martes, 11 de diciembre de 2012

Escribir complejo


     (Imagen de http://timesupblog.blogspot.com/2011/03/how-to-choose-extreme-abundant-living.html)
     Confundir. Abnegar la razón. Cumplir ferozmente como agente del caos, del totum revolutum, del enredo al que muchos nos hemos hecho parte. No comenzar bien algo y dejar saber que no lo entenderás.
Son muchas las razones por las cuales se puede escribir complejo, sobre todo razones literarias. Esas son las que sobran. Si se observa un escrito académico, un reportaje o quizás hasta un documento legal, puede ser que la confusión –la complejidad– no encuentre un lugar donde pueda descansar la cabeza. Sin embargo, para lo literario es otra cosa.
     Y hay que tener cuidado, porque escribir complejo es fácil. Dañarle el momento a quien te lee es algo que tienta al que plasma. No busca la comunicación, deja al lector en al guardarraya del texto –a punto de cerrarlo–, de llevarlo al ostracismo al no poder adentrarse en las fauces de lo sublime. Pero cuidado, esto está sujeto a la malinterpretación, porque si por un lado se encuentra la facultad de escribir complejo por puro desconocimiento de la gramática y la lógica, esto no se debe confundir con la confusión –o complejidad– empleada como recurso.
     Había mencionado anteriormente la existencia de un texto limitativo, abyecto para los lectores debido a su rebuscamiento y la dificultad para su exégesis pero que, para darle los méritos, llevaba a algún lugar. Este alberga la complejidad en torno al manejo del lenguaje y sirve más como carta de presentación profesional o testimonio de las veces en que su redactor ha consultado los tesauros. Al ladito de este tipo de texto había mencionado la existencia de uno que generaba la confusión tanto en su construcción externa como interna, o sea, en su lógica secuencial o discursiva. A este le había echado la agüita en la frente y le había dicho al mundo que se llamaría “texto auto-devorador” por ser (auto)pófago o, a mejor decir, un escrito sanguinario que da vueltas en sí mismo devorando sus propias ideas y generando confusiones que se contestan y se cierran consigo mismo.
(Dalí Atomicus de Philippe Halsman, http://www.dangeroustime.com/2012/08/dali-atomicus-water-confusion.html)
     Sin embargo, como dije anteriormente, la confusión con vicios literarios formula otra serie de paradigmas. El primero que podríamos trazar es el del lenguaje. De este modo, los pasajes parisinos de Cortázar, el dadaísmo de Ball y Tzara y hasta algunas melodías que aparecen en el siglo XIX pueden caber en esta concepción. Por otro lado, se encuentran también esas confusiones lógicas que redundan en complejas lecturas que a veces requieren dos y tres sentadas para poder auscultar su esencia. Aquí no hay que viajar lejos ya que contamos con ejemplos de diversos matices como “Confusión” de Manuel Fernández Juncos y algunos capítulos –si es que así se le pueden llamar– de Pedro Páramo.
     Este tipo de complejidad literaria abona a la creación de un texto sujeto a las circunstancias del lector, lo que comúnmente se confunde con la multiplicidad de lecturas. Ejemplo del primero es el Godot que simboliza a Dios vis a vis el Godot que simboliza la esperanza. Ejemplo del segundo es aquel que se muestra con cierto grado de complicidad lúdica en Los amos benévolos de Laguerre. A fin de cuentas, la complejidad escritural es una herramienta que denota una mayor participación del lector en el ejercicio de crear una historia o una figura.
     ¿Y cuántas veces he participado de esa compleja relación autor-lector? No lo he meditado mucho pero hace un tiempo observaba las notas que había recopilado sobre la novela En Babia: manuscrito de un braquicéfalo de José I. de Diego Padró y tomé como botón de muestra las palabras de Elidio La Torre al apuntar que es “una novela que se desborda a sí misma, incontenible e inacabable, abrumadora y a la vez accesible sin dejar de ser retadora.”[i] Opino que esta impresión de La Torre es sin duda la carta de presentación de la complejidad que se desbordará de las 700 páginas de la novela. Además, esta observación– que en esencia produjo la intención de una relectura deCorrer tras el viento –hizo que admirara la complejidad que también se supone en textos como El cuarto rey mago de Marta Aponte Alsina o la narrativa polimorfa de José Liboy Erba. Pero, más que eso, dejó un enorme hueco de satisfacción en mi conciencia al identificar mi Ficciología entre esos trazos de la historia literaria de este país que más que dar una experiencia tradicional, buscan esa lectura difícil que requiere vasos de agua, cafés, cambios de posturas y uno que otro cierre del texto para poder palparse bien los sesos.
     Esa complejidad que algunos critican y que yo aquí diferencio es una parte integral del ejercicio de codificar y descifrar. O sea, que cada lector es un Buendía de la vida que destruye y construye la misma cosa una y otra vez –en este caso, es el lenguaje– en aras de ver en el algún lado de la página el reflejo de sí o un rayo de luz cubierto de letras.
     A pesar de lo esbozado, queda una duda siniestra en esta brevísima disertación: ¿Por qué no hay más textos complejos? Esta pregunta no va lanzada a los cuatro vientos, sino que espero que flote solo un poco y que se quede aquí, en Puerto Rico, país de confusiones y complejidades a todo dar. Y la planteo así, parca y un tanto idiota, pensando si la realidad de nuestra literatura se debate entre el escribir sencillo y el complejo, entre el confundir o dar luz porque ya somos más allá que acá y quizás la En Babia… cruce el charco y exija un flâneur que busque los santos de Aponte Alsina entre las caravanas, los asesinatos, la corrupción y la identidad. En fin, que busque una nueva esencia en esta isla de caos y que le dé un poco más de complejidad a este lugar que todo el mundo quiere llamar Macondo, no porque sea lindo y maravilloso, sino porque no se entiende, porque es complejo.


