El ojo de agua
Evelyn Jiménez
Ediciones Callejón
257 páginas
Este año se comienzan las reseñas con una densa lista que estuvo pausada por los quehaceres y demás elementos que tanto caracterizaron al 2021. Se suma a esto la impaciencia que domina al pueblo. Ante ello, la lectura es bálsamo que ayuda a ese y otros males.
Hoy toca El ojo de agua de la colega departamental Evelyn Jiménez: Un libro del oeste, inundado de reflexión y crítico de la condición boricua.
El ojo de agua versa sobre esa mutación que despojó a Aguadilla del barrio Borinquen para convertirlo en la Base Ramey. La ironía salpica a la historia— como muchas veces suele— principalmente en lo que respecta al cambio de nominales. Así, estos eventos fungen como un despojo al alma misma que se traducen en una narración cruda.
Tal vez uno de los elementos más llamativos es la soltura del lenguaje del narrador partícipe con relación a los demás entes ficcionales. Es libre, fluido y netamente de aquí. En esencia, de verdad es inocentón en sus inicio y como un avión despega hasta convertirse en una voz madura y, cómo no, angustiada. Rememora a veces aquel periplo a la adultez que el Pirulo de Marqués dibujó con sencillez.
Como se dijo: Hay una metáfora de transformación, tanto de la madurez del narrador como de esas permutas que se sazonan de enigma. Por ejemplo, no tan solo trata aquí como Borinquen perdió su nombre para volverse Base Ramey; si no como por igual las Juanas se cambian a las Jane; la costa aguadillana en su amplitud se vuelve prohibida; y las verjas se erigen como impedimentos al ejercicio mismo de la felicidad .
Dentro de todo, la novela trabaja lo político como una relación simbiótica de la transición sicológica,
sexual y ética del narrador. Es interesante el tono con que el personaje principal sentencia que “Conmigo no. De nacionalista yo no tenía ni un pelo.” pág. 44. Mas, a su vez, en lo recóndito de las entrañas hay una animadversión al soldado netamente invasor. Esto recuerda un poco a The boy without a flag de Abraham Rodríguez.
La suma de particulares ficcionales es colorida: Un protagonista mocano de Rocha, un negro de Guayama, una keipisa pepiniana, un asesino tatuado que, al igual que Garcilaso el Inca, se debate en su condición de mestizo. En la obra hay también lugares que son igual de focales. La mención de las tiendas Sesto en Aguadilla es, sin duda, un sello de que la novela tiene su voz y es del Oeste de la Isla. Las constantes apariciones de los gates aguadillanos juegan confluir similar a las paradas del Santurce viejo. En fin, barrios, sectores, carreteras y otros hacen que se dibuje un mapa bastante exacto.
Vale acentuar que El ojo de agua es una novela bien violenta. Esta obra del oeste esta escrita con sangre. Hay agresiones entre amantes, entre familiares, entre las mismas putas del burdel. Todas estas pasan entonces al crisol del sensacionalismo para que El Clarín— una memoria bien criticada entre los parroquianos de la zona— muestre los vicios más nefastos del chismoserismo borincano.
La novela tiene un paso apurado, casi de despegue de avión. Al final, las cosas seguirán mutando y la narración así lo subraya cuando es sus últimas páginas se retrata el pobre abandono de la Base Ramey y que al final transforma a este espacio en la memoria de algo que dejó de ser un barrio para convertirse en una salida, un escape que el propio narrador usa para perderse y dejar a atrás un pueblo que lentamente se sumerge en la locura.
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