viernes, 10 de septiembre de 2010
Hoy, Puerto Rico tiene que lamentarse
Fuera de las líneas partidarias, fuera de los vejámenes, de las estirpes…
Don Mari Bras se nos fue. No obstante, para algunos imberbes, acólitos del hito anexionista, esto es un logro. “Uno menos entre los socialistas”, oí decir.
Pero NO es así, Don Mari era un intelectual de primer orden. De los pocos hombres que aún conservaban la extraña vena de las letras en todas sus vertientes: Derecho, Literatura, Periodismo y Crónica.
Hace unos cuatro años, durante el comienzo de la “Crisis económica de 2010”, tuve que recurrir a la fuerte labor de la albañilería junto con mi abuelo para poder sobrevivir. Me levantaba a las 5:00 de la madrugada para cruzar la carretera núm. 2 y llegar a Mayagüez. De entre los lugares donde tuve que estar “dando pala” se encontraba el barrio Cerro de las Mesas. Recuerdo que durante aquellos días mientras sudaba como un animal ante el embate del calor antillano, Don Mari surcaba la carretera entre dos y cuatro veces al día en su guagua color verde. Para aquel entonces tenía 79 años, era un hombre fuerte, atento y sobre todo sonriente.
Cada vez que se detenía a ver los trabajos, registraba todo con aquellos enormes ojos claros y enseñaba una dentadura nacarada. No se burlaba de nuestras vicisitudes de obreros de la tierra sino que la aplaudía. Muchas veces me quedé atónito ante aquella soltura. Sin duda alguna esa era la sonrisa de un hombre libre. Meses después decidí ser abogado.
Tiempo después de aquella experiencia, mi tía se graduaba de la Facultad de Derecho Eugenio María de Hosto. Don Mari se mantuvo sentado mientras los demás lanzaban confeti y celebraban; yo, curioso al fin, me acerque a Don Mari, le tomé las fotos de rigor a mis familiares y cuando tuve mi momento me senté al lado del prócer diciendo: “Hola Profesor Mari Bras, soy un admirador suyo…” El resto es historia.
Sépase, que en el día de hoy Don Mari no descansa en paz, su lucha sigue, y creo sentirlo todavía con aquella sonrisa bajo los ojos claros que miraban al cielo.
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