[i] Tomado de la Revista Otro Lunes. Núm. 6 de Febrero de 2009 la cual se puede acceder en http://otrolunes.com/archivos/06/html/otra-opinion/otra-opinion-n06-a04-p01-2009.html

martes, 20 de noviembre de 2012

Breves de literatura de bolsillo


     La crisis económica no solo ha alterado los mecanismos de intercambio sino los de producción y distribución. La literatura no está exenta de esto. Ha sufrido como cualquier otra gestión humana y también ha visto sus fórmulas desdoblarse y reinventarse. En el lado más radical se encuentran los nuevos lectores electrónicos, pero por otra esquina– más tradicional –ha regresado la siempre querida literatura de bolsillo.
(Foto tomada de Revista Cruce)
     A razón de estas circunstancias la editorial Espejitos de Papel se lanzó a la encomienda de desarrollar una colección literaria que cumpla con los requisitos económicos exigidos tanto por los consumidores de literatura contemporánea y las propias editoriales. Como base, usó tres criterios rectores: El gastar el menos papel posible, presentar una literatura de bolsillo que no sacrifique la calidad y establecer un precio accesible para el público local e internacional. De esta ecuación sale la colección de 19 micro-publicaciones bautizadas La quinta esquina del viento.
     Primeramente, abrimos el paso con la entrega de la Dra. Herminia Alemañy Valdés titulada Lentejuelas, canutillos y chaquiras. En estos versos la voz reescribe la creación del mundo desde el lente femenino haciendo un colorido homenaje a las raíces mexicanas, las obreras y las artesanas. Existe en este librillo una fuerte referencia al universo, las deidades y los mitos. Alemañy complace con poemas un tanto largos en donde la mujer reina como eje central dejando entrever que las manualidades y artesanías que tanto se mencionan son a su vez la confección del poemario mismo.
     Con un breve salto pasamos a Laberintos (Poemas donde la belleza se arruina hermosamente) del joven mexicano César Augusto Trujillo Sánchez. Esta colección destila versos que se amarran a lo urbano, con un toque fuerte de vanguardia y donde predomina el cuestionamiento del yo. Sin duda, los versos dejan una fuerte impresión existencialista sin machacar demasiado en lo coloquial. No cabe duda de que Trujillo Sánchez es una de las voces más originales de la incipiente muestra de poetas de Chiapas.
Por otro lado Con las peores intenciones es un surtido del poeta puertorriqueño Edgardo Nieves Mieles. En esta entrega el autor ofrece parte de su más reciente producción poética caracterizada por su ironía, humor y creatividad. Los poemas no son largos, pero sí sus títulos, creando a veces una inversión donde el bautizo de los versos dice más que su cuerpo. Aquellos que no hayan tenido la oportunidad de leer A quemarropa, tendrán aquí un maravilloso “sneak peak” que si peca de algo, es de lo rápido con que se le da lectura.
(Retrato de Mister James" de René Magritte)
     Por su parte, en Versiones minimalistas acerca del poema o el estúpido martirio del escribiente, Rodolfo Girón presenta una poesía colorida, donde se evoca constantemente el calor y la luz. Sus versos son libres y flexibles, con un lenguaje que no abusa ni deja espacios parcos. Constantemente, el vate cuestiona sobre el devenir del amor y sobre la ausencia a la vez que ofrece algunas piscas de ese difícil arte que trabaja. A modo de ejemplo, en el poema “qué brisa moldeó”– y hay que subrayar que ninguna de sus piezas ostenta títulos –pregunta con cierta melancolía: “De qué hemisferio/ escapó la golondrina de la tinta/ palabrita mía”. Si fuésemos a dar una palabra capaz de resumir la obra del joven mexicano, tendríamos que circunscribirnos a “naturaleza” ya que sus versos presentan una soltura hacia lo terrestre al evocar con frecuencia el viento, las aves, las raíces y hasta la selva.
     En materia de narrativa la colección ofrece una pieza confeccionada por el binomio Edgardo Nieves Mieles y José Liboy Erba denominada Las aventuras del pez gato. En este cuento, de unas 34 páginas, los autores exploran la mutación de un hombre tanto en forma como en tristeza. Específicamente, exploran la historia de un hombre/experimento que poco a poco se transforma en un ser de la ictiología. Las descripciones, el vocabulario y la forma evitan que el cuento se desprenda totalmente hacia la vertiente de la ciencia ficción, dejando así un sabor similar al “Concierto de metal para un recuerdo” de Manuel Ramos Otero. Abunda la narrativa suelta y libre de Liboy Erba con una clausura llena de detalles y buen vocabulario cortesía de Nieves Mieles.
     Aquellos que se vean en la encrucijada entre leer o salvaguardar el bolsillo tiene en esta colección un poderoso aliado. Los libros no pasan de las cinco pulgadas en carpeta blanda. Sus atractivas portadas y módica propuesta son quizás un llamado a las demás editoriales isleñas. He aquí 19 pequeños David con honda en mano, listos para derribar ese enorme gigante de la desidia que tanto nos impide leer en estos días. 

domingo, 21 de octubre de 2012

La resurrección de las letras @ Cruce

Saludos nuevamente:

Aquí dejó el enlace para la más reciente colaboración con la revista Cruce que data el impacto de la novela El monstruo de Manuel Zeno Gandía:

