(Imagen de http://timesupblog.blogspot.com/2011/03/how-to-choose-extreme-abundant-living.html)
Confundir. Abnegar la razón. Cumplir ferozmente como agente
del caos, del totum revolutum, del enredo al que muchos nos hemos hecho parte.
No comenzar bien algo y dejar saber que no lo entenderás.
Son muchas las razones por las cuales se puede escribir
complejo, sobre todo razones literarias. Esas son las que sobran. Si se observa
un escrito académico, un reportaje o quizás hasta un documento legal, puede ser
que la confusión –la complejidad– no encuentre un lugar donde pueda descansar
la cabeza. Sin embargo, para lo literario es otra cosa.
Y hay que tener cuidado, porque escribir complejo es fácil.
Dañarle el momento a quien te lee es algo que tienta al que plasma. No busca la
comunicación, deja al lector en al guardarraya del texto –a punto de cerrarlo–,
de llevarlo al ostracismo al no poder adentrarse en las fauces de lo sublime.
Pero cuidado, esto está sujeto a la malinterpretación, porque si por un lado se
encuentra la facultad de escribir complejo por puro desconocimiento de la
gramática y la lógica, esto no se debe confundir con la confusión –o
complejidad– empleada como recurso.
Había mencionado anteriormente la existencia de un texto
limitativo, abyecto para los lectores debido a su rebuscamiento y la dificultad
para su exégesis pero que, para darle los méritos, llevaba a algún lugar. Este
alberga la complejidad en torno al manejo del lenguaje y sirve más como carta
de presentación profesional o testimonio de las veces en que su redactor ha consultado
los tesauros. Al ladito de este tipo de texto había mencionado la existencia de
uno que generaba la confusión tanto en su construcción externa como interna, o
sea, en su lógica secuencial o discursiva. A este le había echado la agüita en
la frente y le había dicho al mundo que se llamaría “texto auto-devorador” por
ser (auto)pófago o, a mejor decir, un escrito sanguinario que da vueltas en sí
mismo devorando sus propias ideas y generando confusiones que se contestan y se
cierran consigo mismo.
(Dalí Atomicus de Philippe Halsman, http://www.dangeroustime.com/2012/08/dali-atomicus-water-confusion.html)
Sin embargo, como dije anteriormente, la confusión con
vicios literarios formula otra serie de paradigmas. El primero que podríamos
trazar es el del lenguaje. De este modo, los pasajes parisinos de Cortázar, el
dadaísmo de Ball y Tzara y hasta algunas melodías que aparecen en el siglo XIX
pueden caber en esta concepción. Por otro lado, se encuentran también esas
confusiones lógicas que redundan en complejas lecturas que a veces requieren
dos y tres sentadas para poder auscultar su esencia. Aquí no hay que viajar
lejos ya que contamos con ejemplos de diversos matices como “Confusión” de
Manuel Fernández Juncos y algunos capítulos –si es que así se le pueden llamar–
de Pedro Páramo.
Este tipo de complejidad literaria abona a la creación de un
texto sujeto a las circunstancias del lector, lo que comúnmente se confunde con
la multiplicidad de lecturas. Ejemplo del primero es el Godot que simboliza a
Dios vis a vis el Godot que simboliza la esperanza. Ejemplo del segundo es
aquel que se muestra con cierto grado de complicidad lúdica en Los amos
benévolos de Laguerre. A fin de cuentas, la complejidad escritural es
una herramienta que denota una mayor participación del lector en el ejercicio
de crear una historia o una figura.
¿Y cuántas veces he participado de esa compleja relación
autor-lector? No lo he meditado mucho pero hace un tiempo observaba las notas
que había recopilado sobre la novela En Babia: manuscrito de un
braquicéfalo de José I. de Diego Padró y tomé como botón de muestra
las palabras de Elidio La Torre al apuntar que es “una novela que se desborda a
sí misma, incontenible e inacabable, abrumadora y a la vez accesible sin dejar
de ser retadora.”[i] Opino que esta
impresión de La Torre es sin duda la carta de presentación de la complejidad
que se desbordará de las 700 páginas de la novela. Además, esta observación–
que en esencia produjo la intención de una relectura deCorrer tras el viento –hizo
que admirara la complejidad que también se supone en textos como El
cuarto rey mago de Marta Aponte Alsina o la narrativa polimorfa de
José Liboy Erba. Pero, más que eso, dejó un enorme hueco de satisfacción en mi
conciencia al identificar mi Ficciología entre esos trazos de
la historia literaria de este país que más que dar una experiencia tradicional,
buscan esa lectura difícil que requiere vasos de agua, cafés, cambios de
posturas y uno que otro cierre del texto para poder palparse bien los sesos.
Esa complejidad que algunos critican y que yo aquí
diferencio es una parte integral del ejercicio de codificar y descifrar. O sea,
que cada lector es un Buendía de la vida que destruye y construye la misma cosa
una y otra vez –en este caso, es el lenguaje– en aras de ver en el algún lado
de la página el reflejo de sí o un rayo de luz cubierto de letras.
A pesar de lo esbozado, queda una duda siniestra en esta
brevísima disertación: ¿Por qué no hay más textos complejos? Esta pregunta no
va lanzada a los cuatro vientos, sino que espero que flote solo un poco y que
se quede aquí, en Puerto Rico, país de confusiones y complejidades a todo dar.
Y la planteo así, parca y un tanto idiota, pensando si la realidad de nuestra literatura
se debate entre el escribir sencillo y el complejo, entre el confundir o dar
luz porque ya somos más allá que acá y quizás la En Babia… cruce
el charco y exija un flâneur que busque los santos de Aponte
Alsina entre las caravanas, los asesinatos, la corrupción y la identidad. En
fin, que busque una nueva esencia en esta isla de caos y que le dé un poco más
de complejidad a este lugar que todo el mundo quiere llamar Macondo, no porque
sea lindo y maravilloso, sino porque no se entiende, porque es complejo.
[i] Tomado de la Revista Otro Lunes.
Núm. 6 de Febrero de 2009 la cual se puede acceder en http://otrolunes.com/archivos/06/html/otra-opinion/otra-opinion-n06-a04-p01-2009.html
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