lunes, 21 de mayo de 2012

El toque de la campana (@ Cruce)



Saludos nuevamente a aquellos que se dan la vuelta por este espacio.

http://revistacruce.com/letras/el-toque-de-la-campana.html


Estudiar la historia política de Puerto Rico es un ejercicio que se nutre a diario. Nada más se puede esperar de uno de los pueblos más activos en el proceso democrático. La efervescencia, el candor y el debate han sido parte de nuestro desarrollo social, de nuestra idiosincrasia isleña. La forma de hacer política, de discutirla y de analizarla es sumamente distinta a otros cuerpos antillanos. A pesar de ello, no puede negarse que todavía existe un largo trecho por trazar. La historia de la participación electoral puertorriqueña es un infante, sus hechos todavía son cercanos y hasta latentes– aún cuando el pueblo los olvide de un zarpazo – y son estos elementos los que fomentan que cada publicación sobre el tema se escoja con cuidado, se estudie puntillosamente y se aplauda (de ser necesario) con esmero. Para mi agrado, en este proceso analítico me he topado con una publicación primeriza de un intelectual joven.
El libro es en sí el arduo trabajo doctoral del colega Carlos Mendoza Acevedo, titulado Partido Acción Cristiana en la política puertorriqueña 1959-65. Este texto presenta un análisis profundo del impacto del Partido Acción Cristiana (en adelante “PAC”) en la historia y política moderna de la Isla.
Posicionar la publicación es un ejercicio maleable ya que puede ser bien acogido tanto por historiadores, científicos políticos y sociólogos. Su contenido divaga entre dichas materias pero se inclina por ser una mirada analítica del desarrollo (concepción, acción y decadencia) del movimiento en pro de la llamada Democracia Cristiana en Puerto Rico y su organismo propulsor, el PAC.
La redacción es netamente científica y se ve regida por la estructura expositiva y metódica de una tesis doctoral. No obstante, a pesar de verse circunscrito a este estilo, Mendoza no deja de ser un narrador conspicuo que lleva al lector a conclusiones válidas que son aderezadas por las numerosas fuentes bibliográficas, tablas y demás piezas históricas que sustentan sus conclusiones.
Varios son los planteamientos del autor, de entre los cuales se destaca el anotar que el PAC falló en promover el concepto de Democracia Cristiana de manera efectiva. Mendoza enlaza su conclusión a la del profesor Samuel Silva Gotay, al señalar que fueron muchos los escollos que atravesó el partido a la hora de desarrollar un concepto político sólido, capaz de enfrentarse a las ideologías predominantes en los partidos de entonces.
Para Mendoza la avalancha de críticas hacia el vínculo del PAC con la Iglesia Católica, el anticlericalismo y la presencia, en su mayoría, de jerarcas eclesiásticos de origen estadounidense, fue el catalítico para que la colectividad se viera imposibilitada de fundamentar los axiomas de la Democracia Cristiana.
No obstante, vale resaltar que este fenómeno político no ha sido acogido con mucha complacencia en otros países latinoamericanos. Así, en el caso de Perú, Vargas Llosa apunta que el movimiento era, en cierta medida, irrealista.[1] Dotado de líderes que venían de clases acomodadas, sin una pizca de conocimiento sobre los vejámenes de la mayoría popular peruana. Por otro lado, Clodomiro Almeyda señala que, más allá de Venezuela y Chile, la Democracia Cristiana sólo fungió como una tendencia del centro encaminada al reformismo y la tecnocracia.[2] Por lo cual, al sumar estas observaciones a las hechas por Mendoza Acevedo, se puede observar que sus conclusiones en cuanto al impacto de la Democracia Cristiana en Puerto Rico son más reveladoras para muchos planteamientos políticos contemporáneos y posicionan el análisis del autor a la par con las conclusiones expuestas por otros politólogos latinoamericanos.
Contrario a otros países en donde el movimiento logró acuñar un mínimo de poder político en masas de clase tecnócrata, empresarial y algunos jóvenes, en Puerto Rico, el PAC no pudo configurar y definir el concepto de Democracia Cristiana para dotar a sus seguidores de una ideología política consistente con la cual enfrentar a los demás partidos. Tales son las palabras del propio Mendoza.
Otro de los elementos que el autor subraya es el hecho de que el PAC cesó en el 1965 vis a vis la noción de que terminó en el 1960. Esto es, sin lugar a dudas, uno de los elementos que posiciona a Carlos Mendoza Acevedo como un historiador de primer orden al atreverse a refutar una noción generalizada sobre la muerte de un partido político– elemento que, en sistema como el nuestro, no puede ser soslayado vagamente–. Sin embargo, la aseveración del autor– que en sí pone (respetuosamente) en entredicho los escritos de María Mercedes Alonso, Samuel Silva Gotay, así como la Dra. Lourdes Lugo Ortiz – no es liviana ni enjuta, sino que se sustenta en un rastreo con vicios de bibliófilo en el cual el autor ausculta trabajos publicados e inéditos que analizan el periodo de existencia del PAC. A toda luz, lo enunciado por el autor es cierto y abre la posibilidad de analizar un periodo político para el PAC que ocurrió “por debajo” del radar popular y mediático.
Resta mencionar que el trabajo de Mendoza Acevedo arroja mucho albor sobre la figura del Lcdo. José Luis Feliú Pesquera, tanto así que gran parte de los capítulos no pueden escapar de su aura. Empero, vale mencionar que la tendencia no se juega en vano ya que, a pesar de no haber sido uno de los candidatos a los llamados “puestos grandes”, Feliú Pesquera fue la carta de presentación del PAC. Su conocimiento, experiencia política y desenvolvimiento internacional lo revisten con el título de líder máximo del partido.
Si algo está claro es que el PAC tiene más que contar sobre sus otras figuras pilares. Nada más con leer los últimos capítulos de Partido Acción Cristiana en la política puertorriqueña 1959-65 se percibe una intención de desenmascarar mucho más que los eventos oficiales del partido. Existe un oscuro pasaje sobre las trifulcas internas del PAC y los intentos de revivirlo así como su correlación e influencia en las plataformas políticas de los demás partidos corrientes.
            Por el momento, los adictos a la historia deberán conformarse con la aportación de Mendoza Acevedo la cual, no en vano, puede laurearse por ser un complemento necesario en cualquier curso de historia o política.