http://revistacruce.com/letras/la-resurreccion-de-las-letras.html



Foto tomada de
mythsofthenearpast.blogspot.co


La resurrección de las letras

     ¿Literatura es todo aquello que se publica o todo aquello sujeto a la interpretación por ser expuesta a través del lenguaje? ¿Podría ser el dietario de una familia? ¿La nota de despedida de un suicida en una servilleta? ¿El recuerdo detrás de una foto o la obscenidad que se diserta en el cubículo de un baño?
Para mi literatura es mucho más que lo que se publica, mucho más de lo que meramente se puede leer. Sin embargo, qué hay del devenir de aquello que nunca ve la luz del mundo. ¿De aquello que yace oculto debajo del sofá, del catre? ¿Qué pasa con esos versos sublimes que cada noche deposita ese maravilloso fulano en la parte más discreta de su ropero?
     Quizás hoy la contestación no rebasará de un mero encoger de hombros. Quizás ese fulano ni se entere de que pensamos en él. O tal vez, por eso de ser cordial– y de hacerle un favor a la complicidad con que llevamos esta nota –, cada noche el fulano ese se emociona al desear que alguien lo pondere y que ese pequeño volumen de versos siniestros llegue en algún momento a ver la luz.
     Pasa, a veces es inevitable la conspiración de la casualidad/causalidad. Sin más ni menos, el ejemplo que hoy traigo como muestra es el de Zeno Gandía. Su novela más reciente– la dulce ironía de escribir semejante enunciado– demuestra no solo lo que el escritor puede llegar a convertirse luego de lo inevitable, sino aquello a lo que la literatura debe su aleatoriedad y belleza: el ser un elemento humano incontrolable.
     Bajo el título de El monstruo, en el sello de la Editorial Tiempo Nuevo, Zeno Gandía nos presenta una narrativa precoz, no por ello lacaya, donde se diserta sobre la naturaleza humana, la estética y la moral. Escrita en 1878, la pieza se descubrió hace unos años entre los papeles del célebre autor de La Charca. Clasificarla es un ejercicio azaroso por ser la obra un ejemplar que no pasa de las 80 páginas (y esto incluyendo el estudio inicial hecho por el Dr. Miguel Ángel Náter): puede ser un cuento largo o una novela corta, sumamente corta.
     La importancia no solo radica en la forma, algo que ineludiblemente pasa factura sobre los estudios biográficos de Zeno Gandía y su desarrollo como hombre de letras, sino que el tema es materia gozosa para los puertorriqueñistas. De un tirón, El monstruo puede ser resumido como la novela en donde la pareja perfecta se enfrenta a la incertidumbre de la naturaleza al concebir un hijo deforme. La familia sufre al no saber cómo afrontar el suceso, por un lado, la madre adopta una actitud de complacencia y amor hacia el fruto de sus entrañas mientras el padre asume una coraza de estoicismo al ver que su engendro no cumple con los modelos estéticos anhelados.
     Zeno Gandía esboza aquí algunos elementos del romanticismo del XIX a la vez que peregrina hacia esa actitud estética que moldeará la gran novela naturalista, su magnum opus, La Charca. Como señala Náter, orbitarán en el texto unos encontronazos fuertes entre lo bello, lo extravagante, lo grotesco, lo ideal, lo estético y lo moral.
     Sin embargo, la obra también tiene un efecto en el estudio de las otras literaturas. Así lo subraya Mario Cancel al anotar en su lectura que la influencia de los elementos del XIX en los escritores del 1930 es palmaria. No obstante, y sin criticar lo aseverado, ¿podría haberse dado otro tipo de dialéctica si El monstruo hubiese visto la luz en la década de 1880? Sin ningún vicio de duda, la contestación va en la afirmativa. Esto a razón de que el propio Zeno Gandía ya no puede ser visto desde la misma óptica. El Zeno de La Charca ya no existe, ha sido suplantado por un médico mucho más joven, recién llegado de sus estudios en el extranjero y que, de línea en línea, busca una voz y un discurso en el Puerto Rico pre-invasión.
     ¿Y cuál es el lado oscuro? ¿Qué problemas presenta la aparición de una nueva etapa en el autor? Sinceramente, no bastan siquiera estas páginas para hacer calco a todas las interrogantes que los académicos se pueden formular en torno a esta súbita pendiente en una de las piezas del llamado canon isleño. No obstante, a los lectores– tribu mía –les fascinará la profundidad del argumento y les desmotivará lo cortísima que es la obra.
     El monstruo es lectura de velocidad, el hambriento sólo tendrá ante sí un canapé, y sin darse cuenta se ha formado como crítico y compartirá de una de las supuestas complicidades de Zeno: Que El monstruo es el entrée al plato fuerte que será Crónicas de un mundo enfermo. Segundo, existe la posibilidad– y esta parece ser la que más me inclino a favorecer –de que El monstruo sea la búsqueda, esa exploración del joven autor donde tantea hacia qué estilo desea dirigirse. Posiblemente, y esto es un posiblemente de los que se subrayan, El monstruo es una novela incompleta, un borrador de Zeno Gandía el cual no cumplió inicialmente con sus expectativas y que engavetó para futuras incisiones una vez el tiempo permitiera el trabajo literario.
     Fundamento la segunda opinión en dos supuestos. El primero, que Zeno Gandía debió estar ocupadísimo tras su regreso a Puerto Rico tanto en la cuestión de iniciar su práctica médica como en la de buscar qué hacer y dónde vivir (posiblemente aquí se cuela un con quién vivir). Segundo, el archivo de la obra entre sus papeles muestra un indicio de esperanza: ¿Por qué no quemarla o destrozarla? ¿Deshacerse de ella? ¿Por qué no menciona o hace referencia a ella en otro lugar? (Aquí los expertos pueden acotar si se hizo o no esa referencia, elemento del cual nunca he tenido noticia)
     Queda pues esa leve suposición de que Zeno Gandía deseaba volver a trabajar en su obra, refinarla, completarla, hacerla más extensa y quizás mejorar sus argumentos. Sin embargo, la vida de médico en la transición de siglo, los brotes de enfermedades que impactaron la Isla, atender la familia, involucrarse en el debate público y a su vez culminar las tres obras literarias que tenía en las costillas, pueden ser suficientes alicientes para sostener que la novela es un proyecto literario.
     A pesar de todo lo anterior, mi observación es sencilla: La Charca no será la misma, lea El monstruo y verá. Zeno Gandía ha resucitado y clama por sus lectores.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Reseña del libro El arca de la memoria de Dinohra Cortés Vélez

Un abrazo a todos.

Adjunto aquí la más reciente colaboración con la Revista Cruce. La confesión del ser y el querer (Reseña del libro El arca de la memoria de Dinohra Cortés Vélez)

Para más detalles, visita:




