jueves, 7 de julio de 2011

A la muerte de Don Ricardo Enrique Alegría Gallardo

(Foto del archivo de endi.com)

Puerto Rico ha quedado huérfano.

La muerte de Don Ricardo no sólo nos debe sumir en una profunda tristeza sino que también debería conmovernos a reflexionar sobre las más finas fibras de identidad que laten en nuestra Isla.

Su esfuerzo, su pasión y su esmero son cualidades envidiables que ya no se ven en los gestores de nuestra generación. Y es que por más que imitemos a Don Ricardo, nadie podrá emular ese carisma que irradiaba. Su corazón latía con una fuerza proveniente del amor patrio que caracterizó a muchos de nuestros más preciados ilustres.

La condecoración que recibí por el Instituto de Cultura Puertorriqueña es un honor que se marca en la filigrana de mi corazón. No obstante, me duele confesar que el premio es vacuo sin Don Ricardo. El verdadero galardón es haber crecido en un Puerto Rico nutrido en cultura y arte por la mano de quien en vida fue su incansable defensor.

Que alguien llegue más lejos que Don Ricardo en la defensa de nuestra identidad, lo dudo. No obstante, ese es su mandato, esa fue la orden que emanaba del brillo de sus ojos. Ese era el legado de aquel nonagenario en guayabera limpia y caminar pausado, que tras un bigote blanco perfilaba una sonrisa que sólo se dibuja en aquellos que han luchado y han vencido: simplemente denotaba una bella Alegría.

Yo me apunto Don Ricardo, cuente conmigo para defender nuestra patria.

Gracias por darme un país. Descansa en paz Don Ricardo.

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