miércoles, 2 de febrero de 2011

Vargas Llosa y el placer de lo oculto

(Imagen tomada de elmundo.es)

El pasado domingo 30 de enero llegó a mis manos, con afanada costumbre, un ejemplar de un rotativo nacional que incluye la columna del recién premiado Nobel, Mario Vargas Llosa. Esta vez el laureado literato señalaba la dicotomía en las esferas que desarrollan los espacios de información. Al parecer, a razón de esto, bautizó el escrito como Lo privado y lo público. Lo que parecía inicialmente como una especie de exégesis sobre las diferencias entre los focos donde la razón comunicativa pierde un poco de su “razón” y otros donde la mantiene, se convirtió en una enorme sarta de críticas contra Julian Assange sin aparente relación causal con las esferas de discusión.


Vargas regresa a lo que en días pasados me pareció una lectura dual en la cual su opinión es eco de la de otros intelectuales de renombre. Se forma entonces un claustro al nivel del texto y el subtexto donde subyace una fuerte barrera para la crítica. Al final el escrito será un abrazo intelectual entre el escritor Fernando Savater (en el caso que nos atañe) para criticar a quien, a nuestro parecer, ya esta inmune a la crítica, el pecador más grande del “lifeworld” habermasiano, el señor Assange.

En el caso de esta reciente columna, el afanado autor de El pez en el agua y ex candidato por el Frente Democrático a la silla presidencial de Perú, fundamenta sus conclusiones en un artículo que apareció en la revista Tiempo (Times) en donde Savater ensaya, según Vargas Llosa, que:

[L]as informaciones y opiniones confidenciales que han salido a la luz eran ya sabidas o presumibles por cualquier observador de la actualidad política más o menos informado, y que lo que prevalece en ellas es sobre todo una chismografía destinada a saciar esa frivolidad que, bajo el respetable membrete de transparencia, es en verdad el entronizado “derecho de todos a saberlo todo: que no haya secretos y reservas que puedan contrariar la curiosidad de alguien… caiga quien caiga y perdamos en el camino lo que perdamos”. Ese supuesto “derecho” es “parte de la actual imbecilización social”.

Esa supuesta caída al idiotismo se presenta como un mal social que difumina las diferencias entre el espacio público y el privado como consecuencia directa del internet. Vargas saluda la libertad que los multimedios han traído a los pueblos oprimidos, pero a su vez lamenta la supuesta pérdida de confidencialidad en lo económico, lo político, la defensa, y el orden público subrayando que el “resultado de semejante exhibicionismo informativo sería la parálisis de las instituciones”. (Todo esto sin mencionar a Facebook)

Es así como el autor redefine lo que es el espacio privado e identifica su destrucción a causa de ciudadanos cibernéticos como lo es Assange, no sólo por el hecho de la divulgación, sino por alimentar el “voyerismo universal” de aquellos que viven una cotidianidad que se nutre de los espectáculos.


                                                         (Imagen de webandbeer.com)

Sólo por ser cuidadosos: ¿Debemos avalar totalmente lo que indica Vargas Llosa? ¿Hay que decir que sí ciegamente porque él es el Nobel y nosotros los noveleros? ¿Se ha redefinido el espacio público y el privado de una manera barbárica o simplemente sigue un patrón proteiforme que con el tiempo rendirá otras cosechas?

La situación en la que nos coloca Vargas Llosa, simplemente raya en el absurdo marco del Ouroboros, la serpiente que devora su propia cola, el eterno retorno nietzcheano, donde inevitablemente lo público y lo privado quedan indefinidos porque son solamente sujeciones de los ordenamientos políticos, no de sus ciudadanos. Ignorar que los medios (o mejor dicho los multimedios) han revolucionado las costumbres, los mores, las percepciones sociales, es dejar a un lado el gran cambio del siglo 21. Bien apunta Roche Morales en un artículo crucialmente bautizado La verdad periodística, el control de la información y la transparencia: el caso de Wikileaks, cuando indica que el asunto de Wikileaks es una metamorfosis comunicativa atisbada de un revuelo que surge con:

[L]a revolución cultural que ha generado el desarrollo del ciberespacio en lo que respecta a la circulación libre de contenidos y las posibilidades que las nuevas tecnologías ofrecen para romper el cerco informativo impuesto por estados y/o corporaciones en aras de su beneficio y en perjuicio de la ciudadanía.