     Lo femenino sigue agrupándose en la literatura de nuestros días con magnífico ahínco. El despliegue de escritoras, periodistas y cronistas se ha convertido en una verdadera conglomeración de mujeres talentosas que trazan un camino en la historia literaria puertorriqueña. Pero, cierto es cuando se pregunta: ¿Y cuándo no han estado las mujeres escribiendo en este país? ¿Cuándo no han demostrado tesón y esfuerzo? ¿Sabiduría y libertad? Pues desde siempre– y algunos protestarán por mi incursión desafiante al sacrosanto imperio de la Historiografía–, no hay de otra que rememorar esa fibra de Anacaona que cada una lleva en sus venas.
     Pensando en las mujeres y sin mucho prolegómeno, apunto con esmero al norte. Allá donde hace frío y cae hielo del cielo. Allá donde muchos tenemos lazos e historias.
Curiosamente, desde allá alguien apunta hacia el sur, donde es cálido y lluvioso, donde el agua bate contra la piedra y el olor a comida frita penetra en los huesos. Específicamente, apunta hacia Isabela.
La mano que traza su letra desde Wisconsin hasta Puerto Rico es la de Dinorah Cortés Vélez. Jovial, brillante, creativa y mujer de letras. Esta narradora nos brinda baje el sello de Isla Negra su nueva afrenta a la desidia: El arca de la memoria.
     Libro que quizás aparente bailar entre el relato, la novela, las memorias y hasta el confesionario. No obstante, es sin duda un logro en términos de prosa. No hay personajes sino vivencias, siendo más específico, voces de mujeres que se intercalan en una memoria colectiva donde el estrógeno es reina.
Se entrecruzan la niñez de la que es abuela, madre e hija, supliendo a veces un tipo de confusión en donde la palabra de la narradora se apropia de las memorias suyas y ajenas para crear un collage sin secuencia fija pero con evidente conexión subjetiva.
     El texto es variado, de vez en cuando aparecen unas líneas aquí y allá, muchas veces seguidas por alguno que otro retrato doloroso o jocoso. Esa mezcla se intercala con las memorias del juego infantil, el trazo del camino hacia la pubertad femenina– la menstruación – y luego descansa en aquellas confesiones que se presentan con evidente voz de mujer madura, profesional y filosófica. No existe otra mejor forma de apuntar al libro que como lo hace su propia creadora: el texto es una biomitografía, según ella, una caja de Pandora que es “la mía, la de mi madre, la de mis abuelas, la de todas las mujeres en mi familia…”
     El arca de la memoria puede ser también un colectivo de secretos donde se presenta el desdén hacia la cultura machista y donde se sufre lo que se calla. Así, Cortés Vélez dibuja una abuela fuerte, poco expresiva y emocional, callosa por los años pero que se mantiene como ceiba de la casa. No obstante, eso no deja a un lado una cara puramente puertorriqueña de la matrona corriendo detrás de los niños ofreciendo “fuete” y “chancletazos” ante las travesuras de los nietos. Cosa que evoca la ternura y el poder de quien es la engendradora, la gran Úrsula Iguarán de la casa.
     Por otro lado se encuentra la imagen de la madre. Viuda, amable y serena. Mujer que tuvo que criarse en una época donde el pene sentenciaba a pronunciar palabras cuando las gallinas decidieran mear. Sin embargo, existe una fragilidad que quiere ser consolada por la voz. En estas viñetas, Mami es una chica que se ve taciturna y que necesita amor. Una joven que tuvo que menstruar sola,– o podríamos decir que junto a su sorpresa – estudiante universitaria que tiene que dividirse entre profesional y progenitora. No por menos se deja escapar su rol de hembra, una más que, como dice el texto, pertenece al grupo de “humanas, encantadoramente humanas.”
     No puedo dejar correr las líneas sin subrayar el rol de la propia voz narrativa, la gran artífice de esta enorme colección de tesoros y confesiones: la autora. No podía ser biomitografía sin ella. Su verbo es intemporal y es capaz de estar en las vivencias de su abuela, sus tías, sus amigas y su madre. “Debimos haber menstruado juntas, Mami” dice en un aparte. Empero, esto no la deja a un lado con la mera etiqueta en el pecho de ser la omnisciente. Algunos episodios del libro son calcos de su propia vida: el novio que la dejó por otra, la niña que hace travesuras y juega en la casa, la hija que se siente sola al creerse abandonada por su madre y la mujer que agrupa en su ser toda la genética de aquellas que le antecedieron.
      Aparte de todo lo dicho, la voz de la autora se recrea en un tono reflexivo, casi lleno de compasión aún cuando raya más en lo maternal. Es un tipo de viaje (intra)dimensional donde se ven sus deseos de añoñar a la abuela, ser la amiga de su madre y ser la justiciera de sí misma. La voz quiere viajar en el tiempo, romper las barreras de lo físico y dejarse unir a otra cosa– que a los ojos del aguzado lector nos es más que la “historia femenina colectivizada”–. Sin embargo, nada de eso es capaz de suplantar el enorme cuestionamiento ontológico y tampoco el luchar con los estragos de unos elementos que la han marcado: la muerte de un padre y la constancia de su ausencia, el dichoso “issue” de ser mujer en un mundo que no acepta– que no permite –y, por último, esa gran impotencia del yo que se ve arrasado por el tiempo y las circunstancias.
     Luego de husmear por el libro y de reírme, entristecerme y hasta sentirme parte del arca, no queda mejor señal de la abarcadora visión de Cortés Vélez que en su más sensata confesión, su más preciada memoria– muy a la Sor Juana Inés – en donde lo dice todo: “Descabellada sobre el papel, escribo para no morir.”


lunes, 21 de mayo de 2012

El toque de la campana (@ Cruce)



Saludos nuevamente a aquellos que se dan la vuelta por este espacio.

http://revistacruce.com/letras/el-toque-de-la-campana.html


Estudiar la historia política de Puerto Rico es un ejercicio que se nutre a diario. Nada más se puede esperar de uno de los pueblos más activos en el proceso democrático. La efervescencia, el candor y el debate han sido parte de nuestro desarrollo social, de nuestra idiosincrasia isleña. La forma de hacer política, de discutirla y de analizarla es sumamente distinta a otros cuerpos antillanos. A pesar de ello, no puede negarse que todavía existe un largo trecho por trazar. La historia de la participación electoral puertorriqueña es un infante, sus hechos todavía son cercanos y hasta latentes– aún cuando el pueblo los olvide de un zarpazo – y son estos elementos los que fomentan que cada publicación sobre el tema se escoja con cuidado, se estudie puntillosamente y se aplauda (de ser necesario) con esmero. Para mi agrado, en este proceso analítico me he topado con una publicación primeriza de un intelectual joven.
El libro es en sí el arduo trabajo doctoral del colega Carlos Mendoza Acevedo, titulado Partido Acción Cristiana en la política puertorriqueña 1959-65. Este texto presenta un análisis profundo del impacto del Partido Acción Cristiana (en adelante “PAC”) en la historia y política moderna de la Isla.
Posicionar la publicación es un ejercicio maleable ya que puede ser bien acogido tanto por historiadores, científicos políticos y sociólogos. Su contenido divaga entre dichas materias pero se inclina por ser una mirada analítica del desarrollo (concepción, acción y decadencia) del movimiento en pro de la llamada Democracia Cristiana en Puerto Rico y su organismo propulsor, el PAC.
La redacción es netamente científica y se ve regida por la estructura expositiva y metódica de una tesis doctoral. No obstante, a pesar de verse circunscrito a este estilo, Mendoza no deja de ser un narrador conspicuo que lleva al lector a conclusiones válidas que son aderezadas por las numerosas fuentes bibliográficas, tablas y demás piezas históricas que sustentan sus conclusiones.
Varios son los planteamientos del autor, de entre los cuales se destaca el anotar que el PAC falló en promover el concepto de Democracia Cristiana de manera efectiva. Mendoza enlaza su conclusión a la del profesor Samuel Silva Gotay, al señalar que fueron muchos los escollos que atravesó el partido a la hora de desarrollar un concepto político sólido, capaz de enfrentarse a las ideologías predominantes en los partidos de entonces.
Para Mendoza la avalancha de críticas hacia el vínculo del PAC con la Iglesia Católica, el anticlericalismo y la presencia, en su mayoría, de jerarcas eclesiásticos de origen estadounidense, fue el catalítico para que la colectividad se viera imposibilitada de fundamentar los axiomas de la Democracia Cristiana.
No obstante, vale resaltar que este fenómeno político no ha sido acogido con mucha complacencia en otros países latinoamericanos. Así, en el caso de Perú, Vargas Llosa apunta que el movimiento era, en cierta medida, irrealista.[1] Dotado de líderes que venían de clases acomodadas, sin una pizca de conocimiento sobre los vejámenes de la mayoría popular peruana. Por otro lado, Clodomiro Almeyda señala que, más allá de Venezuela y Chile, la Democracia Cristiana sólo fungió como una tendencia del centro encaminada al reformismo y la tecnocracia.[2] Por lo cual, al sumar estas observaciones a las hechas por Mendoza Acevedo, se puede observar que sus conclusiones en cuanto al impacto de la Democracia Cristiana en Puerto Rico son más reveladoras para muchos planteamientos políticos contemporáneos y posicionan el análisis del autor a la par con las conclusiones expuestas por otros politólogos latinoamericanos.
Contrario a otros países en donde el movimiento logró acuñar un mínimo de poder político en masas de clase tecnócrata, empresarial y algunos jóvenes, en Puerto Rico, el PAC no pudo configurar y definir el concepto de Democracia Cristiana para dotar a sus seguidores de una ideología política consistente con la cual enfrentar a los demás partidos. Tales son las palabras del propio Mendoza.
Otro de los elementos que el autor subraya es el hecho de que el PAC cesó en el 1965 vis a vis la noción de que terminó en el 1960. Esto es, sin lugar a dudas, uno de los elementos que posiciona a Carlos Mendoza Acevedo como un historiador de primer orden al atreverse a refutar una noción generalizada sobre la muerte de un partido político– elemento que, en sistema como el nuestro, no puede ser soslayado vagamente–. Sin embargo, la aseveración del autor– que en sí pone (respetuosamente) en entredicho los escritos de María Mercedes Alonso, Samuel Silva Gotay, así como la Dra. Lourdes Lugo Ortiz – no es liviana ni enjuta, sino que se sustenta en un rastreo con vicios de bibliófilo en el cual el autor ausculta trabajos publicados e inéditos que analizan el periodo de existencia del PAC. A toda luz, lo enunciado por el autor es cierto y abre la posibilidad de analizar un periodo político para el PAC que ocurrió “por debajo” del radar popular y mediático.
Resta mencionar que el trabajo de Mendoza Acevedo arroja mucho albor sobre la figura del Lcdo. José Luis Feliú Pesquera, tanto así que gran parte de los capítulos no pueden escapar de su aura. Empero, vale mencionar que la tendencia no se juega en vano ya que, a pesar de no haber sido uno de los candidatos a los llamados “puestos grandes”, Feliú Pesquera fue la carta de presentación del PAC. Su conocimiento, experiencia política y desenvolvimiento internacional lo revisten con el título de líder máximo del partido.
Si algo está claro es que el PAC tiene más que contar sobre sus otras figuras pilares. Nada más con leer los últimos capítulos de Partido Acción Cristiana en la política puertorriqueña 1959-65 se percibe una intención de desenmascarar mucho más que los eventos oficiales del partido. Existe un oscuro pasaje sobre las trifulcas internas del PAC y los intentos de revivirlo así como su correlación e influencia en las plataformas políticas de los demás partidos corrientes.
            Por el momento, los adictos a la historia deberán conformarse con la aportación de Mendoza Acevedo la cual, no en vano, puede laurearse por ser un complemento necesario en cualquier curso de historia o política.


