(Tomado de grockit.com)
Hablar de la UPR ahora es “cool”. Es una manera de demostrarle a los demás que tu puedes hablar de lo que está “in”. Por obra de los medios, seguramente lo que diga cualquier persona recobrará algo de interés no porque sea correcto, interesante o acertado, sino porque meramente es de la UPR y hay que problematizarla hasta que nos emborrachemos de suposiciones y preguntas. Y no se tome a mal, hay que hablar, hay que discutir, hay que escribir; no obstante, no se puede hacer por el mero hecho de hacer, hay que tomar postura y abalanzarse con esmero hacia una solución lógica y retórica, no sólo discursiva o estética.
Esta semana afloró en uno de los rotativos nacionales una columna titulada “La UPR es el problema”. Como la canción de Ricardo Arjona, trillada hasta la saciedad, el problema parece ser la inhabilidad de identificar el problema. O mejor dicho, la cuestión es el tratar de desenfocar las controversias actuales y querer darles esa significación puertorriquenísima de que nuestro presente es culpa de un pasado que se asemeja al relevo de batuta (la cansada doctrina de que somos vagos porque los taínos eran vagos etc., etc.).
Al hacer lectura de esta columna nos topamos inevitablemente con dos elementos: el distanciamiento y la antítesis. El artículo comienza con una separación del sujeto y el problema mediante el “se” pasivo e impersonal. “Se continúa arguyendo…”; “Se alega…”; “Se piensa…”; “Se cree…” etc., etc., etc. Queda claro, ab initio, que el autor no tiene nada que ver con el asunto (que tampoco tiene interés en intervenir constructivamente al mismo) y que disfruta de la visión del tercero enajenado en la torre de marfil. Así, poco a poco esboza que el problema universitario se va transformando en una cuestión de “gubernamentalidad puertorriqueña” (el issue generalizado de todas las controversias sociales de P.R.).
En el caso de las antítesis, el artículo apunta que el argumento del conflicto versa sobre el financiamiento y, más aun, el regresar al “financiamiento público de antaño”. ¿Qué rayos es eso del “financiamiento público de antaño”? ¡Sabrá Dios! ¿Cuál es el nuevo financiamiento entonces? No conozco otro mecanismo de fisco para la UPR que no sea el que tenía constituido por ley desde los momentos de su creación.
El artículo retoma el camino de lo que “se arguye” y denota que el problema universitario proviene de la política económica y fiscal que ha ido mermando el Fondo General del Estado Libre Asociado. No podemos dudar que esta perspectiva sea acertada por cuanto ese ha sido el modus operandi del gobierno de Puerto Rico en los últimos dos años: recorta aquí, quita allá, disloca acá. Sin embargo, ¿dónde es que este artículo desenfoca la problemática con la UPR?
El autor señala que la cuestión universitaria se ha atendido con un discurso anacrónico y “sin contenido alguno” por parte de los propios actores del conflicto. E aquí la barranca de la confusión. O sea, ¿la lucha por una educación de primera a un costo módico con la cual el Estado fomentaría la salida del estancamiento del sector menos privilegiado del país es un discurso vetusto e inservible? Partir de una premisa tan simplista como la expuesta en la columna arrojaría que los universitarios- que viven en carne propia el problema de su institución- no tienen la herramienta discursiva adecuada para trabajar con la presente crisis. Pensar así muestra una falta de interés y conocimiento sobre el asunto que, más allá de la ignorancia, raya en la morbosidad. Este tipo de paternalismo disfrazado de análisis financiero produce ecuaciones como: los maestros no tienen el discurso para atender los problemas magisteriales, los pescadores no tienen el enfoque adecuado para lidiar con los problemas de la pesca, y así sucesivamente, alabando la intervención de terceros, corrigiendo como el buen padre de familia, mentando la soga en la casa del ahorcado.
Este tipo de retórica, más que acunarse con los pronunciamientos gubernamentales de turno, prostituyen lo que todo ciudadano debería hacer: El aportar a la discusión para solucionar el conflicto de una de las instituciones más antiguas y más beneficiosas para Puerto Rico. El abordar el asunto según los fundamentos del artículo de marras es darle la razón a los dictámenes puramente políticos que llenan a la Junta de Síndicos de administradores comerciales carentes de una lógica académica, es ratificar los sellos de goma politiqueros que asumen puestos con el fin de dragar el fisco universitario, en fin, llevaría a la ruina total de la UPR.
Además: ¿Cómo es posible que se pretenda indicar que el problema de la Universidad de Puerto Rico ha sido su desligamiento con el país? Darle un espaldarazo a esta propuesta sería el pecar con lo que el propio artículo critica, lo anacrónico y lo irreal.
La Universidad de Puerto Rico es una de las entidades de mayor participación ciudadana en comparación con otras instituciones estatales en otros países. Es parte de nuestra cultura el aceptar que hay algo más allá de la escuela superior. Contrario a Australia o al propio EE.UU. (la referencia por excelencia según algunos), los jóvenes puertorriqueños optan mayormente por proseguir estudios con el fin de desarrollarse económicamente, social e incluso familiar. En las conexiones sanguíneas, de afinidad o amistad siempre nos toparemos con alguien que haya decidido estudiar luego de su cuarto año, y más aun, que haya tomado la decisión de estudiar en la UPR.
