sábado, 10 de abril de 2021

Vuelo AA 395 de San Juan a Chicago

 Esto, aquello y lo otro

Luis Rafael Rivera

Situm

 


Luego de 20 años de no montarme en un avión, vengo y cometo la maroma de hacerlo en medio de la pandemia. La experiencia fue lo usual, nada extravagante. No me vanaglorio por esa cuestión de viajar. Sí recalco que luego de esos días en Wisconsin corroboré que con el frío la diferencia entre invierno e infierno es solamente lo sonoro del punto de articulación labiodental.

 El amigo Pedro Juan Cabán Vales me obsequió unos libros para aminorar las millas recorridas. Obviamente, entre llevarme su tesis de derecho de edificación publicada y Esto, aquello y lo otro: Cóctel de historia, derecho y literatura de Luis Rafael Rivera fue una decisión laxa.

 El texto es verdaderamente un juego de fondo y forma comenzando por su índice a la usanza de un menú de coctelería. Comienza con la prosa grande del prólogo de Cabán Vales quien acentúa que el texto, así como degustar de los licores es un arte que se conjuga en la espera.

 Rivera entonces comienza a ofrecer alcohol: Los “Aperitivos” se presentan como una serie de viñetas publicadas en los rotativos nacionales poniendo a todo color la vida de puertorriqueños con los que uno se podría, ciertamente, dar un palo. Literatura, deporte, los debates de género y las anécdotas de dolores y resurrecciones se conjugan bien y sin emborrachar.

 En el vuelo AA 395 de San Juan a Chicago no paro a veces de reír con las cosas que estas personas le cuentan a Rivera. Son ellos los focos de historias que van desde el asombro hasta la grima a veces. Uno imagina que esta gente verdaderamente río y lloró con el también profesor de derecho quien se limita a ser su médium. Yo, a miles de pies de altura y en dirección a lo que en el barrio le llaman “el carajo viejo” como dice mi tía “allá pa’ la puñeta”, me reía a veces bajo la mascarilla y de vez en cuando estos gringos me miraban como si verdaderamente la pandemia me hubiera hecho perder la chaveta.


 Le sigue la sección “De palos con los amigos”. Ya confieso que estaba metido en las fauces de Wisconsin en este periodo por lo que estas piezas alivianaron la resequedad que provoca el frío y la soledad. Una de las piezas claves aquí es el ensayo “El cielo extraviado de José trías Monge” que constituye una desmitificación deliciosa de quien otrora fuese uno de los principales cerebros del muñocismo aunque al final solo parezca una mente arrepentida. ¡Ojalá y su espíritu no me persiga como creo que lo hace con el autor!

 Un trago que pateo fuerte fue “Julio y la publicidad negativa” el cual lo pasé lento para que la juma no subiera mucho. Intuí que hay una gran amistad entre Rivera y Julio Fontanet porque para decir esas cosas en la presentación de alguien sin que al pasado presidente del CAPR se le escapara un “Yo lo mato” tiene que haber unos cimientos de confianza y cariño bien maravillosos.

 Otro de los tragos muy bien preparados es “Vivir con los muertos” que no deja de picar un poquito en la garganta con el relato de la muerte de Esdrújula Agudo Planas de Portillo. Confieso que Sylvia Elvira Cancio González y María de los Ángeles Diez Fulladosa se han vuelto un ejemplo a seguir.  

 “Barra abierta” es la otra sección del menú. ¡Aquí de veras se nos pasó la mano con los tragos! Es una sección fugaz, crítica y de esas que hacen que los compas de borrachera rían y hablen duro. Ese primer texto “Retrato de familia” no fue trago, fue un shot bastante interesante en donde el autor se afianza en la Primera Enmienda de la Constitución para darle unos buenos zarpazos a las ideas del Juez Jorge Escribano.

 La última ronda se pagó con la irónica “La última copa”. A Rivera le encantan las alusiones religiosas que, dicho sea de paso, no escapan de asomarse en alguna que otra cuestión del Derecho. Empero, no digo para mal, si no que me parece que el autor se tiró una maroma nazarena y dejó el mejor vino para lo último. Los escritos aquí son largos, reflexivos, propios de asignatura universitaria y en una medida elabora mejor sobre temas tratados a inicios del libro. Es el momento donde uno se da cuenta que Rivera encontró su voz, pero como muchos de nosotros, se metió en esto del Derecho porque, caramba, hay que pagar la hipoteca todos los meses.

 Lejos de mi terruño ya la primavera aparecía con el trino de algún pájaro para luego escuchar un cuervo enorme que cercano a donde estaba se ganó un “tú no paras de joder” bien a lo boricua. Acabé el libro con beneplácito y confieso que le debo muchísimo a Pedro Juan y a Rivera quienes produjeron este pequeño bálsamo para las lejanías.

 A modo de colofón, dos conclusiones inescapables: Primero, la literatura me sigue salvando la vida y, segundo, a Rivera lo había leído numerosas veces en opiniones del Tribunal y en su texto sobre Derecho Hipotecario, nunca había visto una foto suya, y sí, tiene cara de sacerdote.

 

    

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