Enlace a una colaboración reciente en Cruce...
Fernández Mallo: Innovación literaria y experimentación de la palabra
Una amalgama de relatos, un experimento a fuerza de somníferos, una hoja que tiene dibujados las vibraciones del último sismo, un pluviómetro con hongo o el paraguas de la Maga que se rompe en un París lluvioso. Para algunos son meras coincidencias. Para Fernández Mallo puede ser el inicio de una novela.
Espejuelos de pasta, flaco –de aspecto alto, aunque nunca lo he visto de frente–, con el pelo lacio que le cae largo hacia atrás entremezclado con una calvicie prematura en el área frontal. A veces se deja ver con camisas de cuadros y una mirada escéptica: en realidad es un tío (como dicen los españoles) que invita a parar la lectura y ver qué se trae entre manos. Un poeta laborioso y un prosista inventivo. Geográficamente, natural de La Coruña, España.
Agustín Fernández Mallo es un graduando de Ciencias Físicas que ha logrado desarrollar una literatura capaz de identificar a una juventud que empieza en los 20 y llega a los 40. Si muchos han tratado de acaparar –para bien o para mal– lo polifacética y rápida que puede ser esta generación, Fernández Mallo seguramente ha logrado conglomerar más que eso.
Si bien ha escrito desde mucho antes, su primera publicación de renombre fue Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus, publicada en el 2001. En esta tirada Fernández Mallo se lanza al ruedo literario con el epíteto de poeta, blandiendo ante los críticos su concepto de la “Poesía Pospoética”, una escritura que adopta mucho de las ciencias y acapara todo lo que posiblemente puede ser material narrativo (me atrevo a hacer la comparación de que son versos estilo hoyo negro, o sea, absorben). A modo de ejemplo:
La poesía de Fernández Mallo se balanceó bien en las manos de los lectores españoles, no obstante, fue su incursión en la narrativa lo que le alcanzó el respeto de muchos que, desde los espacios cibernéticos, habían ansiado una voz que contara el modo de ver la modernidad, así como la velocidad y la experimentación entremezclarse con la angustia juvenil del siglo 21.yo mismo a veces creo haber defraudado tanto
que me entregaría al cuerpo de cualquiera,
a lo que es pura ruina y carencia
y como el agua oscurece.
Me muero por piratear esta noche
los 50 gigabytes de tus pezones,
y qué más da Punk No Dead que Opus Dei Forever
si te imaginas que al final el cielo fuera sólo un anuncio
de papel Albal nos tararea Sr. Chinarro
en la ranura de tu sexo. Hay una aparente paradoja
en todo esto: envasado al vacío nos vendemos tiempo.[1]
Ante esas exigencias, y su continuo afán por la innovación, el también autor de Carne y Pixel se aventuró en el llamado “Proyecto Nocilla”, una triología que avanzaría como la espuma. Así su primera novela Nocilla Dream fue bien acogida por la crítica española.
Nocilla Dream sentó las bases para una narrativa aguda donde lo principal no son los personajes sino cómo estos se desdoblan en un mundo que parece presionarlos a la innovación. En este ejemplar se empieza a develar el juego con las secuencias y el carácter de lectura a salto que rememora a laRayuela de Cortázar.
De esta forma, en la entrada número 74 –y acuño la palabra para acrecentar la sensación de experimentación– el autor enarbola una narrativa donde el personaje se observa como desde unos prismáticos:
En su imparable obsesión por la experimentación en la grabación de ruidos y su posterior procesado para darles una forma sinfónica, el joven Sokolov ya sólo se dedica a registrar en su grabadora las entrañas de las casas que, como él ha descubierto, están recorridas a cada instante por un canal ramificado de sonidos únicamente audibles con aparatos creados en su mayoría por él a tal efecto.
La segunda entrega del proyecto advino en el 2008 bajo el nombre deNocilla Experience. No en vano, el título prácticamente desnuda la obra, ya que en esta apuesta el autor se muestra mucho más inclinado a su llamado “reciclaje” literario. Con esto, adopta de múltiples fuentes, –Apocalypse Nowde Francis Ford Coppola, El pop después del pop de Pablo Gil, así como una nutrida lista de entrevistas y reportajes variados– figuras e imágenes que, aun estando aisladas, sirven de entremeses entre la acción y reacción de sus personajes.
La tercera entrada de Fernández Mallo fue Nocilla Lab, de la cual se dijo que dio un poco más de cohesión al concepto de la triología. Esta vez el autor afrontaba el papel con un enfoque más creativo donde la ciencia estaba más presente (en especial la Física). Si algo caracterizó a la publicación fue el hecho de llevar el concepto del reciclaje a instancias pocas veces tocadas por la literatura de nuestros días, así, y a modo de ejemplo, hasta las imágenes del desastre de Chernobyl se convierten en el microcosmos de algunos personajes (algo igual se había hecho en Nocilla Experience con el tema de los pueblos abandonados).
A pesar de lo experimental y lo inusual de la literatura de Fernández Mallo, su apuesta sigue intrigando a muchos lectores por entender que su visión de lo que es la cotidianidad y la estructura de un libro es única. La experiencia que deja a veces se puede comparar con los resultados de una búsqueda en “Google” o –en un sentido mucho más “clásico”– un enorme collage donde se unen bocetos y datos. No cabe duda de que Agustín Fernández Mallo es un escritor para una era cibernética, poblada de variables y donde la política y el amor se desintegran mutuamente. Un autor muy difícil de conseguir en estas latitudes, pero muy exquisito hojear.
Notas:
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