[1] Mario Vargas Llosa. El pez en el agua. Editorial Santillana. (2010). Pág. 319-20.
[2] Clodomiro Almeyda. La democracia cristiana en América Latina. Revista Nueva Sociedad. Núm. 82 Marzo-Abril de 1986. Págs. 139-49.

jueves, 17 de mayo de 2012

Klindo (@ .Crudo)



Otra más en .Crudo

Para el texto pueden acceder a:
http://www.crudoprod.com/klindo/


     He comprado una cosita pequeña y oscura. Un tanto barata para las posibilidades que tiene pero, sobre todo, capaz de subsistir bajo la amenaza rotunda de mi cónyuge al crear hipérboles que aseguran que nos vamos a inundar de páginas si llego adquirir un libro más.
     “Ni uno más” dijo, ni un anaquel más porque, según ella y sus hermosos ojos, hay más sitios para acumular libros que para acopiar cosas necesarias como ropa, comida y parafernalia cotidiana (A lo cual me atrevo a preguntar: ¿Cómo sería una casa llena de libros, incluso dentro de la estufa y debajo de la nevera?).
Vanidad de vanidades dirán, pero que mucho me ha emocionado el entrar tanta literatura en él aparatito. Como si yo anduviese con toda Alejandría debajo de un bolsillo cucando a los bibliófilos y zarandeando a los bibliotecarios. Porque de eso se trataba todo aun cuando admito que fue de gran ayuda al estudiar para la reválida de abogado. Fue útil andar con todos los repasos y los casos y los llamados pedefes para arriba y para abajo. Leyéndolos en la fila del banco, en la panadería al esperar el revoltillo con jamón y queso suizo, y también cuando el viejo me daba pon para ir a ver (q)uestiones de librerías, doctorados y vainas académicas que tanto nutren.
     La curiosidad, esa que dicen que mata felinos, siguió el curso normal de las aguas y me atreví a impulsar lecturas en el anglosajón moderno y de antaño en el dispositivo electrónico. Cosas que no había podido adquirir en los dos intentos de ahogarme en textos: el primero el bachillerato en Estudios Hispánicos (muchas cosas en el exquisito castellano) y el segundo el Juris Doctor (muchas leyes, casos y más casos). Al final del día mezclaba lo aprendido en ambos trances, analizaba cuáles textos me convendrían y hacía piruetas con las leyes y tratados de derechos autor y propiedad intelectual para ver qué presas estaban indefensas y solitas en algún rincón olvidado de la internetz. Poco a poco fui llenando los llamados “folders” con cosas en varios idiomas, cosas en pedefes y mobi y en cuanto formato pudiese con tal de pasar estos miopes por encima de las letras y gozar esa cosa nítida que la literatura, un café y una lluvia de tarde en Moca (único pueblo de cuatro letras, broder) ofrecen.
     Más gatos internos fueron anquilosados mientras me adentraba en las fauces cibernéticas de la maquinita maravillosa, el semi-aleph, como le digo a veces. No obstante, lo cierto es que este mundo de las letras es un enorme río donde se buscan pepitas de oro pero a veces se encuentran cosas más repulsivas. Y sufrí, desocupado lector, sufrí al toparme con un mundo norteño en donde cualquier imbécil escribe una cosa con el poder de hacer que un muchacho se suicide o una quinceañera (o sesenteañera) se tatúe sus bellos (viejos) omoplatos con cuestiones absurdas. A veces, demostrando que el capitalismo siempre se parecerá a la “yararacusú … enrollada sobre sí misma”, porque encontré cosas a 99¢ que son peores que las comidas que te venden en los “value menu”.  
     Entonces es que llego a ese momento de la verdad, en donde uno se cansa de darle para atrás y para adelante a los botones que mueven las páginas (que jamás vas a tocar) de los libros que nunca vas a diferenciar entre edición de 1825 y la de 2009. Apenas pasan cosas así y te demuestras que somos seres materialistas, que funcionamos palpando las cosas y no sólo pensando en ellas. Poco a poco se medita en este asunto mientras uno escribe una columnita para una revista cibernética. Ves tus manos tecleando y necesitando pausar para agarrar algo que te saque de todo este asopado de malabares que llamamos isla. Miró para el lado, en el librero de la izquierda (estoy rodeado de libreros) allí yace palpitante un edición blanca y negra de Don Quijote y más allá un marcador de libros hecho en mundillo que me obsequió mi tía Eda (el marcador más hermoso que he visto). Miro el computador y el librero; el computador y el librero y la maquinita negra llena de libros y cosas que cabe en un bolsillo: no puedo con la tentación de ir a ese lugar de la Mancha, pero esta vez me voy “oldstyle” y le digo adiós a la maquinita electrónica, a la Alejandría portátil.

domingo, 22 de abril de 2012

Nihil


(Foto tomada de vimeo.com)

No fue nadie. Bueno, no “nadie” en el sentido de nihil, porque por lo menos dos almas se dieron la vueltita a ver qué conseguían. A parte del dueño del local, la presentadora, mi esposa y yo: sólo dos personas.

