice una lectura final del trabajo previo a su publicación, nunca me llamaron para ello a razón de que di mi anuencia para cualquier cambio y estaba enfrascado en mis quehaceres de jurista. O sea, para tenerlo BIEN claro, una cosa es el trabajo del artista y otra cosa son los errores editoriales o de impresión (quien trabaje en un periódico sabe eso y más). Ergo, no se le puede echar toda la responsabilidad al escritor por aquello que es responsabilidad editorial. Así, uno de los errores de esta nota es no diferenciar con precisión dónde termina la labor del autor y dónde comienza la del corrector. (Muy similar a lo que le acaeció a la novela de Cardona)
Pero hay más. En un tono mucho más personal, me encantaría ver la cara de Sra. Franny Moyle, así como la de Steven Naifeh y Gregory White Smith cuando lean la reseña. Irónicamente, existe una enorme posibilidad de que nunca lo hagan porque las notas de la Dra. Hernández no se pueden acceder a través de la web y, es muy improbable que el Sra. Moyle se levante un domingo a comprar El Nuevo Día en el colmadito de la esquina allá en Reino Unido. A toda luz, las reseñas que compartieron espacio con Ficciología son una mesurable pérdida de espacio informativo así como de tinta impresora ya que no hay muchas opciones para que los autores vean la reseña; sin dejar a un lado, el hecho de que los lectores no pueden auscultar dónde adquirir semejantes libros tan bien reseñados en el rotativo nacional.
Pero por estas nimiedades no me tomen a mal. Me siento bien con la nota de la Dra. Hernández. Esto a razón de que el gran entrampamiento que es Ficciología se ha cumplido a cabalidad. La intención de la redacción, el tono y la forma en que está escrito el libro es una recreación literaria del concepto “ficciología” de Quince Duncan. O sea, y en palabras del propio costarricense:
Se ha propuesto el término ficciología (“Visión Panorámica de la Narrativa Costarricense: una lectura histórico social”. En, Revista Iberoamericana, No. 138-139 España y Estados Unidos. 1987) como término apropiado para denominar  la disciplina que estudia el fenómeno de la ficción desde una perspectiva de totalidad.

La ficciología se ocupa del estudio de la ficción como sistema: la estructura interna, el contenido, la relación del  relato con el entorno.[6]

A razón de esto es que mi texto busca agobiar, confundir, y maniobrar con el lector por un mundo donde lo más nimio e insignificante se convierte en un universo literario con una multiplicación exponencial de sus posibilidades narrativas. Por tal factor, cuando la Dra. Hernández congenia que “[l]os desaciertos tienen que ver con una excesiva complicación de la narración que oscurece tanto el desarrollo de la trama como el flujo del lenguaje”, en sí está siendo víctima de la intención de este, su servidor.[7] Confieso que dentro de la nota, esta oración me llenó de alegría al saber que la profesora había sido víctima de mi macabro juego literario. Repito, como tantas veces: “Mi intención es que tires el libro, me maldigas, te canses y te sientas perdido en un mundo donde absolutamente todo puede ser un cuento”.

No más, concluyo con mi estribillo de siempre: Cuando dirigí la sección de “Crítica de Libros” en WRTU se hacían exégesis mayormente de libros puertorriqueños (aunque en alguna que otra ocasión, me aventuré a España y Latinoamérica) y no había por qué desperdiciar los 3 minutos de grabación en hablar mal de un libro. Tampoco podía andar comparando los estilos de antaño con la literatura contemporánea y mucho menos recomendar libros de difícil acceso a los lectores. No cobraba un centavito por esa labor y no estaba pendiente si mis palabras salían en la contraportada de un libro, porque a fin de cuentas los textos se defienden solos y nosotros los llamados “críticos” somos materia colateral en el asunto. Si no: pregúntele a la Cervantes, a García Márquez, a Carmelo Rodríguez Torres.


[1] Prescribe el RAE: “Dolores de vientre que suelen sobrevenir a las mujeres [y los escritores] poco después de haber parido [o publicado, según sea el caso].
[2] Elemento que es importantísimo en la redacción de una reseña.
[3] No obstante, si no es así, la profesora debería, de una vez y por todas, clarificar lo cierto o falso de esa aseveración.
[4] Entiendo que deben existir algunos ejemplares en que no se inflame tanto a una publicación puertorriqueña.
[7] Trolololololololo.

lunes, 6 de febrero de 2012

La academia como arma (@Cruce)



La guerra es un elemento regido por factores sicológicos más que mecánicos. Miedo, engaño, desinformación, medias verdades, apariencia: estos son algunos elementos altamente valiosos para llegar al fin último, la victoria– social, política y material –del campo de vida del no-autonominado “enemigo”. Este ejercicio de poder y destrucción ha sido tan antiguo como la historia misma, se ha debatido, performado, (de)construido y hasta satirizado. Sin embargo, a pesar de que para algunos es un tema fatídico  y cansón (lo vemos en las películas, los juegos, la mercancía, etc., etc.), ha llegado a un nivel de centralidad que repercute en tener que enfrentar la guerra a la teoría y desmenuzar sus componentes a través del cuestionamiento positivista y realista.

