miércoles, 21 de marzo de 2018

Hacia dónde debe ir el fuetazo: Presentación de la antología Este juego de látigos sonrientes


           Hablar de la literatura puertorriqueña hoy día se ha convertido en un proceso de extremo cuidado. Esto no sucede por la delicadeza del tema, el cual ha producido y es eje todavía de los álgidos debates culturales que nos han caracterizado, sino por el factor de que en la contemporaneidad, la praxis literaria ha recibido grandes amenazas de ser consumida por un discurso mercantil.
            
            De lo que se discurre aquí es de un problema que ha caracterizado la producción literaria de la última década. En esencia, el resultado de una serie de estrategias para convertir a nuestro escritor endémico en un hermano menor, un facsímil del metaforizado "escritor exitoso". Este es un debate que, al parecer, se está inclinando hacia el potente magnetismo del clisé producto de los aparatos mercantiles y la llamada cultura literaria que peca igual que nuestras otras "culturas" — así con bastardillas. Así, en el Puerto Rico de hoy confundimos al escritor con el humorista, el plagiador, la estrella de televisión y el estridente participe del "reáliti". Esto nos lleva a observar la literatura como mero canjeo, un ir y venir que se mide, primordialmente, por el tráfico que se muestre en los anaqueles. Triste es ver cómo algunos autores operan con máximas simplistas que toman prestado concepciones distorsionados del marxismo y las injertan con el contemporáneo capitalismo post 9-11. Así, se pueden apuntar a algunos fenómenos vergonzosos: 1) El escritor que cree que publicar es más importante que escribir; 2) El escritor quiere ser escritor porque eso le da acceso a janguear con aquellos que ya cargan el sello de escritor; 3) El escritor anti-establishment, anti-corriente y anti-todo que escribe porque lo que quiere es establecer su propio establishment; y 4) El escritor que opera con la máxima de "mientras más libros míos la gente vea en los estantes, más van a pensar que soy escritor".
            
            Lamentablemente— hay que decirlo así— quienes más se han ido por este risco son aquellos que disque desean cultivar la prosa. Productos a su vez, una gran caterva de estos, de ciertos programas que prometen que con 100 créditos universitarios posgraduados te convertirás en Stephen King, con 200 en Corín Tellado y con otros 300 en Isabel Allende.
           
             
Ahora, en ese ámbito, la poesía puertorriqueña se ha mantenido firme en su encomienda de no soportarle mierdas a nadie y continuar con sus metamorfosis aún cuando esto propenda a tener los bolsillos llenos de versos y no de billetes. Así, el criterio comercial, el afán de reconocimiento y fama no ha afectado a la caterva de poetas tal y como ha sucedido con los prosistas. En ese tono, hoy nos toca hablar de un proyecto que se inserta en los anaqueles mediante la vieja fórmula de esfuerzo y colaboración: Este juego de látigos sonrientes.
           
            Del saque, el nominal de esta antología involucra las relaciones lúdicas a las que somos propensos los humanos. En cuanto al binomio juego y poesía el teórico Rafael Nuñez Ramos ha expresado que:
La poesía, para ser un juego, debe recuperar la dimensión material del lenguaje y volverse hacia el lado de la expresión; así le lenguaje puede ser tratado como cosa en la que es posible jugar, manipular, experimentar; pero a la vez la poesía debe preservar la capacidad de significación, pues solo ella permite incorporar la variedad del mundo, la multiplicidad de las cosas, lo que hará de la poesía un juego profundo y complejo (48).
          
             Lo acuñado por Nuñez Ramos va hilvanado a problemas clásicos o sea al arroz y a la habichuela de Platón y Aristóteles. En esencia, Platón tenía incomodidades con ambos aspectos, tanto el juego como la poesía. Huelga aquí centrar la atención a lo que Jacques Derridá critica del filósofo al timonear que el maestro de Aristóteles juega a tomarse en serio el juego. Señala el pensador francés que el problema de Platón versa en que este ve el juego como un mero accidente. Abunda además, que juego y jugar con cosas distintas, lo cual se percibe mejor en las acepciones inglesas de las palabras "game and play".

            Cónsono a esto, el teórico Huizinga ha establecido unas características de lo que llama Homo Ludens, a razón de que el “juego” y el “jugar” es:
1. Libre, o que evoca la libertad
2. Ajeno a lo “ordinario” y lo “real”
3. Distinto a la vida ordinaria en cuanto a lo locativo y al fenómeno temporal
4. Exige un orden absoluto y supremo, o sea, crea dicho orden
5. Es ajeno a los intereses materialistas, es un acto que no genera ganancia alguna
         
             Las ideas de Huizinga desarrollaron una cascada de posibilidades acerca del estudio de la
relación del juego y la sociedad humana (lo que llama ludología). No es rémora el que esta teoría social sea aplicada a la literatura. De esta forma, tenemos específicamente en la poesía un juego de libertad, fuera de la cotidianidad y que no busca un afán material, sino una asociación con el lector.
       
             Debe apuntarse aquí que Este juego de látigos sonrientes ofrece eso y más. En primer término se observa un afán de igualdad para los poetas: aquí no hay porque resaltar ciertas vacas sagradas que carguen la tirada ni que infundan un grado de aceptación social. Quien lea a esta antología aceptará que hay poetas que no formulan las listas de las academias, los ateneos y los círculos exclusivistas. Por otro lado, el texto no hace un sesgo generacional, no hay divisiones por edades, colores o epítetos. Mujeres poetizan junto a hombres; no hay sellitos de si aquel es negro, blanco o colorado; o si hubo tal o cual premio reconocimiento.

             El fluir de la colección también propende a uno de los elementos más importantes de esta década: la invitación al ruedo poético. Lo que se desea plasmar aquí es algo que ha sido pobremente discutido en las aulas universitarias y que ha pasado tal vez a tema de tertulia o de café, pero lo ciertos es que hay una ausencia demasiado dolorosa de la poesía en los centros docentes puertorriqueños. Con riesgos de síncope, nuestra generación más reciente cada vez pierde más espacio social y cultural ante un Puerto Rico que se vuelve cada vez más “Baby Boomer”. El llamado es que nuestros jóvenes necesitan poesía, requieren de esa sensibilidad y despertar de intuición que solo sabe brindar el arte en verso. Así, Este juego de látigos sonrientes se presenta como una colección fresca, de poetas de esquina cuya voz se opone al derrumbe de nuestra sociedad puertorriqueña del siglo XXI; que invita a ser contestatario; arrojado e inquieto. En puridad, no es antología para aprender generalidades de la poesía isleña, sino para abrir camino a nuevas lecturas.

           Más para mérito de los poetas que del tiempo. Esta noche comenzamos una avanzada lírica que debería extenderse a cuanto lector se pueda. Así, no se hará una crítica singularizando los vítores y loas de los autores, se invita a que hagan lectura a que nos inunden con la llama y el grito para que nuestros jóvenes tengan algo más que tecnología y crisis. Hacia ellos es que se dirige el azote, para ellos es el juego.