[1] Mario Vargas Llosa. El pez en el agua. Editorial Santillana. (2010). Pág. 319-20.
[2] Clodomiro Almeyda. La democracia cristiana en América Latina. Revista Nueva Sociedad. Núm. 82 Marzo-Abril de 1986. Págs. 139-49.

jueves, 17 de mayo de 2012

Klindo (@ .Crudo)



Otra más en .Crudo

Para el texto pueden acceder a:
http://www.crudoprod.com/klindo/


     He comprado una cosita pequeña y oscura. Un tanto barata para las posibilidades que tiene pero, sobre todo, capaz de subsistir bajo la amenaza rotunda de mi cónyuge al crear hipérboles que aseguran que nos vamos a inundar de páginas si llego adquirir un libro más.
     “Ni uno más” dijo, ni un anaquel más porque, según ella y sus hermosos ojos, hay más sitios para acumular libros que para acopiar cosas necesarias como ropa, comida y parafernalia cotidiana (A lo cual me atrevo a preguntar: ¿Cómo sería una casa llena de libros, incluso dentro de la estufa y debajo de la nevera?).
Vanidad de vanidades dirán, pero que mucho me ha emocionado el entrar tanta literatura en él aparatito. Como si yo anduviese con toda Alejandría debajo de un bolsillo cucando a los bibliófilos y zarandeando a los bibliotecarios. Porque de eso se trataba todo aun cuando admito que fue de gran ayuda al estudiar para la reválida de abogado. Fue útil andar con todos los repasos y los casos y los llamados pedefes para arriba y para abajo. Leyéndolos en la fila del banco, en la panadería al esperar el revoltillo con jamón y queso suizo, y también cuando el viejo me daba pon para ir a ver (q)uestiones de librerías, doctorados y vainas académicas que tanto nutren.
     La curiosidad, esa que dicen que mata felinos, siguió el curso normal de las aguas y me atreví a impulsar lecturas en el anglosajón moderno y de antaño en el dispositivo electrónico. Cosas que no había podido adquirir en los dos intentos de ahogarme en textos: el primero el bachillerato en Estudios Hispánicos (muchas cosas en el exquisito castellano) y el segundo el Juris Doctor (muchas leyes, casos y más casos). Al final del día mezclaba lo aprendido en ambos trances, analizaba cuáles textos me convendrían y hacía piruetas con las leyes y tratados de derechos autor y propiedad intelectual para ver qué presas estaban indefensas y solitas en algún rincón olvidado de la internetz. Poco a poco fui llenando los llamados “folders” con cosas en varios idiomas, cosas en pedefes y mobi y en cuanto formato pudiese con tal de pasar estos miopes por encima de las letras y gozar esa cosa nítida que la literatura, un café y una lluvia de tarde en Moca (único pueblo de cuatro letras, broder) ofrecen.
     Más gatos internos fueron anquilosados mientras me adentraba en las fauces cibernéticas de la maquinita maravillosa, el semi-aleph, como le digo a veces. No obstante, lo cierto es que este mundo de las letras es un enorme río donde se buscan pepitas de oro pero a veces se encuentran cosas más repulsivas. Y sufrí, desocupado lector, sufrí al toparme con un mundo norteño en donde cualquier imbécil escribe una cosa con el poder de hacer que un muchacho se suicide o una quinceañera (o sesenteañera) se tatúe sus bellos (viejos) omoplatos con cuestiones absurdas. A veces, demostrando que el capitalismo siempre se parecerá a la “yararacusú … enrollada sobre sí misma”, porque encontré cosas a 99¢ que son peores que las comidas que te venden en los “value menu”.  
     Entonces es que llego a ese momento de la verdad, en donde uno se cansa de darle para atrás y para adelante a los botones que mueven las páginas (que jamás vas a tocar) de los libros que nunca vas a diferenciar entre edición de 1825 y la de 2009. Apenas pasan cosas así y te demuestras que somos seres materialistas, que funcionamos palpando las cosas y no sólo pensando en ellas. Poco a poco se medita en este asunto mientras uno escribe una columnita para una revista cibernética. Ves tus manos tecleando y necesitando pausar para agarrar algo que te saque de todo este asopado de malabares que llamamos isla. Miró para el lado, en el librero de la izquierda (estoy rodeado de libreros) allí yace palpitante un edición blanca y negra de Don Quijote y más allá un marcador de libros hecho en mundillo que me obsequió mi tía Eda (el marcador más hermoso que he visto). Miro el computador y el librero; el computador y el librero y la maquinita negra llena de libros y cosas que cabe en un bolsillo: no puedo con la tentación de ir a ese lugar de la Mancha, pero esta vez me voy “oldstyle” y le digo adiós a la maquinita electrónica, a la Alejandría portátil.