Un tanque M1 Abrams (EE.UU.) sirve su propósito si puede hacer tres cosas de forma efectiva: hacerle creer al enemigo que es otra cosa– una piedra, una loma de tierra, un conglomerado de arbustos–; disparar efectivamente; y, luego, crear terror en el “otro”. Lo mismo se podría decir de un equipo de asalto Spetnaz (Rusia) o un escuadrón aéreo de Typhoons (Reino Unido). Curiosamente cada uno de los elementos de destrucción mencionados pertenecen a tres superpotencias que, a pesar de su formidable maquinaria económica y tecnológica de guerra, se han valido de otros ejercicios mucho más productivos para ganar: la ciencia.
Según los modernos axiomas bélicos, antes de cualquier movilización un país debe medir lo que va a hacer y plantearse cómo lo va a llevar a cabo. Así, este llamado arte (Sun Tzu) no sólo se vale de la fuerza bruta, de la mejor tecnología o los potentes aliados. Su ejercicio conlleva el uso de prácticamente todas las Ciencias Sociales con el fin de desarrollar un producto capaz de agilizar la toma de decisiones estratégicas. A esta materia prima los teóricos bélicos lo llaman “inteligencia militar”.
Para aquellos escépticos que todavía no creen en el poder de estas ramas del saber y sus efectos en manos totalizadoras, el Dr. Guillermo Iranzo Berrocal nos regala un librito muy quisquilloso, de unas 76 páginas, en formato casi de bolsillo y con un lenguaje académico que no le quita -o le da– sueño al lector casual. Se intitula Antropología y Guerra en Puerto Rico. Bautizado bajo el sello de Editorial Isla Negra, constituye, tal vez, una de las miradas más críticas a la antropología occidental moderna.

El texto va al grano al identificar al autor con la concepción anticolonialista del discurso científico del siglo XX. Iranzo Berrocal acepta que una relación de desigualdad se desarrolla en la academia y que los métodos que muchas veces se enseñan con esmero y confianza fueron en el ayer instrumentos de conquista y, sobretodo, de guerra. El antropólogo enfoca con un acercamiento ético la relación de la antropología y la guerra dentro del periodo de 1900 a 2000 en Puerto Rico. Su verbo comienza dibujando la trayectoria de célebres figuras como Otis Mason, Franz Boas y Harry Shapiro, entre otros.
Estos pilares de la investigación antropológica han tenido un impacto marcado en la historia puertorriqueña y, en cierta medida, han definido mucho de lo que en aquel tiempo se veía como su devenir.  No obstante, Iranzo sacude la historia y deja en el tapete las instituciones– Smithsonian Institute, el Departamento de Guerra y las agencias de inteligencia estadounidense –que fomentaron a estos individuos y las razones por las cuales sus investigaciones fueron catapultadas al recién adquirido territorio puertorriqueño.
Antropología y Guerra en Puerto Rico presenta cuáles fueron los cimientos de muchas iniciativas culturales y jurídicas tales como el Proyecto Puerto Rico, el Instituto de Cultura, la Ley Foraker y las estrategias para lidiar con el avance de los nacionalismos a nivel local y mundial. Iranzo Berrocal enfatiza en la importancia que tuvo la antropología en la conquista de los territorios continentales de EEUU– la creación del U.S. Geological Survey, el Bureau of American Ethnology y los proyectos para tratar a las comunidades aborígenes, entre otros – así como sus aportaciones a las expediciones que rebasaron los límites del territorio estadounidense.
Es de suma importancia destacar que los elementos que subraya el autor se sumieron a un constante cambio gracias a fuerzas un tanto exógenas como lo fueron la Primera y Segunda Guerra Mundial, así como la Guerra Fría. (Nuevamente el elemento de la guerra se interpone como una variable determinante) No obstante, el autor hilvana sus argumentos con el fin de observar las repercusiones que esos sucesos tuvieron en la antropología practicada en Puerto Rico y viceversa. A modo de muestra, el autor desentrañará efectos que pudieron incidir en la política estadounidense que se pueden trazar a sucesos tan remotos como el asesinato de Trotsky en México o la persecución de los remanentes del gobierno fascista Alemán.
A pesar de que Antropología y Guerra en Puerto Rico presenta un cuadro sumamente tétrico en cuanto a temas que parecerían sacados de película– Control ideológico de Puerto Rico a partir de 1950, el ejercicio de operaciones contra los movimientos locales a través del COINTELPRO y la experimentación de campo con Puerto Rico –su mayor aportación es decirlo en un lenguaje capaz de activar suspicacia en el lector. No por eso el autor se limita a los “temas serios” ya que de vez en cuando nos presenta información reveladora y hasta divertida. A modo de ejemplo, un dato interesante se da cuando el texto comenta la intervención con el afamado antropólogo belga Claude Lévi-Strauss y su subsiguiente detención en Santurce por sospechas de que fuera un agente del gobierno Nazi.
A grosso modo, Antropología y Guerra en Puerto Rico es un libro que se lee con cuidado a pesar de su corta extensión. Las referencias a proyectos, leyes y figuras pilares de la ciencia antropológica lo hacen un libro enriquecedor en las manos de investigadores pero no por eso lo exime de una lectura amena por aquellos inexpertos de las ciencias sociales. La construcción de los capítulos es consecutiva y se libra de dejar una impresión escueta, como otras publicaciones, donde sólo se presentan cataplasmas y viñetas en espera de que el receptor haya hecho su propia bibliografía previa. A pesar de lo anterior, hay que darle mayor mérito a la labor integradora que hace Iranzo Berrocal, su libro desarticula la concepción de que el gobierno se desinteresa por la academia; todo lo contrario, la ha usado como arma y quizás la más efectiva.