Quizás se lo achaque a las justas, a que no hubo mucha publicidad o a que la gente que dice “going” en el feisbúk en realidad lo hacen para dar alivio y expectativa. Puede ser que simplemente el público no estaba interesada o que habían demasiadas actividades corriendo al mismo tiempo (lo cual es altamente probable).

Lo cierto es que más o menos la corazonada me invadió cuando subía por Manatí. Un poco antes del peaje para ser más exacto. Fue un pensamiento fugaz y un tanto veloz que me indicó que nadie iba a ir. Bueno, como dije anteriormente, no absolutamente nadie, sino una minimalista asistencia para ser más artístico.
Yo había visto eso suceder en congresos, en actividades universitarias y hasta en las presentaciones de libros de algunos compañeros. Es algo en verdad triste porque lo primero que le llega a uno a la mente es que, simplemente, a nadie le interesa tu libro. Es como estar en una fiesta y comenzar un tema en tertulia y de repente te ves sólo. O sea, que a nadie le interesó tu comentario sobre la repetición de Juan Rulfo en la contemporaneidad mexicana o como el Cd de Calle 13 en verdad te gusta.

Lo segundo que diría es que invade otro pensamiento, mucho más poblado de aflicciones que el primero y que se puede resumir en una simple pregunta: ¿Y los amigos qué?

Es una suposición fuertísima y hasta preocupante, pero en el estricto orden de la realidad, el oficio del escritor enajena y no da chance para solidificar pactos de confianza con los demás. Tampoco se puede contar con que todo aquel que haya dicho sí al “Friend Request” es en realidad un fan de tu trabajo o de lo que haces.

Sin embargo, todo lo anterior queda eclipsado por la buena vibra que da el pensar que nada importa y que las cosas son como son. Esta coraza de lo positivo se va desarrollando luego de múltiples entropías en la vida: El carro se te daña el día de tu graduación, se fue la luz en tu boda y cualquiera de esas situaciones caóticas que adornan nuestro existir.

Yo había dado un viaje de dos y media hora para llegar a mi presentación. Había preparado un discurso bonito para aquellos que se dieran cita. Mi esposa había pedido el día libre para acompañarme al ágape. Pero al final, nadie fue, o casi nadie, o mejor digamos unos pocos solamente (no lo suficiente para llevar a cabo la presentación).

No niego que me haya sentido mal, ni me haya enfuscado en todo lo hecho y deshecho para darme cita en el lugar. No obstante, todo eso quedó sepultado tras un panini, vino y una buena conversación. Son esas cosas las que valen la pena, las que hacen que las dos horas de viaje, la gasolina “barata” y todo lo demás orbite alrededor de mí con una armonía intensa. O sea, que el que nadie (casi nadie) vaya a la presentación de tu libro es un gaje del oficio.

A pesar de eso, no significa que la cosa se deba tomar con un paño de arcoíris y sonrisas. Porque a un lado, la otra cara de la moneda y la más capitalista de todas, se encuentra la pérdida. Me refiero a que si la librería y la editorial no vendieron ni un solo libro ese día, simplemente se desaprovechó el momento. Porque aquí va otro punto de esos que hacen que la cosa dulce sepa salada: Yo viajo a una presentación vacía, sin expectativas de ganarme un centavo. No tengo regalías con el texto. Es pura y sencillamente pasión por el arte.

Aquel día vi un librito de bolsillo de Eugenio García Cuevas y me pareció fascinante no sin antes acordarme de unas sabias palabras que leí de su pluma en donde, el vate de origen dominicano, atestiguaba la pequeña población de lectores independientes en nuestra isla. A lo cual, por un instante, me atacó la idea de que los 500 que él menciona estaban distribuidos en las otras presentaciones que se acuñaron para la misma fecha. Puede que sí, puede que no.

Lo cierto es que luego de una hora de la fecha señalada, la escritora Yvonne Denis dijo “vamos a comer un pizza”. Yo me encogí de hombros mientras le cuestionaba a mi esposa si gustaba de ello, a lo cual me indicó que un panini no vendría mal. El resto fue literatura, como dice Cortazar. Arnaldo ya había sacado el vino (porque eso no se podía dejar perder). Salimos de la Mágica y por dos segundos me sentí hecho un trotamundos.

Dos horas de viaje luego, a las 12:33 de la madrugada, miraba el techo con un cansancio en la espalda baja (posiblemente normal, pero agravado por el hecho de que mi auto es “estándar”). Mi doncella preparaba un té de eucalipto para aliviar la tos y yo estaba languideciendo. Antes de Morfeo pensé “No vino nadie”.

lunes, 16 de abril de 2012

Espiando la revolución @ Revista Cruce


Para el texto completo, visita:  http://revistacruce.com/letras/espiando-la-revolucion.html


