lunes, 6 de febrero de 2012

La academia como arma (@Cruce)



La guerra es un elemento regido por factores sicológicos más que mecánicos. Miedo, engaño, desinformación, medias verdades, apariencia: estos son algunos elementos altamente valiosos para llegar al fin último, la victoria– social, política y material –del campo de vida del no-autonominado “enemigo”. Este ejercicio de poder y destrucción ha sido tan antiguo como la historia misma, se ha debatido, performado, (de)construido y hasta satirizado. Sin embargo, a pesar de que para algunos es un tema fatídico  y cansón (lo vemos en las películas, los juegos, la mercancía, etc., etc.), ha llegado a un nivel de centralidad que repercute en tener que enfrentar la guerra a la teoría y desmenuzar sus componentes a través del cuestionamiento positivista y realista.

Un tanque M1 Abrams (EE.UU.) sirve su propósito si puede hacer tres cosas de forma efectiva: hacerle creer al enemigo que es otra cosa– una piedra, una loma de tierra, un conglomerado de arbustos–; disparar efectivamente; y, luego, crear terror en el “otro”. Lo mismo se podría decir de un equipo de asalto Spetnaz (Rusia) o un escuadrón aéreo de Typhoons (Reino Unido). Curiosamente cada uno de los elementos de destrucción mencionados pertenecen a tres superpotencias que, a pesar de su formidable maquinaria económica y tecnológica de guerra, se han valido de otros ejercicios mucho más productivos para ganar: la ciencia.
Según los modernos axiomas bélicos, antes de cualquier movilización un país debe medir lo que va a hacer y plantearse cómo lo va a llevar a cabo. Así, este llamado arte (Sun Tzu) no sólo se vale de la fuerza bruta, de la mejor tecnología o los potentes aliados. Su ejercicio conlleva el uso de prácticamente todas las Ciencias Sociales con el fin de desarrollar un producto capaz de agilizar la toma de decisiones estratégicas. A esta materia prima los teóricos bélicos lo llaman “inteligencia militar”.
Para aquellos escépticos que todavía no creen en el poder de estas ramas del saber y sus efectos en manos totalizadoras, el Dr. Guillermo Iranzo Berrocal nos regala un librito muy quisquilloso, de unas 76 páginas, en formato casi de bolsillo y con un lenguaje académico que no le quita -o le da– sueño al lector casual. Se intitula Antropología y Guerra en Puerto Rico. Bautizado bajo el sello de Editorial Isla Negra, constituye, tal vez, una de las miradas más críticas a la antropología occidental moderna.

El texto va al grano al identificar al autor con la concepción anticolonialista del discurso científico del siglo XX. Iranzo Berrocal acepta que una relación de desigualdad se desarrolla en la academia y que los métodos que muchas veces se enseñan con esmero y confianza fueron en el ayer instrumentos de conquista y, sobretodo, de guerra. El antropólogo enfoca con un acercamiento ético la relación de la antropología y la guerra dentro del periodo de 1900 a 2000 en Puerto Rico. Su verbo comienza dibujando la trayectoria de célebres figuras como Otis Mason, Franz Boas y Harry Shapiro, entre otros.
Estos pilares de la investigación antropológica han tenido un impacto marcado en la historia puertorriqueña y, en cierta medida, han definido mucho de lo que en aquel tiempo se veía como su devenir.  No obstante, Iranzo sacude la historia y deja en el tapete las instituciones– Smithsonian Institute, el Departamento de Guerra y las agencias de inteligencia estadounidense –que fomentaron a estos individuos y las razones por las cuales sus investigaciones fueron catapultadas al recién adquirido territorio puertorriqueño.
Antropología y Guerra en Puerto Rico presenta cuáles fueron los cimientos de muchas iniciativas culturales y jurídicas tales como el Proyecto Puerto Rico, el Instituto de Cultura, la Ley Foraker y las estrategias para lidiar con el avance de los nacionalismos a nivel local y mundial. Iranzo Berrocal enfatiza en la importancia que tuvo la antropología en la conquista de los territorios continentales de EEUU– la creación del U.S. Geological Survey, el Bureau of American Ethnology y los proyectos para tratar a las comunidades aborígenes, entre otros – así como sus aportaciones a las expediciones que rebasaron los límites del territorio estadounidense.
Es de suma importancia destacar que los elementos que subraya el autor se sumieron a un constante cambio gracias a fuerzas un tanto exógenas como lo fueron la Primera y Segunda Guerra Mundial, así como la Guerra Fría. (Nuevamente el elemento de la guerra se interpone como una variable determinante) No obstante, el autor hilvana sus argumentos con el fin de observar las repercusiones que esos sucesos tuvieron en la antropología practicada en Puerto Rico y viceversa. A modo de muestra, el autor desentrañará efectos que pudieron incidir en la política estadounidense que se pueden trazar a sucesos tan remotos como el asesinato de Trotsky en México o la persecución de los remanentes del gobierno fascista Alemán.
A pesar de que Antropología y Guerra en Puerto Rico presenta un cuadro sumamente tétrico en cuanto a temas que parecerían sacados de película– Control ideológico de Puerto Rico a partir de 1950, el ejercicio de operaciones contra los movimientos locales a través del COINTELPRO y la experimentación de campo con Puerto Rico –su mayor aportación es decirlo en un lenguaje capaz de activar suspicacia en el lector. No por eso el autor se limita a los “temas serios” ya que de vez en cuando nos presenta información reveladora y hasta divertida. A modo de ejemplo, un dato interesante se da cuando el texto comenta la intervención con el afamado antropólogo belga Claude Lévi-Strauss y su subsiguiente detención en Santurce por sospechas de que fuera un agente del gobierno Nazi.
A grosso modo, Antropología y Guerra en Puerto Rico es un libro que se lee con cuidado a pesar de su corta extensión. Las referencias a proyectos, leyes y figuras pilares de la ciencia antropológica lo hacen un libro enriquecedor en las manos de investigadores pero no por eso lo exime de una lectura amena por aquellos inexpertos de las ciencias sociales. La construcción de los capítulos es consecutiva y se libra de dejar una impresión escueta, como otras publicaciones, donde sólo se presentan cataplasmas y viñetas en espera de que el receptor haya hecho su propia bibliografía previa. A pesar de lo anterior, hay que darle mayor mérito a la labor integradora que hace Iranzo Berrocal, su libro desarticula la concepción de que el gobierno se desinteresa por la academia; todo lo contrario, la ha usado como arma y quizás la más efectiva.

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