miércoles, 31 de julio de 2024

Lullaby para Don Luis: Una semi-crónica interrumpida entre poesía

Alas le dé a tu sueño el éter de quimeras 

Clara Lair. "Lullaby Mayor".




Una vez me escabullí a casa de abuela a matar el tiempo y culminé en el cuarto de madera del fondo. Las luces estaban apagadas, las ventanas cerradas y el aire acondicionado encendido. Allí la matriarca dormía a uno de los más pequeños— hoy de los más grandes— en una mecedora un tanto moderna. ¡Cantaba!   

Verde luz de monte y mar
Isla virgen del coral
Si me ausento de tus playas rumorosas
Si me alejo de tus palmas silenciosas
Quiero volver, quiero volver

Uno observaba en trance el dormir ajeno y asimismo se llevaba a uno— ya mayor— a la ribera de una playa palmera con un sueño místico y profundo. La consciencia marcó un hito: ¡Abuela había usado Verde Luz como lullaby para sus nietos! Fue un descubrimiento con sorpresa y familiaridad a la vez: El El efímero jungiano había llevado del inconsicente al consciente la canción de cuna que ahora surgía como motor del carácter. Y es que así era la infancia, plagada del cancionero del vate mocano.

Solina, solina 
¿quién te dío esa flor? 
Me la dió Cupido 
en prueba de amor.

El Topo murió el 23 de julio de 2024. Unos días antes del palimpsesto del 25 de julio [escoja la fecha que más le guste]. Su voz de tenor y su lírica de vate bien hecho queda sazonada por la realidad: El Topo era un bohemio mocano. Par de veces lo vi andar por la plaza. ¡Alegre y rápido! 

Voló, voló
Ana María voló
Voló de mi palomar,
Mi palomita volo

Ayer este monte bautizado con solo cuatro letras lo esperó y estuvo con él hasta el anochecer. El Coliseo Juan Sánchez Acevedo estaba con un vaivén de gente desde la tarde. Este cronista tuvo que atender sus responsabilidades pero pudo llegar a las 7:20pm. Le di la vuelta a la avenida Concepción Vera pasando el Paseo Artesanal donde la gente afloraba en un kiosko de esquina preparando bebida y kareoke. Cualquier otro hubiera parado allí a demandar solemnidad y pureza ante el velatorio. Algo incorrecto en Moca. Primeramente que al cruzar la calle se encuentra la funeraria así que en la capital del mundillo a todo fallecido se le canta y se le bebe ipso facto. Más allá: ¿Qué hubiera querido Don Luis? ¿Silencio y tristeza?

¿Dónde vas María?
¿Dónde vas María?
Solita y a pie
voy buscando al niño
dónde lo hallaré
voy buscando al niño aah aay
dónde lo hallaré.

Al costado del coliseo se daba la liga de baloncesto en la pequeña cancha. Había vociferar de padres, silbos de árbitros, niños sudados que corrían diestra y siniestra. El pueblo está vivo. Así es, así siempre será. Por lo que sin preocupaciones continué hasta ver abarrotado el estacionamiento. Era una señal hermosa, la gente se había dado cita como si hubieran traído a un gigante cuando Don Luis— característico de su familia— era un montoncito de arte y música.

Por tierra y por mar 
en donde me hallara
Conmigo tu estabas
Madre, en mi soñar  

Aparqué el armatoste de vehículo que uso y llegué a la entrada del coliseo donde jugué volibol, me gradué, donde trotaba de adulto para aplacar los lípidos sanguinales. La realidad es que allí había más fiesta. ¡Bullicio! ¡Correr! Un pinchero repartía su mercancía. En el vestíbulo la gente se agrupaba en tertulia con un fuertísimo olor a café. El coliseo era funeraria, o mejor, era templo.

Luchando por un cariño
Luchando por un amor
entre alegrías y penas
la vida he pasado yo

Pasadas las puertas de cristal la voz de Carlos Esteban Fonseca servía de maestro de ceremonia. Guitarra, percusión y voz flotaban en un duelo de décima. Gente conversaba, se abrazaban en saludos y vertían memorias. A la izquierda en las gradas se explanaba una bandera de Puerto Rico retando las facultades de la gravedad. Una guardia de honor vigilaba ceremonialmente.

Me tienen el ojo echao
La olla está en la candela

El poeta Juan Manuel González llegó al poco tiempo de sentarme. Su comentario probablemente era similar al de los demás: "¡Qué bueno que lo trajeron a Moca!". Ya eran casi las ocho y las sillas blancas se vaciaban. Una señora las acomodaba nuevamente reclamando como las debajan regadas sabiendo que mañana se usarían. Mis ojos rondaban como satélite viendo como el pueblo recibía notas musicales de Oubao-moin. La gente fotografiaba la bandera, las imágenes  que aparecían en un proyector y una gran pancarta que habían colgado al fondo que mostraba a Don Luis abrazando su guitarra.
 

Que eres como todo
algo que se va
Mas te llevaría
sorda en mi silencio

La velada fue anunciada hasta las nueve, pero la gente sabía que al otro día la misa comenzaría temprano para luego subir el trecho a Los Sauces. ¡El calor estaba asegurado! Fue entonces que Verde Luz sonó por virtud de una voz joven. Arropó todo con un manto de calma. La atmosferización se hizo. La gente se apiñó cerca del férretro mientras que los demás se ponían de pie en las gradas de la derecha. Verde luz en ese momento fue himno patrio, fue despedida en luto, fue nuevamente lullaby para el descanso eterno. Don Luis yacía en su ataúd vestido con guayabera. Le acompañaba un rosario, una imagen de la virgen y los signos de Borinquen y Moca. ¿Cómo lo hacen para que uno vea su rostro ya inerte y se perciba como si fuera una sonrisa? Quizá es la mente jugando con uno, o la imaginación de un niño adormilado, o el efecto del lullaby.

Quiero volver, quiero volver
 

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