Para comenzar un escrito como este, sólo basta mencionar un nombre para que la comunidad de lectores haga satélites alrededor del tema: Francisco “Pancho” Villa. No más mencionarle aguza los sentidos, se crea una reproducción de la iconografía que arrastra cada letra de su nominal. Brotan en un lado y otro el espeso bigote, el fieltro, o quizás un pistolete color plata apuntado hacia el cielo y detonando cuanta cosa haya allá arriba, como si tratase de montarle la guerra incluso a lo divino.
Pero, transliterando el dicho caribeño de nuestra ciudad sureña: “Pancho es Pancho y lo demás es Revolución”. Porque qué sería él si estuviese sólo, sin Carranza, sin Plutarco Elías Calles, sin los latifundios, sin la batalla de Cristeros, en fin, qué sería sin los miles de mexicanos que avanzaron cargando su tristeza, su falta de educación, su hambre y una pistola en el bolsillo bajo la consigna “No a la reelección”.
Para los curiosos, siempre es bueno pensar que para todo (para casi todo) hay un librito y, en este caso, sobre la Revolución mexicana hay muchos. Empero, esta ocasión es para centrar esfuerzos en Por el ojo de la cerradura: Una mirada más allá de la Revolución mexicana, una colección de ensayos coordinada por la Dra. Herminia Alemañy Valdez en la cual se desata un tema tan abarcador y complejo, que a su vez puede clasificarse como determinante y latente: la Revolución mexicana.
En estos 7 ensayos se explora el tema de la Revolución con un lente juicioso y analítico en donde no escapan de su crisol la literatura, filosofía, economía y política. Por lo demás, este texto brilla por su claridad y entereza académica en el cual no se exagera ni se mitifica la Revolución, sino que se desmenuzan sus elementos y gestores culturales. También se deshilan las particularidades de sus desarrolladores artísticos.
A priori, el libro enfatiza que el acercamiento a la Revolución es uno activo en donde el elemento de estudio aún fecunda aquí y allá, proveyendo materia prima para artistas que a estas alturas– a 100 años de las balas y la sangre – siguen observando este fenómeno político y social latinoamericano. Así, existe una armonía entre los ensayistas en cuanto a que la Revolución acapara México y no cede ante los límites geográficos y jurisdiccionales de ese inmenso país.[1]
No obstante, todos los ensayos se ocupan nítidamente de lo mexicano, dibujando los contornos para analizar el impacto de la Revolución en torno a la creación de una historia, un ideario popular y una iconografía que aún se presta a la formulación de preguntas. De esta forma, el texto lleva al lector a hilar argumentos en cuanto al impacto de la insurrección en torno a los problemas económicos del momento así como sus repercusiones en la literatura, la pintura y la política. Además, se antepone la verdadera materia de análisis en cuanto a la creación de una lista que recoge sobre 300 piezas que incluyen novelas, tratados filosóficos, poemas, pinturas (murales), memorias y documentos históricos. No queda duda de que el libro escarba las fibras del por qué y el cómo la Revolución mexicana movió los engranajes para la producción creativa en los mexicanos.
Para no asediar y– mucho más importante –no develar todo el libro de un solo plumazo, aguzo la lectura de sólo tres de los ensayos que se encuentran en la colección. No porque sean más lustrosos que sus homólogos sino para salvaguardar la expectativa de la totalidad de la lectura.
El primero de los trabajos que resaltamos analiza la temática de marras en el contexto de la novela revolucionaria y su concatenación hasta la década del 1960. El ensayo glosa, específicamente, a Elena Poniatowska y su Hasta no verte Jesús mío. Este ejercicio, elaborado por María Rita Plancarte Martínez, identifica un tema neurálgico a la hora de analizar la producción narrativa acaecida a raíz del tema de la Revolución: ¿hasta dónde se lleva a ficción los verdaderos partícipes del  evento? ¿En qué momento la voz del escritor– y su filtro creativo/artístico –silencia al sujeto? O, con más relevancia, ¿en qué medida el exponente se ha adueñado de las memorias, voces, sufrimientos y vivencias del sujeto en aras de la creación literaria?
En este trabajo Plancarte Martínez desmenuza el proceso creativo de Hasta no verte Jesús mío y cuestiona los elementos con los cuales la autora se valió de una partícipe de la Revolución para crear un personaje para su novela. También, este trabajo brilla por demostrar, en el primer turno al bate, que la participación femenina en la Revolución fue activa y esencial.
El segundo ejemplar es una lectura mucho más biográfica así como bibliográfica. Se trata del ensayo “Antonio Caso y José Vasconcelos: La filosofía en la época de la revolución mexicana (1910-1920)” de Raul Trejo-Villalobos. Aquí se elabora la importancia de la producción filosófica de mexicanos que participaron en la Revolución y la manera en que estos determinaron que, en conjunto con un movimiento social de reforma, debía existir también una innovación en el pensamiento. En este ejemplar, Trejo-Villalobos no solo logra hacer una nutrida glosa de los autores estudiados sino que logra armonizar la manera de ensayarlos a pesar de sus diferencias filosóficas y hasta de credo (uno de ellos era ateneísta y el otro el creador del llamado indigenismo).[2] A través del crisol de la Revolución estos dos grandes del pensamiento mexicano se entrecruzan en el texto con una facilidad exclusiva.
El tercero de los trabajos que resaltamos es el de la propia coordinadora, la Dra. Herminia Alemañy-Valdez. Empero, no por favoritismos ni particularidades imparciales, sino porque el emprendimiento que su ensayo adopta es quizás uno de los saltos más importantes– no por menos difícil –en torno a los estudios sobre la novela de la Revolución mexicana. Su ensayo establece tres supuestos que son de suma importancia:
·         Analizar las diferentes teorías en torno al lapso de tiempo (periodo) que duró la Revolución en sí.
·         La creación de un fichero bibliográfico sobre los estudios acerca la novela revolucionaria.
·         La definición de los mínimos denominadores o clasificadores que tiene ese maleable concepto denominado “novela de la revolución”.
Tomando las cosas con pinzas pero sin revelar el secreto, Alemañy se aventura a desarrollar un esquema tripartito del género de la novela que lleva como espina dorsal (o como simple mención) la Revolución. Esta aportación es, sin lugar a duda, una fuente para futuras investigaciones académicas o profesionales sobre el tema.
En baso a lo expuesto Por el ojo de la cerradura: Una mirada más allá de la Revolución mexicanase presenta como un texto sumamente enriquecedor para el experto deseoso de analizar las nuevas tendencias investigativas en torno a la revolución. No obstante, el libro no excluye a aquel novato en el tema que desee explorar algunas muestras del impacto que este evento tuvo en la nación mexicana.
  



[1] Referencias para esta aseveración se pueden auscultar en los diversos estudios que posicionan el evento de la Revolución, o los acaecidos posterior a la lucha armada, en relación directa con los gobiernos de la antigua Unión Soviética y las tendencias discutidas en las diferentes versiones de la Internacional Socialista.
[2] Debe acotarse que ambos eran reaccionarios ante el positivismo.

sábado, 24 de marzo de 2012

"El círculo perfecto" @ Revista Cruce: Reseña sobre el poeta Alberto Martínez

Aquí va otra colaboración con la Revista Cruce en la cual se reseña Contige he aprendido a conocer la noche del poeta Alberto Martínez Márquez.




