lunes, 4 de julio de 2022

La empinada ruta del asceta hacia la libertad: La Princesa y el Oso Blanco de José Enamorado Cuesta

José Enamorado Cuesta

La princesa y el oso blanco (versos carcelarios) 1955

Editorial Tiempo Nuevo

129 páginas

 

La nota ética debe preceder cualquier acercamiento a esta lectura: Yace aquí un libro gestado por mi mentor Mario O. Ayala producto de lo que cultivó mientras fue mi director de Tesis en el 2020.

Sin embargo, puedo aclarar que los trabajos que se produjeron en ese periodo— aquella tesis como este trabajo crítico— gozan de una rigurosidad bastante marcada como exigida por ambos. Es con esos crisoles que se trae a la consideración de los lectores isleños esta edición de la poesía de José Enamorado Cuesta precedida de un estudio de Ayala y gestada bajo el sello de la editorial Tiempo Nuevo en San Juan, Puerto Rico.

¿Quién es José Enamorado Cuesta? El nombre suena tanto a seudónimo como a creación poética en sí. No obstante, Ayala esgrime que el poeta yaucano tiene una vasta producción literaria que, entre obras perdidas y otras no estudiadas, obligan a retomar un camino que trazaron predecesores como Francisco Lluch Mora; José Emilio González y, la voz contundente de los estudios literarios en el Oeste de la Isla, Josefina Rivera de Álvarez.

Esta tirada viene con un inicio editorial llamativo: Una nota del rotativo Repertorio Americano del 15 de mayo de 1954 de San José, Costa Rica, en donde se reclama por el encarcelamiento de Enamorado Cuesta según una misiva firmada por Manuel Arroyo. La carta lleva el poderoso título “Yo acuso” y culmina con una advertencia de las secuelas que repercutirán en el caso de que Costa Rica permita el avance estadounidense.

Lo anterior deja el sazón listo para lo que Ayala identifica como una conciencia política de corte internacional y un ánimo previsor que arropa la literatura del poeta. El estudio preliminar también apunta que, si bien Enamorado Cuesta cumple con las características para encapsularlo en la Generación del Treinta de Puerto Rico, su caso es sui generis y distinguible. Como bien apunta el estudio, Enamorado “participó del problemático ideario de la identidad desarrollado por la llamada Generación del Treinta”.

El yaucano fue funcionario de aduanas federal por su fluidez con el inglés; veterano de la Primera Guerra Mundial; así como combatiente, y a su vez corresponsal, durante la Guerra Civil Española. Luego de muchos años, termina como preso político sin renunciar a la exposición discursiva de los valores de la libertad plasmada con una experiencia que se nutre de lo que hay mas allá de los litorales puertorriqueños.

Se diferencia aquí el cultivo de una poesía panfletaria vis a vis una poesía político-histórica. Dice Ayala: “El poeta como sujeto, no se entera, necesariamente, de los efectos de su ejercicio, pero busca además de belleza, una comunicación con otro sujeto humano”. O sea, hay un cultivo en Enamorado Cuesta que sueña con la historia y que reconoce que su labor, si bien no necesariamente rendirá los frutos hoy, podrá ser cosecha de un mañana. En puridad, no languidece la visión del combatiente que sacrifica su hoy por la promesa de una prosperidad para los suyos que se encuentra contingente en el futuro.

Es interesante que la nota con que inicia el texto de Enamorado Cuesta es una renuncia abierta e inequívoca a la aplicación de las leyes de derecho de autor por provenir del mismo germen que combate. Asimismo, la obra tiene un prólogo que llama la atención de sus contemporáneos a la vez que denuncia que la cuestión política de Puerto Rico se encuentra enlazada a la literaria. El poeta sanciona de forma diplomática lo que nomina como un deber que se enlaza y emula el de otros literatos a nivel mundial.

El estilo se identifica por Ayala como neo-criollista y lo distingue del verso modernista que impero en Llorens y en Jesús María Lago. No se ven aquí los cromatismos de dicho estilo, mucho menos las alusiones que distinguen el modernismo intimista del externo. No hay quimeras ni piedras preciosas pero si denuncia y añoranza: Como si la voz lírica estuviera anclada a la realidad.

El ejercicio de Enamorado Cuesta es observacional. Da la sensación de que se está junto a la voz lírica, encarcelado en La Princesa, y a la vez se crea una atmosfera de denuncia que evoca lo internacional. Hay aquí un sujeto triste pero en cumplimiento y en agradecimiento. Subyace una conciencia que apunta a la labor realizada como medalla de combate.