Lamentablemente Vargas Llosa apuesta a un tipo de crítica donde las divulgaciones de los supuestos “chismes” diplomáticos de Assange tienen la habilidad de mancillar el orden de los estilos de vida sólo de los ciudadanos mas no de los gobiernos. Si Vargas Llosa tuviese razón en esto, se vierte la culpa a los espectadores no a los que controlan el flujo de las comunicaciones. Porque ellos son los sedientos, los insaciables buscones que necesitan a un demonio informático como Julian Assange (a quien Vargas señala como el Oprah Winfrey de los escándalos político-internacionales) para poder llenar sus desocupadas vidas.

Al parecer, el autor de La guerra del fin del mundo, prefiere desacreditar por completo a la humanidad que se sienta a ver la “realidad” desenmascarada por Julian Assange por dejar tranquilo a los santificados funcionarios políticos. Parecería que en vez de estar viendo los 250 mil documentos que desnudan y humanizan a los gobiernos (en especial al de los EE. UU.) Vargas Llosa aconsejaría que la gente se entretenga con Laura Bozo, Maripily, los tribunales fatulos para resolver charlatanerías y toda la composta televisiva que se nos ofrece día a día. Como esboza en tono irónico Atilio Boron:

[N]o se supone que tales designios y maniobras deban ser conocidas por el gran público que, como lo viene denunciando Noam Chomsky hace décadas, debe ser mantenido en la ignorancia o, peor aún, sometido a perversas campañas para embrutecerlo y estupidizarlo y, de ese modo, facilitar la labor de sus opresores.

Es así como, luego del escándalo de Wikileaks, nos quedamos con la nada de los ordenamientos, un leve residuo de lo que se supone que sean. Afirma Vargas que esta afrenta contra la vida, materializada en las acciones de Julian Assange, evanecen la esfera de lo privado y corrompen los propósitos más humanos porque se destruye todo aquello que “está subordinado al cuidado de ciertas formas, como el erotismo, el amor, la amistad, el pudor, las maneras, la creación artística, lo sagrado y la moral.” Sin embargo, ninguna de esas cosas se supone que interesen en las relaciones diplomáticas que fueron transparentadas por Assange. Lo que se busca es colocar el cascabel al gato, enfrentar la ocultación de información por parte de los poderes, parafraseando a Dussel (creo que no me cansaré de hacerlo) salir de la quejumbrosa situación de dominio y por una vez llegar a la liberación, en este caso empezando por la información. En puridad, valiéndome de la redundancia, la liberación del conocimiento para un conocimiento de la liberación.

Ante este marco de posibilidades podríamos inventar algunos supuestos por los cuales Vargas Llosa ataca a Assange (junto/apoyado con/en Savater), de entre los cuales, solo uno me llena de cierta intriga: ¿Acaso estará afectado el ex candidato presidencial por la revelación en sus debates contra el candidato del Partido Cambio 90, Alberto Fujimori, de sus experimentaciones juveniles con la marihuana y otros opiáceos? ¿Podría ser que más allá de posturas políticas libertarias, Vargas Llosa encuentre en Assange la encarnación de esa burla a la que fue sometido y que algunos atestiguan fue crucial para perder las elecciones peruanas?

Assange será lo que sea, pero su labor se limitó a demostrar que los gobiernos no son lo que son y que inevitablemente sufren de las mismas circunstancias sociales que se dan en los grupos sociales inferiores o mejor dicho subyacentes: chismes, burlas, socarronerías y payasadas.
                                               (Imagen tomada de commons.wikimedia.org)


Sólo, a modo de ejemplo, nos queda evaluar con el mismo crisol que Boron (quien ya atestiguaba que Vargas Llosa no se quedaría sin tirarle su agüita a Assange). Si de los 250 mil documentos filtrados, la mayoría contenía información que se sabía o se presumía (cosa que admite Vargas), si Assange es el Oprah Winfrey del ciberespacio: ¿Para qué criminalizarlo? ¿Para qué bloquear el portal Wikileaks? ¿Para qué ridiculizarlo y perseguirlo? ¿A quién le hace daño o a qué le pudiera hacer daño en un futuro?

Para Vargas queda su propia cita: “En esto consiste la autenticidad o sinceridad del novelista: en aceptar sus propios demonios y en servirlos a la medida de sus fuerzas.” Para el mundo: 250 mil documentos y otros millones por venir.

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