Para el documento completo vaya a: http://revistacruce.com/letras/el-circulo-perfecto.html


La noche ha sido tan poética y mística a través de los tiempos que su constitución y formas, sus elementos y oportunidades, su misterio y su invitación, han llenado páginas con versos en ambos lados del mundo. De estos, algunos patéticos y otros, simplemente impactantes. No obstante, sin entrar en evaluaciones de cuáles versos son buenos y cuáles no, lo cierto es que la noche sigue siendo aliciente para que algún desairado amor prescriba su condición en el papel con el fin de mostrar al lector que la oscuridad, las estrellas y la luna son los ingredientes predilectos para un buen suspiro.
La imaginación del lector al apreciar aquellas líneas que atestiguan: “Puedo escribir los versos más tristes está noche. / Escribir, por ejemplo: «La noche esta estrellada, / y tiritan, azules, los astros, a lo lejos»” puede producir un refuerzo al enamoramiento, un vicio de mirar a los astros a ver si tiritan o, a veces, una decepción grande con Neruda. Pero, si de algo vamos a ser juiciosos es de que la noche deja su presencia, un grado de subjetividad en el lector, así como al objeto de lectura y las circunstancias que le rodean. Como dijimos una vez entre amigos, no es lo mismo escribir o leer de noche que de día.
            Ese lapso del planeta se siente predilecto para guardar secretos, ocultar cosas y sobre todo a los juegos literarios. Así lo plasma San Juan de la Cruz al rociar con tinta y decir: “En la noche dichosa, / en secreto, que nadie me veía,/ ni yo miraba cosa,/sin otra luz ni guía/o la que en el corazón ardía.” Por eso, no por menos se debe dejar de mencionar que la noche aviva algunos sentidos, entre ellos el gusto, a lo cual incita Asunción Silva: “¿De las noches más dulces te acuerdas, todavía?”.
            Dicho lo dicho. ¿Se ha dejado de venerar la noche por los poetas? Dudoso. ¿Se ha dejado de escribir sobre este maravilloso estado del planeta? Para nada.
Así las cosas traigo ante sus ojos la reciente publicación de Arco de Plata Editores: Contigo he aprendido a conocer la noche de Alberto Martínez Márquez. Un poemario corto, de versos amorosos y lujuriosos donde la huella de San Juan de la Cruz yace con más latencia que la de Asunción Silva y la de Neruda. Y que me permita el autor la comparación –si no le gusta pues allá abajo hay una zona donde se ponen comentarios–, la hago porque el elemento de la búsqueda es una constante en este poemario, o sea hay un continuo movimiento entre el yo y el otro, entre los estados de pensamiento y la noche, que llevan a un lectura múltiple. El texto no es uno sino una recopilación de varias proyectos que se expanden entre la década de 1990, luego de 2004 a 2009 y, por último, de 2009 a 2010. O sea, desde ese punto fijo del texto podemos observar gran parte de la carrera literaria del autor.
Alberto Martínez Márquez, poeta que ha sido uno de los contrapesos más grandes de las letras isleñas –y digo esto con todo el buen sentido ya que en él se reúnen el gestor cultural contestatario, el poeta ávido y participativo, y el profesor literalmente a tiempo completo– no niega su tradición con esta publicación. Si bien su poemario Las formas del vértigo fue uno de los lanzamientos más sólidos en la carrera del poeta, en donde predominaban las fórmulas complejas donde los maestros del dadaísmo y la poesía brasileña asomaban el rostro a diestra y siniestra, su temática era muy variada. Hay que reconocer que el poemario era tres libros en uno, cosa que vuelve aparecer en Contigo he aprendido a conocer la noche.
¿Y que de la noche? Bueno, en aquella publicación– Las formas del vértigo– en el poema “Nocturno”, había plasmado Martínez:
agua seca
colinda
con esta piel vetusta y quieta

llenando los poros
con tumbas perfumadas 

algún tambor húmedo
alarga
sutilmente
su dúctil lengua alucinada
por el duro borde
del tiempo.

No hay duda de que la noche es tema recurrente para el poeta. En aquel poemario Martínez Márquez nos había dado un libro que resaltaba por su versatilidad, pero ahora nos da uno que brilla por la manera en que las figuras se desenlazan en una misma circunstancia, o sea la noche.
En Contigo he aprendido a conocer la noche hay un acercamiento a una voz poética mucho más melancólica que poco a poco va conociéndose hasta encontrar la figura de la amada (la cual me inclino a pensar que podría ser incluso la poesía misma). Predominan las alusiones a las circunferencias en clara evocación a dos posibilidades: Primeramente, al Ouroboros tradicional –no el de Nietzsche– el cual simboliza los ciclos del renacer o el hacerse nuevo continuamente. Segundo, el elemento de la perfección, la cual se aprecia en las corrientes primerizas de la matemática y la geometría.
Ahora, hablar de la circularidad y el eterno retorno no es tema ajeno a las letras hispánicas. No obstante, su peculiaridad se ha visto enmarca como ausencia de progreso, o sea la repetición ad infinitum de las cosas. En esa línea, apunta Carmen Escudero Martínez en Didáctica de la literatura que esas figuras redondas se usan para “conformar una idea de reiteración cuyo diagrama más acertado sería el del círculo, que supone el movimiento propio de lo temporal encerrado de tal forma que, por más tiempo que avance, siempre se encontrará repitiendo idéntico proceso.” A lo cual colegimos que, sin desmerecer el argumento, la aplicación de la figura a la poesía de Martínez Márquez denota otra cosa.
El ejemplo por antonomasia se encuentra en el poema “No llegaste a mi vida”, donde expone el poeta:
no llegaste a mi vida
ni yo arribé a la tuya
sino que veníamos caminando
desde lados contrarios
y nos topamos de frente
para reconstruir el círculo
que habíamos olvidado

Como se puede apreciar en este ejemplar, existe la circularidad no como mera repetición sino como conceptualización de lo perfecto. La voz poética se siente completa tras el encuentro. Para Martínez el amor es regenerativo y el retorno a la noche (elemento cíclico) lo que hace es embeber más la poesía de elementos que funcionan como una constante para fortalecer su existencia. Pero la noche no es todo, en otro poema en que refiere directamente a la amada, Martínez dibuja la siguiente metáfora: “eres/ la medida/ de mi mundo”, dando esa noción matemática a la metáfora e intuyendo que su mundo puede ser medido. Así, en cuanto a la amada, se aprecia que no sólo ejecuta el encuentro del poeta consigo mismo sino que lo ayuda a darle más perfección a su mundo hasta llegar a medirlo – Medir un mundo de carácter subjetivo, es tarea para la perfección poética, no la geométrica–.
Otro ejemplo que vale subrayar se encuentra en el poema “Lenguaje del círculo” en donde el autor esboza en un poema concreto que:
el deseo
siempre            siempre
es el deseo                   es el deseo
siempre            siempre
el deseo

Según lo expuesto, este poemario es una gran confesión en donde los ingredientes son la poesía, la noche y el amor, los cuales se fusionan para darle un sentido de perfección a la voz poética. Figuran en él elementos elípticos que ayudan a intuir que el poeta ha encontrado en la noche algún secreto para la puridad, evoca con ello esa hermosa alusión al círculo perfecto. Para el autor, en la noche no hay principio ni fin, es una circunferencia que evoca lo ilimitado, en donde se puede encontrar consigo mismo y donde puede amar y desear en un eterno constante. En esencia, el amor se vuelve círculo: o sea se alcanza a sí mismo y se renueva constantemente, se acaba el alpha y el omega y sólo existe la continuidad.
Contigo he aprendido a conocer la noche, es un poemario que encierra tres tiempos de una misma vida. Alberto Martínez Márquez nos promete mucho en sus páginas y al leerlo cumple las expectativas. Sin duda este es uno de sus más logrados poemarios