¿Cómo tapar el sol con un dedo? P.R. es una esmeralda de 100 x 35 en medio del Caribe, con 11 recintos distribuidos en su mapa: Aunque sea para ir a un pub, hay una interacción con gente enlazada a la UPR. Esto sin dejar a un lado el hecho de que hay un grupo de ciudadanos que trabaja en la UPR y que benefician a sus dependientes, o sea que la UPR llega a tocar incluso a aquellos que ni siquiera se proyectan a pertenecer a ella. Quien haya leído un libro de Mayra Santos Febres o de Luis Rafael Sánchez, interactúa, en parte, con la UPR. Lo mismo sucede al escuchar las opiniones radiales de José Alameda, Inés Quiles e incluso del Prof. Carlos Díaz Olivo. Hay una vinculación con la universidad, negarlo es ignorar la realidad.
(Tomado de jungnewyork.com)
Por otro lado, el acusar a la institución de ser una fábrica de personas enfiladas a una sociedad de consumo bajo el manto de Jaime Benítez a la vez que se habla de un supuesto enajenamiento con la naturaleza del país es otra contradicción. Hacer ese tipo de apuestas es dejar a un lado la labor de maestros, enfermeras y otros servidores públicos que mediante una educación de primer orden se dieron a la tarea de trabajar con una sociedad enfrascada en la miseria en tiempos pasados. Primordialmente, esa pobreza vino acentuada por el yugo económico de la metrópolis española y luego la americana. Es más, la primera se caracterizó por su constante negativa de dar una universidad a la Isla con el fin de mejorar su condición económica y social. En puridad, el análisis del artículo peca al creer que la historia puertorriqueña comenzó en el 1952.
Lo anterior se une al concepto de la Universidad como centro de hipnosis política sumada a una cultura consumista y occidentalizada. No se cómo estas palabras caben en una misma oración sin tropezar entre sí. No obstante, reenfoco en el hecho de que esta aseveración no representa la realidad de la historia universitaria. Veamos.
La UPR siempre ha sido un centro de cuestionamiento político, de problematización y crítica social. No existe tal cosa como un ser civilizado y obediente (colonial, que se sabe la Ley Foraker, la Jones y la 600 al dedillo) que se pare de frente a los estudiantes que desde la corriente del pensar comenzaron uno de los procesos de resistencia más significativos de la historia de Puerto Rico. Tampoco es pertinente el calificar de occidental a una educación que cada vez experimenta una inclinación más profunda hacia lo puertorriqueño en su contexto antillano. Esto es pretender sustituir la realidad, la historia, la materialidad de la universidad e incluso del pueblo. Seguir este tipo de discurso sólo propende a que caigamos en la carnada dudosa de sustituir las propias fibras sociales e históricas por la opinión del autor. Esto sin duda es irrespetuoso.
Certificar que “la educación universitaria estimuló la obediencia como credencial de ciudadanía y la productividad (vía el individualismo y la competencia) como propulsor de “bienestar”, debilitándose la solidaridad social y las capacidad colectivas del puertorriqueño” es cometer uno de los atentados más torcidos en el presente debate universitario. Esto se suma a la dislocada noción de que la universidad contribuyó a que le quitaran al jíbaro su felicidad pueblerina. Dudo mucho que hubiese una intención capitalista en la mente de Don Enrique Laguerre cuando, recién graduado de la UPR, regresó a su humilde pueblo a impartir clases en una comunidad que sufría por la carencia de una educación adecuada. Como lo atestigua el pasado ejemplo y cientos de otros más, el ceder ante una opinión trillada que busca deconstruir la visión de una institución que por años ha redefinido los parámetros del pensar borincano es caer en la política barata. Aceptar las aseveraciones del artículo sería una afrenta a la sinceridad.
Más aun, el autor indica que la UPR fue la que nos educó para administrar nuestra pobreza. Nos topamos entonces con el fenómeno de la sustitución, del reenfoque y la desviación. El artículo le echa la culpa a la UPR de lo que el propio gobierno ha fomentado, más aun, lo que la propia cultura del consumismo y la política del mantengo han entronizado.
A modo de conclusión, se pregunta cuánto más tendrá la ciudadanía que escuchar la retórica de la falta de fondos y cuándo se propondrá algo diferente para fortalecer la autonomía política y las capacidades de los ciudadanos.
Las contestaciones son sencillas: El discurso de falta de fondos no cesará porque es una realidad-agravada en parte por la Ley 7- y, en segundo lugar, los universitarios si han hecho propuestas que buscan la autonomía política y la capacidad ciudadana. Si a estas alturas un artículo como el que discutimos hace este tipo de preguntas es porque está tan alejado de la sociedad, tan ensimismado y separado de la realidad (incluso la realidad histórica) que su único propósito es plasmar un sentimiento abyecto hacia la UPR y el País. ¿Vergonzoso no creen?
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