En esencia, Enamorado Cuesta es un lector muy atinado a las corrientes. Sabe lo que es manejar las formas clásicas a la vez que denuncia desde la corriente política que lo motiva. Es una voz distinguible de Corretjer, pero a tono con esta.

El texto ruega por más aportaciones mientras reconoce una necesidad de estudiar la figura de Enamorado Cuesta. Principalmente, hay un llamado a expurgar esos textos perdidos. Al igual que el poeta, aquí hay una invitación.

lunes, 3 de enero de 2022

El batir de las olas también es violencia: El ojo de agua de Evelyn Jiménez

El ojo de agua

Evelyn Jiménez

Ediciones Callejón

257 páginas



¡Se reinicia el reloj! Las expectativas del 2022 son bastante cargadas. ¡No hay duda de ello!

Este año se comienzan las reseñas con una densa lista que estuvo pausada por los quehaceres y demás elementos que tanto caracterizaron al 2021. Se suma a esto la impaciencia que domina al pueblo. Ante ello, la lectura es bálsamo que ayuda a ese y otros males.

Hoy toca El ojo de agua de la colega departamental Evelyn Jiménez: Un libro del oeste, inundado de reflexión y crítico de la condición boricua.

El ojo de agua versa sobre esa mutación que despojó a Aguadilla del barrio Borinquen para convertirlo en la Base Ramey. La ironía salpica a la historia— como muchas veces suele— principalmente en lo que respecta al cambio de nominales. Así, estos eventos fungen como un despojo al alma misma que se traducen en una narración cruda.

Tal vez uno de los elementos más llamativos es la soltura del lenguaje del narrador partícipe con relación a los demás entes ficcionales. Es libre, fluido y netamente de aquí. En esencia, de verdad es inocentón en sus inicio y como un avión despega hasta convertirse en una voz madura y, cómo no, angustiada. Rememora a veces aquel periplo a la adultez que el Pirulo de Marqués dibujó con sencillez.

Como se dijo: Hay una metáfora de transformación, tanto de la madurez del narrador como de esas permutas que se sazonan de enigma. Por ejemplo, no tan solo trata aquí como Borinquen perdió su nombre para volverse Base Ramey; si no como por igual las Juanas se cambian a las Jane; la costa aguadillana en su amplitud se vuelve prohibida; y las verjas se erigen como impedimentos al ejercicio mismo de la felicidad .

Dentro de todo, la novela trabaja lo político como una relación simbiótica de la transición sicológica,


sexual y ética del narrador. Es interesante el tono con que el personaje principal sentencia que “Conmigo no. De nacionalista yo no tenía ni un pelo.” pág. 44. Mas, a su vez, en lo recóndito de las entrañas hay una animadversión al soldado netamente invasor. Esto recuerda un poco a The boy without a flag de Abraham Rodríguez.

La suma de particulares ficcionales es colorida: Un protagonista mocano de Rocha, un negro de Guayama, una keipisa pepiniana, un asesino tatuado que, al igual que Garcilaso el Inca, se debate en su condición de mestizo. En la obra hay también lugares que son igual de focales. La mención de las tiendas Sesto en Aguadilla es, sin duda, un sello de que la novela tiene su voz y es del Oeste de la Isla. Las constantes apariciones de los gates aguadillanos juegan confluir similar a las paradas del Santurce viejo. En fin, barrios, sectores, carreteras y otros hacen que se dibuje un mapa bastante exacto.

Vale acentuar que El ojo de agua es una novela bien violenta. Esta obra del oeste esta escrita con sangre. Hay agresiones entre amantes, entre familiares, entre las mismas putas del burdel. Todas estas pasan entonces al crisol del sensacionalismo para que El Clarín— una memoria bien criticada entre los parroquianos de la zona— muestre los vicios más nefastos del chismoserismo borincano.


La novela tiene un paso apurado, casi de despegue de avión. Al final, las cosas seguirán mutando y la narración así lo subraya cuando es sus últimas páginas se retrata el pobre abandono de la Base Ramey y que al final transforma a este espacio en la memoria de algo que dejó de ser un barrio para convertirse en una salida, un escape que el propio narrador usa para perderse y dejar a atrás un pueblo que lentamente se sumerge en la locura.