Esto, aquello y lo
otro
Luis Rafael Rivera
Situm
Luego de 20 años
de no montarme en un avión, vengo y cometo la maroma de hacerlo en medio de la
pandemia. La experiencia fue lo usual, nada extravagante. No me vanaglorio por
esa cuestión de viajar. Sí recalco que luego de esos días en Wisconsin corroboré
que con el frío la diferencia entre invierno e infierno es solamente lo sonoro del
punto de articulación labiodental.
El amigo Pedro
Juan Cabán Vales me obsequió unos libros para aminorar las millas recorridas.
Obviamente, entre llevarme su tesis de derecho de edificación publicada y Esto,
aquello y lo otro: Cóctel de historia, derecho y literatura de Luis Rafael Rivera
fue una decisión laxa.
El texto es
verdaderamente un juego de fondo y forma comenzando por su índice a la usanza
de un menú de coctelería. Comienza con la prosa grande del prólogo de Cabán
Vales quien acentúa que el texto, así como degustar de los licores es un arte
que se conjuga en la espera.
Rivera entonces
comienza a ofrecer alcohol: Los “Aperitivos” se presentan como una serie de
viñetas publicadas en los rotativos nacionales poniendo a todo color la vida de
puertorriqueños con los que uno se podría, ciertamente, dar un palo.
Literatura, deporte, los debates de género y las anécdotas de dolores y
resurrecciones se conjugan bien y sin emborrachar.
En el vuelo AA 395
de San Juan a Chicago no paro a veces de reír con las cosas que estas personas
le cuentan a Rivera. Son ellos los focos de historias que van desde el asombro
hasta la grima a veces. Uno imagina que esta gente verdaderamente río y lloró con
el también profesor de derecho quien se limita a ser su médium. Yo, a miles de
pies de altura y en dirección a lo que en el barrio le llaman “el carajo viejo”
como dice mi tía “allá pa’ la puñeta”, me reía a veces bajo la mascarilla y de vez
en cuando estos gringos me miraban como si verdaderamente la pandemia me
hubiera hecho perder la chaveta.
Le sigue la
sección “De palos con los amigos”. Ya confieso que estaba metido en las fauces
de Wisconsin en este periodo por lo que estas piezas alivianaron la resequedad
que provoca el frío y la soledad. Una de las piezas claves aquí es el ensayo “El
cielo extraviado de José trías Monge” que constituye una desmitificación
deliciosa de quien otrora fuese uno de los principales cerebros del muñocismo
aunque al final solo parezca una mente arrepentida. ¡Ojalá y su espíritu no me
persiga como creo que lo hace con el autor!
Un trago que pateo
fuerte fue “Julio y la publicidad negativa” el cual lo pasé lento para que la
juma no subiera mucho. Intuí que hay una gran amistad entre Rivera y Julio
Fontanet porque para decir esas cosas en la presentación de alguien sin que al
pasado presidente del CAPR se le escapara un “Yo lo mato” tiene que haber unos
cimientos de confianza y cariño bien maravillosos.
Otro de los tragos
muy bien preparados es “Vivir con los muertos” que no deja de picar un poquito
en la garganta con el relato de la muerte de Esdrújula Agudo Planas de
Portillo. Confieso que Sylvia Elvira Cancio González y María de los Ángeles
Diez Fulladosa se han vuelto un ejemplo a seguir.
“Barra abierta” es
la otra sección del menú. ¡Aquí de veras se nos pasó la mano con los tragos! Es
una sección fugaz, crítica y de esas que hacen que los compas de borrachera
rían y hablen duro. Ese primer texto “Retrato de familia” no fue trago, fue un
shot bastante interesante en donde el autor se afianza en la Primera Enmienda
de la Constitución para darle unos buenos zarpazos a las ideas del Juez Jorge
Escribano.
La última ronda se
pagó con la irónica “La última copa”. A Rivera le encantan las alusiones
religiosas que, dicho sea de paso, no escapan de asomarse en alguna que otra
cuestión del Derecho. Empero, no digo para mal, si no que me parece que el
autor se tiró una maroma nazarena y dejó el mejor vino para lo último. Los escritos
aquí son largos, reflexivos, propios de asignatura universitaria y en una
medida elabora mejor sobre temas tratados a inicios del libro. Es el momento
donde uno se da cuenta que Rivera encontró su voz, pero como muchos de nosotros,
se metió en esto del Derecho porque, caramba, hay que pagar la hipoteca todos
los meses.
Lejos de mi
terruño ya la primavera aparecía con el trino de algún pájaro para luego
escuchar un cuervo enorme que cercano a donde estaba se ganó un “tú no paras de
joder” bien a lo boricua. Acabé el libro con beneplácito y confieso que le debo
muchísimo a Pedro Juan y a Rivera quienes produjeron este pequeño bálsamo para
las lejanías.
A modo de colofón,
dos conclusiones inescapables: Primero, la literatura me sigue salvando la vida
y, segundo, a Rivera lo había leído numerosas veces en opiniones del Tribunal y
en su texto sobre Derecho Hipotecario, nunca había visto una foto suya, y sí, tiene
cara de sacerdote.
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